Armaguedón querría decir la ciudad de Megiddó, y Harmaguedón, la Montaña de Megiddó. La última forma es la más probable, aunque el llano parece más probable como campo de batalla que la montaña. Pero hay otro dato que añadir a esto.
Cuando Ezequiel estaba describiendo la última batalla con Gog y Magog, dijo que la victoria final sería en los montes de Israel (Ezequiel 38:8,21; 39:2,4,17). Bien puede ser que Juan hablara del Monte de Meguido para poner su historia de acuerdo con la antigua profecía.
Con mucho el punto de vista más probable es que la palabra sea Har-Maguedón, y que se refiera a la región cerca de Meguido en la llanura de Esdrelón que fue tal vez el más célebre de todos los campos de batalla de la historia judía.
Debemos mencionar otros dos puntos de vista acerca de esta extraña palabra. Gunkel creía que se remontaba a la antigua historia babilonia de la batalla entre Marduk, el creador, y Tiamat, el antiguo poder del caos. Pero no es probable que Juan conociera esa historia.
Otro punto de vista lo conecta con Isaías 14:13, donde se hace decir a Lucifer: «Sobre las estrellas de Dios levantaré mi trono, y en el monte de la reunión me sentaré.» Los babilonios creían que había una montaña llamada Aralu, al Norte del país, que, como el Olimpo en Grecia, era el hogar de los dioses.
Lucifer iba a poner su trono entre los dioses; se ha sugerido que el Monte de Meguido es esa montaña, y que se hace referencia a la última batalla contra los dioses reunidos en su lugar de residencia.
La naturaleza en guerra
La séptima copa fue derramada en el aire. H. B. Swete habla «del aire que respiran todas las personas.» Si el aire estaba contaminado, se estaba atacando la vida en su misma fuente. La naturaleza se ponía en guerra con el hombre. Eso fue lo que sucedió. Hubo rayos y truenos y un terremoto. El siglo I fue notable por sus terremotos; pero Juan dice que, aunque el mundo haya conocido muchos horrores de sacudidas de la tierra, el terremoto por venir los sobrepasará.
La gran Babilonia, es decir, Roma, se divide en tres partes. Roma había creído que podía hacer lo que quisiera impunemente pero ahora se recordaba su pecado, y sus consecuencias venían de camino. Los molinos de Dios puede que muelan despacio, pero no hay manera de evitar las consecuencias del pecado. El terremoto sumergió las islas y arrasó las montañas. La última de las características terribles fue un granizo mortífero cuyas piedras pesaban treinta kilos. Aquí tenemos otro de los detalles recurrentes de las manifestaciones de la ira de Dios. Un granizo devastador fue una de las plagas de Egipto (Éxodo 9:24). En la batalla con cinco de los reyes amoritas en Bet-horón, bajo Josué, cayó tal granizada sobre los enemigos de Israel que murieron más por el granizo que por la espada (Josué 10: I1). Isaías habla de la tempestad de granizo y de la tormenta destructiva que Dios mandará en Su juicio. (lsaías 28:2). Ezequiel habla de Dios castigando a los hombres con pestilencia y sangre, y mandándoles una lluvia torrencial, y grandes piedras de granizo, fuego y azufre (Ezequiel 38:22).
El vaciar las siete copas de ira sobre la tierra llega a su fin con el coro que ha resonado a lo largo de todo el capítulo. Las personas a las que sucedieron estas cosas se mantuvieron insensibles a cualquier llamada del amor de Dios o de Su ira. Dios ha dado a las personas la terrible responsabilidad de poder abrir o cerrar el corazón a Su llamada.
Los capítulos 17 y 18 nos relatan la caída de Babilonia. El capítulo 17 es uno de los más difíciles del Apocalipsis, es decir, de la Biblia. La mejor manera de estudiarlo es, primero, leerlo en su conjunto; luego, hacer ciertas identificaciones generales y ver así las líneas generales de pensamiento que hay en él; y, finalmente, estudiarlo en detalle. Esto supondrá una cierta medida de repetición; pero, en una sección como esta, la repetición es necesaria.