Todavía estaba Jesús hablando a la gente, cuando acudieron su madre y sus hermanos, que deseaban hablar con él, pero se quedaron afuera, no pudieron acercarse a él porque había mucha gente y mandaron a llamarlo. La gente que estaba sentada alrededor de Jesús le dijo: Tu madre y tus hermanos están ahí fuera, te buscan y quieren hablar contigo. Pero él contestó al que le llevó el aviso: ¿Quién es mi madre, y quiénes son mis hermanos? Luego, mirando a los que estaban sentados a su alrededor, añadió, señalando a sus discípulos: Estos son mi madre y mis hermanos. [private] Porque cualquiera que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre. Los que oyen el mensaje de Dios y lo ponen en práctica, esos son mi madre y mis hermanos. Mateo 12:46-50; Marcos 3:31-35; Lucas 8.19-21
Una de las grandes tragedias humanas de la vida de Jesús fue que, durante Su vida, los que tuvo más cerca y Le eran más queridos no Le comprendieron. Porque ni siquiera Sus hermanos -nos dice Juan- creían en Él» … y es que ni siquiera sus hermanos creían en él. (Juan 7:5). Marcos nos dice que, cuando Jesús emprendió -Su misión pública, Sus amigos trataron de impedírselo, porque decían que estaba loco: Cuando lo supieron los parientes de Jesús, fueron a llevárselo, pues decían que se había vuelto loco. (Marcos 3:21). Les parecía que se estaba dedicando a tirar Su vida por la borda en una locura.
Ha sucedido muchas veces que, cuando una persona se embarca en la Obra de Jesucristo, sus parientes y amigos no la pueden entender y le son hostiles. «Un cristiano no tiene más parientes que los santos,» dijo uno de los primeros mártires. Muchos de los primeros cuáqueros pasaron esta -amarga experiencia. Cuando Edward Burrough se sintió llamado al nuevo camino, «sus padres desintieron de su «espíritu fanático» y le echaron de casa.» Le suplicó humildemente a su padre: «¡Déjame que me quede, y seré tu servidor! Haré para ti el trabajo de un jornalero. ¡Déjame quedarme!» Pero, como dice un biógrafo: « Su padre se mantuvo impertérrito; y por más que el joven amaba su hogar y su ambiente familiar, su padre no quiso saber más de él.»
La verdadera amistad y el verdadero amor se basan en ciertas cosas sin las que no pueden existir.
(i) La amistad se basa en un ideal común.
Personas que son muy diferentes de ambiente, de equipamiento intelectual y aun de métodos, pueden ser buenos amigos si tienen un ideal común por el que trabajan y que tienen por meta.
(ii) La amistad se basa en una experiencia común, y en los recuerdos que deja.
Muchas veces la amistad surge de haber pasado por alguna gran experiencia que pueden revivir juntos.
(iii) El verdadero amor se basa en la obediencia. Vosotros sois mis amigos -dice Jesús- si hacéis lo que Yo os mando. (Juan 15:14).
No hay manera de demostrar la realidad del amor más que por el espíritu de obediencia.
Por todas estas razones, el verdadero parentesco no es siempre una cuestión de carne y hueso. Sigue siendo verdad que la sangre es un vínculo que nada puede romper, y que muchas personas encuentran su deleite y su paz en el círculo familiar; pero también es verdad que a veces los más allegados familiarmente de una persona son los que menos la entienden, y que encuentra la verdadera amistad entre los que trabajan con ella por un ideal común y con, los que comparte una experiencia común. No se puede negar que, aunque un cristiano se encuentre con que los que están más cerca de él son los que menos simpatizan con él, siempre tendrá la comunión con el Señor Jesucristo y la amistad de todos los que aman al Señor.