No son los clavos fríos, ni el cruel madero, ni la punzante espina, ni la aguda lanza que el soldado impío hunde en la carne con profunda herida.
No es el sol ardiente que abrasa el rostro y quema la pupila, reseca el labio dulce y a la cándida frente cual tierna flor a su calor marchita.
No es la esponja amarga que a la boca sedienta se aproxima, al reclamo angustioso de la sed que le abrasa, sed que nace del alma y que no es comprendida.
No es tampoco el olvido en el Padre como parece que el Hijo estima, dejándole solo sufrir el martirio, ausente de toda clemencia divina.
No es el clavo frío, no es el sol ardiente, ni el terrible olvido. No es la hiel amarga ni la espina hiriente.
Es tu indiferencia, es tu cruel desvío quien le hirió inclemente con su agudo filo. Y es la sed inmensa de tener tu alma, la que fiera quema sus tiernas entrañas.