Hubo un tal Lázaro, que procedía de Betania, la aldea donde vivían María y su hermana Marta, que se puso enfermo. María fue la que ungió al Señor con un ungüento aromático y le secó los pies con sus cabellos; y el que se puso enfermo era su hermano Lázaro. Así es que las hermanas Le enviaron recado a Jesús en estos términos: «Señor, fíjate: el que amas está enfermo.» Cuando Jesús recibió el mensaje, dijo: -Esta enfermedad no va a resultar fatal; más bien ha sucedido por causa de la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por este medio.
Jesús amaba a Marta, y a su hermana, y a Lázaro. Juan 11: 1-5
De camino a la gloria
Una de las cosas más preciosas del mundo es tener una casa y un hogar al que uno puede ir en cualquier momento, y encontrar descanso y comprensión y paz y amor. Eso era doblemente cierto en el caso de Jesús, porque Él no tenía un hogar suyo propio; no tenía donde reclinar la cabeza (Lucas 9:58). En el hogar de Betania encontró algo de todo eso. Había allí tres personas que Le amaban; y allí podía encontrar descanso de las tensiones de la vida.
El mayor regalo que nadie puede hacer es dar comprensión y paz. El tener alguien al que uno puede acudir en cualquier momento sabiendo que no se reirá de nuestros sueños ni malentenderá nuestras confidencias es lo más maravilloso del mundo.
Es una posibilidad para todos nosotros el tener un hogar así. No hace falta mucho dinero, ni requiere una hospitalidad exquisita.
Sólo se necesita un corazón comprensivo. Nadie puede tener nada mejor que ofrecer a sus semejantes que < el don del reposo para unos pies cansados,» como ha dicho alguien; y eso era lo que Jesús encontraba en la casa de Betania en la que vivían Marta y María y Lázaro.
El nombre Lázaro quiere decir Dios es mi ayuda, y es el mismo que Eleazar. Lázaro se puso enfermo, y sus hermanas Le enviaron recado a Jesús para notificárselo. Es encantador comprobar que el mensaje de las hermanas no incluía la petición de que Jesús fuera a Betania. Sabían que no era necesario; sabían que, con hacerle saber que tenían una necesidad, bastaría para hacerle ir. Agustín se fijó en este detalle, y dijo que era suficiente que Jesús lo supiera. Porque no es posible amar a una persona y desertarla en la necesidad. C. F. Andrews nos cuenta de dos amigos que sirvieron juntos en la Primera Guerra Mundial. Uno de ellos fue herido, y se quedó desamparado en tierra de nadie. El otro, con peligro de la vida, fue a rastras adonde estaba para ayudarle; y cuando le alcanzó, el herido levantó la mirada y dijo sencillamente: «Sabía que vendrías.» Es maravilloso saber que el simple hecho de nuestra necesidad atrae a nuestro lado a Jesús en un abrir y cerrar de ojos.
Cuando Jesús llegó a Samaria sabía que, le pasara lo que le pasara a Lázaro, El tenía poder para resolverlo. Pero, en un principio, se limitó a decir que aquella enfermedad se había presentado para la gloria de Dios y Suya. Ahora bien: eso era cierto en dos sentidos, y Jesús lo sabía.
(i) La curación permitiría sin duda a la gente ver la gloria de Dios en acción.
(ii) Pero había algo más. Una y otra vez en el Cuarto Evangelio, Jesús habla de Su gloria en relación con la Cruz. Juan nos dice en 7:39 que el Espíritu no había venido todavía porque Jesús todavía no había sido glorificado, es decir, porque aún no había muerto en la Cruz. Cuando acudieron a El los griegos, Jesús dijo: < Ha llegado la hora de que el Hijo del Hombre sea glorificado» (Juan 12:23). Y era de la Cruz de lo que estaba hablando, porque inmediatamente dijo que el grano de trigo tiene que caer en la tierra y morir para llevar fruto. En Juan 12:16, Juan dice que los discípulos se acordaron de estas cosas después que Jesús fue glorificado, es decir, después de Su muerte y resurrección.