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Las tentaciones de Jesús

El ataque del tentador

El tentador lanzó su ataque contra Jesús en tres frentes, en cada uno de los cuales había algo inevitable:

(i) Está la tentación de hacer que las piedras se volvieran pan. El desierto estaba sembrado de pequeños cantos de caliza que parecían exactamente panecillos; hasta ellos le sugerirían a Jesús esta tentación.

Era una tentación doble. La tentación de que Jesús usara Sus poderes egoístamente y para Su propio provecho, y eso fue precisamente lo que Jesús siempre se negó a hacer. Siempre hay la tentación de usar egoístamente cualesquiera poderes que Dios nos haya dado.

Dios le ha dado un don a cada persona, y cada persona puede hacerse una de dos preguntas. Puede preguntarse: «¿Qué partido puedo yo sacar de este don?» o: «¿Cómo puedo yo usar este don para el bien de los demás?» Esta clase de tentación se nos puede presentar en la cosa más sencilla. Una persona puede poseer, por ejemplo, una voz agradable de escuchar; puede proponerse sacarle partido, y negarse a usarla a menos que se le pague. No hay razón para rehusar que se le pague, pero hay toda clase de razones para no deber usarla solamente para que se le pague. No hay persona que no tenga la tentación de usar egoístamente el don que Dios le haya asignado.

Pero esto de la tentación tiene otra cara. Jesús era el Mesías de Dios, y Él lo sabía. En el desierto se estaba enfrentando con la elección del método para ganar las almas para Dios. ¿Qué método había de usar para la tarea que Dios Le había asignado? ¿Cómo había de materializar Su visión y sueño?

Un camino infalible para convencer a la gente a que Le siguiera era darles pan, es decir, cosas materiales. ¿Acaso no lo justificaba la historia? ¿No había dicho Dios: «Os haré llover pan del cielo»? ¿No incluían las visiones de la futura edad de oro ese mismo sueño? ¿No había dicho Isaías: «No tendrán hambre ni sed»? Isaías 49:1 ¿No era el Banquete Mesiánico una figura consagrada entre los Testamentos de los sueños del Reino? Si Jesús hubiera querido darle pan a la humanidad, tendría suficiente justificación para hacerlo.

Pero el haberles dado pan a los hombres habría sido una doble equivocación. En primer lugar, habría sido sobornarlos para que Le siguieran. Habría sido convencer a la gente para que Le siguiera por lo que pudieran sacar, mientras que la recompensa que Jesús tenía para ofrecer era una Cruz. Llamaba a la gente a una vida de dar, no de obtener. Sobornar a la humanidad con cosas materiales habría sido la negación de todo lo que Él vino a decir y habría sido finalmente la derrota de Sus propios fines.

En segundo lugar, habría sido suprimir los síntomas sin tratar la enfermedad. La gente está hambrienta; pero debemos preguntarnos: ¿Por qué está hambrienta? ¿Es por culpa de su propia estupidez, y descuido, y holgazanería? ¿O es porque hay algunos que poseen egoístamente demasiado mientras otros carecen de lo necesario? La verdadera manera de curar el hambre es eliminar sus causas -y las causas están en el alma de las personas. Y, sobre todo, hay un hambre del corazón que no se puede satisfacer con cosas materiales.

Así es que Jesús contestó al tentador con las mismas palabras que expresan la lección que Dios había tratado de enseñarle a Su pueblo en el desierto: «La persona no vive solo de pan, sino de todo lo que proceda de la boca del Señor» Deuteronomio 8:3. La única manera de encontrar la verdadera satisfacción es aprender a depender totalmente de Dios.

(ii) Entonces el tentador reforzó su ataque en otro frente. En una visión, llevó a Jesús al pináculo del templo. Eso puede querer decir una de dos cosas. El templo estaba edificado en la cima del monte de Sión, que formaba como una meseta donde estaban situados los edificios del templo. Había una esquina en la que se unían el pórtico de Salomón y el pórtico Real, y en esa esquina había una caída de ciento cincuenta metros al valle del torrente de Cedrón. ¿Por qué no había de ponerse Jesús en ese pináculo, tirarse y aterrizar ileso en el fondo del valle? El pueblo seguiría admirado al que fuera capaz de semejante hazaña.

Otra posibilidad sería que, en la cubierta del templo mismo había un saliente donde se colocaba todas las mañanas un sacerdote con una trompeta en la mano, esperando el primer arrebol de la aurora a través de las colinas de Hebrón. A la primera señal del alba tocaba la trompeta para anunciar la hora del sacrificio de la mañana. ¿Por qué no podía Jesús ponerse allí, y saltar precisamente al patio del templo, haciendo que Le siguieran todos estupefactos? ¿No había dicho Malaquías: «Y vendrá súbitamente a Su templo el Señor?» Malaquías 3:1. ¿No había una promesa de que los ángeles llevarían en sus manos al hombre de Dios para que no le sobreviniera ningún daño? Pues a sus ángeles mandará acerca de ti, Que te guarden en todos tus caminos.Salmo 91: 11.

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