Un lindo cuento relata que una fría mañana de invierno, dos erizos aparecieron por distintos caminos y se encontraron en un claro del bosque. Como tenían frío se acercaron el. uno al otro tratando de darse calor y compañía. Se pusieron de lado, costado con costado, pero se pinchaban. Se dieron vuelta y sucedió lo mismo.
Lo intentaron de distintas posturas y no lograban estar juntos sin pincharse el uno al otro.
Por fin uno de ellos más nervioso, habló con tono de enfadado:
—Vengo a tu lado con deseo y buen ánimo, pero es imposible estar junto a ti, porque pinchas por todas partes.
—Eso no es cierto —respondió el otro, también enfado—, el que pinchas eres tú. Yo veo tus afiladas púas en tu lomo. ¿No ves cómo sangro por todas partes por causa de tus púas malditas?
Las mismas acusaciones y recriminaciones volaron de uno a otro. Al fin, amargados y desalentados se separaron y cada cual se fue detrás de un árbol. Desde allí se miraron con resentimiento y rencor. A la mañana siguiente ambos estaban muertos de frío.
Murieron por su incapacidad de relacionarse y armonizar. Así muchas veces pasa con los seres humanos.