Ya hemos dicho que no se debe entender una parábola como si fuera una alegoría, buscándole el sentido a cada detalle. Originalmente las parábolas de Jesús no eran para ser leídas, sino habladas, y su significado era el que aparecía evidente cuando se oía por primera vez. Pero, hasta cierto punto, esta parábola es una excepción. Es una especie de ejemplar literario híbrido, un cruce entre alegoría y parábola. No todos los detalles contienen un significado, pero sí más de lo corriente en parábolas. Y esto es debido a que Jesús estaba hablando en imágenes que eran parte integrante del pensamiento y de la imaginería de los judíos.
El propietario de la viña es Dios. La viña misma es el pueblo de Israel. Esta era una figura que les resultaba a los judíos perfectamente familiar. En el Antiguo Testamento la vemos claramente empleada en Isaías 5:1-7, un pasaje del que se toman algunos de los detalles y el lenguaje en este pasaje. A esta viña se la equipó con todos los detalles deseables. Tenía una pared que marcaba sus límites, que les impedía el paso a los ladrones y la defendía de los asaltos de los jabalíes. Tenía un lagar. En algunas viñas había lagares en los que se pisaba la uva. Por debajo del lagar estaba la tinaja adonde iba a parar el zumo extraído.
Había una torre, en la que se guardaba el vino, los labradores tenían su refugio y se vigilaba desde allí para que no entraran ladrones en el tiempo de la cosecha. Los labradores representan a los gobernantes de Israel a lo largo de toda la historia de la nación. Los siervos a quienes el propietario enviaba representan a los profetas. Siervo o esclavo del Señor era un título muy conocido. Así se llamaba a Moisés (Josué 14:7), y a David (2 Samuel 3:18). Este título aparece con frecuencia en los libros de los profetas (Amós 3:7; Jeremías 7: 25; Zacarías 1: 6). EL hijo es Jesús mismo. Aun en aquel momento, la audiencia habría hecho estas identificaciones, porque los pensamientos y las imágenes les eran todos totalmente familiares. La historia misma era lo que bien podría suceder en Palestina en tiempos de Jesús. El país tenía mucha inquietud laboral, y muchos propietarios estaban ausentes de sus fincas. El propietario de la viña podía ser un judío que hubiera encontrado una tierra más cómoda y segura que Palestina, o un romano que considerara la viña una buena inversión para su dinero. Si el propietario cumplía la Ley, la primera vez que se recolectara la cosecha sería cinco años después de plantar la viña (Levítico 19:23-25). En tal caso la renta se pagaba en especie. Podía ser un porcentaje concertado de la cosecha, o una cantidad fija independientemente de lo que se recogiera. La historia no es improbable de ninguna manera, sucedía algunas veces.
La parábola está tan llena de verdades que no podemos hacer casi nada más que enumerarlas.
Nos dice ciertas cosas acerca de Dios.
(i) Nos habla de la generosidad de Dios. La viña estaba equipada con todo lo necesario para que el trabajo de los labradores fuera fácil y productivo. Dios es generoso en la vida y en el mundo que da a las personas.
(ii) Nos habla de la confianza de Dios. El propietario se marchó, y dejó que los labradores llevaran la viña a su manera: Dios confía en nosotros lo suficiente como para darnos libertad para que vivamos la vida como queramos. Como ha dicho alguien: «Lo maravilloso de Dios es que Él nos deje hacer tantas cosas por nosotros mismos.»
(iii) Nos habla de la paciencia de Dios. No una vez o dos, sino muchas veces, el dueño les dio a los labradores la oportunidad de pagarle lo que le debían. Los trató con una paciencia que no merecían.
(iv) Nos habla del triunfo definitivo de la justicia de Dios. Las personas puede que se aprovechen de la paciencia de Dios; pero al final habrá de venir el juicio y la justicia. Dios puede que soporte mucho tiempo la desobediencia y la rebeldía, pero acabará por actuar al fin.