Los reconocerán por sus acciones

Cuídense de esos mentirosos que pretenden hablar de parte de Dios. Vienen a ustedes disfrazados de ovejas, pero por dentro son lobos feroces. Ustedes los pueden reconocer por sus acciones, pues no se cosechan uvas de los espinos ni higos de los cardos. Así, todo árbol bueno da fruto bueno, pero el árbol malo da fruto malo. El árbol bueno no puede dar fruto malo, ni el árbol malo dar fruto bueno. Todo árbol que no da buen fruto, se corta y se echa al fuego. De modo que ustedes los reconocerán por sus acciones. El hombre bueno dice cosas buenas porque el bien está en su corazón, y el hombre malo dice cosas malas porque el mal está en su corazón. Pues de lo que abunda en su corazón habla su boca. Mateo 7:15-20; Lucas 6:43-45

Casi todas las frases y las palabras de esta sección les sonarían familiares a los judíos que las oyeron por primera vez.

Los judíos ya estaban bien informados acerca de los falsos profetas. Jeremías, por ejemplo, tuvo un conflicto con los profetas que decían: Tratan por encima las heridas de mi pueblo; dicen que todo está bien, cuando todo está tan mal. (Jeremías 6:14; 8:11) Lobos era el nombre que se les daba a los malos gobernantes y a los falsos profetas. En los malos días, Ezequiel había dicho: Los jefes de este país son como lobos que despedazan supresa, listos a derramar sangre y a matar gente con tal de enriquecerse. (Ezequiel 22:27). Sofonías hace una descripción sombría del estado de cosas en Israel cuando «sus oficiales en medio de él son leones rugientes; sus jueces son lobos nocturnos que no dejan nada para la mañana. Sus profetas son tipos altaneros y fraudulentos» (Sofonías 3:3). Cuando Pablo estaba advirtiendo en su discurso de despedida a los ancianos de Éfeso de los peligros por venir, les dijo: Entrarán en medio de vosotros lobos rapaces que no perdonarán al rebaño (Hechos 20:29).

Jesús dijo que enviaba a sus discípulos como ovejas en medio de lobos (Mateo 10:16); y hablo del Buen Pastor que protege Su rebaño de los lobos con Su vida (Juan 10:12). Aquí tenemos sin duda una figura que todos podrían reconocer y entender.
Aquí dice Jesús que los falsos profetas son como lobos disfrazados de ovejas. Cuando el pastor estaba vigilando sus rebaños en las colinas, iba vestido de pieles de oveja, con la piel para fuera y el pelo por dentro. Pero uno podía llevar puesta una piel de oveja y no ser un pastor. Los profetas solían llevar un atuendo convencional. Elías se ponía un manto: Cuando Elías lo oyó, se cubrió el rostro con el manto, salió y se puso a la puerta de la cueva. Entonces le llegó una voz que le decía: –¿Qué haces aquí, Elías? (1 Reyes 19:13) que estaba hecho de una piel peluda: Uno que tenía un vestido de pelo y un cinturón de cuero ceñido a su cintura –respondieron ellos. –¡Es Elías, el tisbita! –exclamó el rey– (2 Reyes 1:8). El manto de piel de oveja había llegado a ser el uniforme de los profetas, lo mismo que los filósofos griegos llevaban una ropa típica. A los profetas se los podía distinguir de los demás por aquel manto característico. Pero algunas veces se lo ponían los que no tenían el menor derecho, porque Zacarías, en su descripción de los grandes días por venir, dice: En aquel día, los profetas tendrán vergüenza de sus visiones cuando profeticen. Ninguno engañará poniéndose el manto de pieles de los profetas (Zacarías 13:4). Había algunos que iban vestidos como profetas, pero que vivían como todo lo contrario.

Había falsos profetas en los tiempos antiguos, pero también en los del Nuevo Testamento. Mateo se escribió hacia el año 85 d.C., y en aquel tiempo los profetas eran todavía una institución en la Iglesia. No tenían residencia fija, porque lo habían dejado todo para asumir un ministerio ambulante llevando a las iglesias el mensaje que creían haber recibido directamente de Dios.

En el mejor de los casos, los profetas eran la inspiración de la Iglesia, porque eran personas que lo habían dejado todo para servir a Dios y a la Iglesia de Dios; pero el oficio de profeta se prestaba a abusos. Había quienes lo usaban para ganar prestigio y para abusar de la generosidad de las congregaciones locales, y darse así una vida confortable, y hasta de regalada pereza. La Didajé fue el primer libro de orden eclesiástico; data de alrededor del año 100 d.C.; y sus disposiciones acerca de estos profetas itinerantes son muy iluminadoras. A un verdadero profeta había que mostrarle respeto; se le debía recibir de buena gana; no había que menospreciar nunca su palabra, ni limitar su libertad; pero « se quedará un día, o, si es necesario, también otro; pero si se queda tres días, es un falso profeta.» No debe pedir nunca nada más que pan. «Si pide dinero, es un falso profeta.» Todos los que se presentaban como profetas pretendían hablar en el Espíritu; pero había una prueba ácida: « Se distinguirán los verdaderos profetas de los falsos por su carácter.» «Todo profeta que enseña la verdad, si no hace lo que enseña, es un falso profeta.» Si un profeta, pretendiendo hablar en el Espíritu, manda que le pongan la mesa y le presenten una comida, es un falso profeta. «A quienquiera que diga en el Espíritu: «Dadme dinero o cualquier otra cosa,» no le hagáis caso; pero si os dice que deis a otros que tienen necesidad, que nadie le juzgue.» Si un forastero llega a una congregación y quiere quedarse allí, si tiene un oficio, «que trabaje y coma.» Si no tiene oficio, «considerad con sabiduría cómo puede vivir entre vosotros como cristiano, pero no inactivo… Y si no quiere hacerlo así, está comerciando con Cristo. Cuidado con los tales» (Didajé, capítulos 11 y 12).

La historia antigua y los acontecimientos contemporáneos hacían que las palabras de Jesús tuvieran mucho sentido para los que las oyeron por primera vez, y para aquellos a los que Mateo se las transmitió.

Reconocidos por sus frutos

Los judíos, los griegos y los romanos, todos usaban la idea de que a un árbol se le juzga por sus frutos. Un proverbio decía: «Como la raíz, así el fruto.» Epicteto había de decir más adelante: «¿Cómo podrá una cepa no crecer como tal sino como un olivo; o, cómo podrá un olivo no crecer como tal sino como una vid?» (Epicteto, Discursos 2:20). Séneca declaraba que el bien no puede crecer del mal como tampoco puede salir una higuera de una aceituna.

Pero todavía hay aquí más de lo que parece a simple vista. «Seguro que no se cosechan uvas en los espinos,» decía Jesús. Hay una clase de espino, el espino cerval, que produce unas bayas pequeñas y negras que parecen uvas pequeñas. «Ni higos en los cardos.» Hay una especie de cardo que tiene una flor que por lo menos a cierta distancia, se podría tomar por un higo chumbo.

La lección es real, relevante, y salutífera. Puede que haya una semejanza superficial entre un verdadero y un falso profeta. El falso profeta puede que lleve la vestimenta correcta y use el lenguaje característico; pero no se puede sustentar la vida con las bayas del espino cerval o las flores del cardo; y la vida del alma nunca se puede sustentar con el alimento que ofrece un falso profeta. La verdadera prueba de cualquier enseñanza es: ¿Fortalece a una persona para sobrellevar las cargas de la vida, y para recorrer el camino del deber?

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