Entren por la puerta angosta; porque les digo que muchos querrán entrar, y no podrán. Porque la puerta y el camino que llevan a la perdición son anchos y espaciosos, y muchos entran por ellos; pero la puerta y el camino que llevan a la vida son angostos y difíciles, y pocos los encuentran. Mateo 7:13-14; Lucas 13.24
La vida tiene siempre una cierta cualidad dramática; porque, como se ha dicho: «Todas las posibilidades se concentran en las encrucijadas.» En cualquier instante de la vida, la persona se enfrenta con una alternativa; y no puede nunca evitar el tener que elegir, porque no se puede quedar parado. Tiene que seguir un camino u otro. Por eso, siempre ha sido una de las supremas misiones de las grandes personalidades de la Historia el confrontar a las gentes con la elección inevitable. Cuando se le acercaba el fin, Moisés le dijo al pueblo: Miren, hoy les doy a elegir entre la vida y el bien, por un lado, y la muerte y el mal, por el otro. Si obedecen lo que hoy les ordeno, y aman al Señor su Dios, y siguen sus caminos, y cumplen sus mandamientos, leyes y decretos, vivirán y tendrán muchos hijos, y el Señor su Dios los bendecirá en el país que van a ocupar. Pero si no hacen caso de todo esto, sino que se dejan arrastrar por otros dioses para rendirles culto y arrodillarse ante ellos, en este mismo momento les advierto que morirán sin falta, y que no estarán mucho tiempo en el país que van a conquistar después de haber cruzado el Jordán. En este día pongo al cielo y a la tierra por testigos contra ustedes, de que les he dado a elegir entre la vida y la muerte, y entre la bendición y la maldición. Escojan, pues, la vida, para que vivan ustedes y sus descendientes; amen al Señor su Dios, obedézcanlo y séanle fieles, porque de ello depende la vida de ustedes y el que vivan muchos años en el país que el Señor juró dar a Abraham, Isaac y Jacob, antepasados de ustedes.» (Deuteronomio 30:15-20).
Cuando Josué estaba deponiendo su liderato de la nación al final de su vida, les presentó la misma alternativa: «Escoged hoy a quién vais a servir» (Josué 24:15). Jeremías oyó la voz de Dios que le decía: «Y a este pueblo dirás: Así dice el Señor: Mirad, Yo os presento el camino de la vida, y el camino de la muerte» (Jeremías 21:8).
Esta es la alternativa que Jesús nos presenta en este pasaje. Hay un camino espacioso y fácil, y son muchos los que lo siguen; pero acaba en desgracia. Hay otro camino, estrecho y difícil, y son pocos los que lo recorren; pero su destino es la vida. Cebes, el discípulo de Sócrates, escribe en Tabula: «¿Ves una puertecita, y un camino al otro lado de la puerta que no está muy transitado, sino con pocos viajeros? Ese es el que conduce a la verdadera instrucción.» Examinemos las diferencias entre los dos caminos.
(i) Hay una diferencia entre el camino difícil y el camino fácil.
No hay camino fácil que conduzca a la grandeza; la grandeza es siempre el resultado del esfuerzo. El antiguo poeta griego Hesíodo escribe: «La maldad se puede tener en abundancia fácilmente; suave es la carretera, y vive muy cerca; pero delante de la virtud han puesto el sudor los dioses inmortales.» Epicarmo dijo: «Los dioses nos exigen esfuerzo como el precio de todas las cosas buenas.» «Bellaco -advierte-, no aspires a las cosas fáciles, no sea que heredes las difíciles.»
Una vez Edmund Burke hizo un gran discurso en la Cámara de los Comunes. Después se vio a su hermano Richard Burke sumido en profundos pensamientos. Le preguntaron en qué estaba pensando, y contestó: «Estaba preguntándome cómo es que Ned se las ha agenciado para monopolizar todos los talentos de nuestra familia; y entonces me acordé de que, cuando estábamos jugando, él estaba estudiando o trabajando.» Aun cuando se hace algo con una apariencia de facilidad, esa facilidad es el producto de una labor concentrada y constante. La habilidad del maestro al piano, o del campeón en el campo de golf no se adquirió sin sudor y lágrimas. No ha habido nunca otro camino a la grandeza que el del trabajo y el esfuerzo, y lo que prometa un camino más fácil es una fantasía y una red.
(ii) Hay una diferencia entre el camino largo y el corto.
Rara vez surge nada completo y perfecto en un abrir y cerrar de ojos, pero mucho más a menudo la grandeza es el resultado de una larga labor y una constante atención al detalle. Horacio, en El arte poética, aconseja a Pisón que, cuando escriba algo, lo tenga a mano nueve años antes de publicarlo. Cuenta que un alumno le llevaba artículos al famoso crítico Quintilio. Este decía: «Ráspalo. No se ha trabajado debidamente.
Devuélvelo al fuego y al yunque.» La Eneida de Virgilio le tuvo ocupado los últimos diez años de su vida; y, cuando estaba muriendo, la habría destruido, porque le parecía tan imperfecta, si no se lo hubieran impedido sus amigos. La República de Platón empieza con una sencilla frase: «Bajé al Pireo ayer con Glauco, el hijo de Aristón, para ofrecerle una oración a la diosa.» En el manuscrito autógrafo de Platón hay no menos de trece versiones diferentes de esa frase inicial. El gran escritor había trabajado en arreglo tras arreglo para conseguir la cadencia exactamente a punto. La Elegy written in a Country Churchyard de Thomas Gray es uno de los poemas inmortales. Lo empezó el verano de 1742; por último empezó a circular privadamente el 12 de junio de 1750. Su perfección lapidaria le había tenido ocupado ocho años. Nadie ha llegado jamás a una obra maestra por un atajo. En este mundo tenemos que enfrentarnos constantemente con el camino corto, que promete resultados inmediatos, y el camino largo, cuyos resultados están en la lejanía. Pero las cosas duraderas nunca se hacen de prisa; el mejor camino resulta ser el más largo.
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