Un hombre con problemas de obesidad había decidido dejar de comer, sobre todo, aquello que le hacía mal y nutría su obesidad.
Un día, al pasear por cierta avenida en la cual se hallaba una repostería dijo: «no pasaré cerca de esa tienda» y… después de un momento dijo: «bueno… ¿qué de malo hay en que pase por el frente?».
Con esto en mente se acercó poco a poco a la tienda y… una vez estando frente a los pastelillos dijo: «¿qué puede pasarme si entro a la tienda… finalmente… no compraré ni un solo pastelillo» y entró a la tienda con esta idea. Ya estando dentro dijo: «bueno y… ¿que tiene de malo que compre un pastelillo y le dé solo una mordida?» y efectivamente, compró un pastelillo y lo mordió. A estas alturas ya había sucumbido a la tentación.
La tentación es tan sutil en determinadas circunstancias que, aparentemente, no nos damos cuenta en qué momento se cede ante ella y se engendra al pecado; y aún cuando detectamos la sospecha de que hay peligro en tal o cual asunto, no lo detenemos a tiempo cuando hay escasez de dedicación y consagración.