Cuenta la historia que Penélope era asediada por sus pretendientes aun después de diez años de la marcha de Ulises. Pensando que después de ese tiempo su marido estaría muerto, ella decidió comprometerse en matrimonio con quien fuera capaz de disparar una flecha a través de doce aros con el arco que fuera de Ulises.
En ese intervalo llegó Ulises disfrazado de mendigo y se acercó al lugar de la prueba. Uno tras otro, los admiradores avanzaron pero se sintieron incapaces de tensar el arco. Al final, Ulises solicitó: «Mendigo como soy, una vez fui soldado y aún hay fuerza en mis viejos músculos, dejadme probar.» Los pretendientes se burlaron de él, pero Penélope consintió en su solicitud. Con facilidad cogió el arco, tensó la cuerda, ajustó la flecha y disparó sin errar el blanco. ¡Era Ulises! y Penélope corrió a echarse en sus brazos.
Para Jesús no fue suficiente el proclamarse como el Cristo. El probó con sus credenciales el cumplimiento de las divinas profecías de que él era el Mesías. Fue irrefutablemente el cumplimiento sin error de las profecías mesiánicas. Ninguna de ellas falló de ser cumplida en su vida y ministerio. Cada referencia del Antiguo Testamento acerca del Mesías ratificó las palabras de Cristo: «Yo soy», de Juan 4:26.