En la Iglesia, el resentimiento por todo lo nuevo es crónico, y el intento de poner las cosas nuevas en los moldes antiguos es casi universal. Tratamos de introducir las actividades de una congregación moderna en el edificio de una iglesia antigua que nunca se hizo para ellas. Tratamos de introducir la verdad de los nuevos descubrimientos en los credos basados en la metafísica griega. Tratamos de introducir la instrucción moderna en un lenguaje desgastado que no la puede expresar. Leemos la Palabra de Dios a hombres y mujeres ya casi del siglo XXI en el lenguaje de Cervantes, y tratamos de presentarle a Dios en oración las necesidades de hombres y mujeres de la era posneocontemporánea en un lenguaje que tiene medio milenio de antigüedad. Puede que nos hiciera bien recordar que cuando cualquier cosa viviente deja de crecer, empieza a morir. Puede que tuviéramos que empezar a pedirle a Dios que nos libre de la mente cerrada. Porque sucede que estamos viviendo en una época de cambios rápidos y tremendos.
El vizconde Samuel nació en 1870, y empieza su autobiografía con la descripción del Londres de su niñez. «No teníamos coches, ni autobuses, ni taxis, ni metro; no había bicicletas -excepto sus precursores los extraños biciclos-; no había luz eléctrica ni teléfonos, ni cines ni radio.» Eso era poco más de hace un siglo. Vivimos en un mundo en constante cambio y expansión. Jesús nos advierte que la Iglesia no se atreva a ser una institución que vive en el pasado.
Entre los judíos más estrictos, el ayuno era una práctica regular. En la religión judía había solamente un día de ayuno obligatorio, el del Día de la Expiación. El día que la nación entera confesaba su pecado y recibía el perdón era El Ayuno par excellence. Pero los judíos estrictos ayunaban dos días por semana, los lunes y los jueves. Conviene notar que el ayuno no era tan serio como parece, porque duraba desde las 6 de la mañana hasta las 6 de la tarde, y después se podía comer normalmente. Jesús no estaba en contra del ayuno como tal. En el Sermón del Monte lo incluyó entre los pilares de la piedad juntamente con la oración y la limosna. Hay muy buenas razones para practicar el ayuno. Uno puede abstenerse de cosas que le gustan por mor de la disciplina personal, para estar seguro de que las domina, y no ellas a él; para estar seguro de no llegar a depender~de ellas tanto como para no poder vivir sin ellas. Puede negarse por algún tiempo comodidades y cosas agradables para poder apreciarlas aún más. Una de las mejores maneras de aprender a apreciar nuestros hogares es tener que pasar algún tiempo fuera de ellos; y una de las mejores maneras de apreciar los dones de Dios es prescindir de ellos por algún tiempo. Estas son buenas razones para ayunar. Lo malo de los fariseos era que en demasiados casos ayunaban por exhibicionismo, para llamar la atención de la gente a su piedad. Llegaban hasta a pintarse la cara de blanco y al salir descuidaban sus vestidos los días de ayuno para que se pudiera notar que estaban ayunando, y para que todos observaran y admiraran su devoción. Era para llamar la atención de Dios a su piedad.
Creían que ese acto especial de piedad extra hacía que Dios se fijara en ellos. Su ayuno era un rito y un ritual exhibicionismo. Para tener algún valor, el ayuno no debe ser rito; debe ser la expresión de un sentimiento del corazón. Jesús usó una alegoría gráfica para decirles a Sus objeto por qué Sus discípulos no ayunaban. Los invitados a una boda estaban exentos de, ayunar. Este incidente nos dice que la actitud característicamente cristiana en la vida es la alegría. El descubrir a Cristo y el estar en Su compañía es la clave de la felicidad.
Hubo un famoso criminal japonés llamado Tockichi Ishii. Era un despiadado total y bestial. Había asesinado brutalmente a hombres, mujeres y niños en su carrera de crímenes. Le detuvieron y metieron en la cárcel. Dos señoras canadienses le visitaron en la prisión. No consiguieron hacerle hablar; solamente las observaba con un gesto de fiera. Cuando se marcharon le dejaron un ejemplar de la Biblia con la esperanza de que la leyera. El la leyó, y la historia de la Crucifixión de Jesús le hizo un hombre cambiado. «Más tarde, cuando llegó el carcelero a llevar al condenado a la ejecución, no encontró al bruto endurecido y hosco que esperaba, sino a un hombre con una sonrisa radiante. Porque el asesino había nacido de nuevo.» La señal de su nuevo nacimiento era una sonrisa radiante. La vida que se vive en Cristo no puede ser más que una vida de alegría. Pero el pasaje termina con un presagio nebuloso.
Sin duda cuando Jesús habló del día en que se les había de arrebatar el novio, sus amigos no Le entendieron en aquel momento. Pero aquí, tan al principio de Su carrera, Jesús ya veía la Cruz que Le esperaba. La muerte no Le pillaría desprevenido; ya Él había contado el precio y escogido el camino. Aquí tenemos el verdadero coraje en acción; aquí tenemos la figura de un Hombre que no se aparta del camino aunque al final de él Le espere una Cruz.