Un día una persona supo que Dios iba a visitar su casa. Al ver que su casa estaba desordenada y sucia, salió desesperada a la calle a pedir ayuda sin conseguir que nadie aceptara. No sabiendo por donde comenzar, empezó a sacudir los muebles que estaban llenos de polvo y en medio de ese polvo vio a alguien que se ofreció a ayudarlo. Él le dio las gracias y juntos empezaron la tarea.
Cuando terminaron, agradecida por la ayuda de la otra persona le pidió que se quedara para que también le diera la bienvenida a su “ilustre” visitante.
Quien le ayudó entonces le dijo:
— No hace falta porque Yo Soy a quien estabas esperando. Yo Soy tu Dios, el de hoy, de ayer y siempre.
Muchas veces pedimos ayuda a Dios, y no lo reconocemos en el hermano; nos pasan las manos y no identificamos a Dios en ellas. Por eso es muy importante estar siempre preparados para que cuando Dios nos visite, podamos estar bien limpios, y no preocuparnos en el último momento de nuestra vida.
Dios constantemente nos visita; sólo que nosotros no tenemos tiempo para recibirle en nuestra casa. Por eso hoy te llama por tu nombre para que el pueda entrar en tu casa, en tu corazón y tenerte siempre limpio.