Las tentaciones de Jesús

Es en nuestros pensamientos y deseos más íntimos como viene a nosotros el tentador. Lanza su ataque en nuestras propias mentes. Es verdad que es tan real que casi podemos hasta ver al diablo.

Hasta este día se puede ver una mancha de tinta en la pared de la habitación de Lutero en el castillo de Wartburg en Alemania: Lutero le tiró el tintero al diablo que le estaba tentando. Pero el poder del diablo estriba en el hecho de que supera nuestras defensas y nos ataca desde dentro. Encuentra aliados y armas entre nuestros pensamientos y deseos más íntimos.

(iii) No tenemos que creer que Jesús derrotó definitivamente al tentador en una sola campaña, y que éste no volvió a atacarle ya nunca más. El tentador Le habló otra vez a Jesús en Cesarea de Filipo cuando Pedro trató de disuadirle de seguir el camino de la Cruz, y cuando tuvo que decirle a Pedro las mismas palabras que le había dicho al tentador en el desierto: «¡Quítate de en medio, Satanás!» Mateo 16:23. Al final de su recorrido, Jesús pudo decirles a sus discípulos: «Vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en mis pruebas» Lucas 22:28. Y nunca en toda la historia humana ha habido una lucha con la tentación como la que Jesús mantuvo en Getsemaní con el tentador que trataba de apartarle del camino de la Cruz: diciendo: Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. Y se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle. Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra. Lucas 22:42-44).

«La vigilancia eterna es el precio de la libertad.» En la milicia cristiana no hay licencia ni se dan permisos. A veces nos preocupamos porque creemos que deberíamos alcanzar una etapa en la que estuviéramos más allá de la tentación, una etapa en la que el poder del tentador ya estuviera quebrantado para siempre. Jesús nunca alcanzó esa etapa. Desde el principio hasta el fin de su carrera tuvo que mantenerse en la lucha; por eso puede ayudarnos a pelear la nuestra.

(iv) Una cosa sobresale en esta historia: Las tentaciones fueron tales que no podían sobrevenirle a una persona que no tuviera unos poderes muy especiales y supiera que los tenía.

Sanday describe las tentaciones como «el problema de qué hacer con los poderes sobrenaturales.» Las tentaciones que sobrevinieron a Jesús sólo le podían atacar a uno que supiera que había cosas extraordinarias que él podría hacer.

Debemos recordar siempre que una y otra vez somos atacados por medio de nuestros dones. La persona dotada con algún encanto tendrá la tentación de usarlo para salirse con la suya. La persona dotada con el poder de la palabra tendrá la tentación recurrir a la labia para presentar disculpas que justifiquen cualquier comportamiento suyo. La persona con una imaginación viva y gráfica sufrirá agonías de tentación que una persona flemática no experimentará nunca. La persona con grandes talentos mentales estará tentada a usarlos para su propio bien y no para el de otros, para convertirse en amo y no en servidor de la humanidad. Es un hecho inexorable de la tentación que es precisamente donde nos consideramos más fuertes donde debemos tener más cuidado de no bajar la guardia.

(v) Nadie puede leer este relato sin darse cuenta de que su fuente tiene que haber sido el mismo Jesús. No había nadie con Él en el desierto cuando se estaba librando esta batalla. Y si tenemos noticias de ella es solamente porque Jesús mismo tiene que habérselo contado a sus hombres. Es como si Jesús nos estuviera relatando una parte de su autobiografía espiritual.

Debemos siempre acercarnos a esta historia con una reverencia única y especial, porque Jesús nos descubre en ella Su más íntimo corazón y alma. Está refiriéndonos Su experiencia. Es la más sagrada de todas las historias, porque Jesús nos está diciendo en ella que puede ayudar a los demás en sus tentaciones porque Él mismo fue tentado. Nos descorre el velo de Sus propias luchas para ayudarnos en las nuestras.

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