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La Iglesia en Jerusalén

Justo González- Los que recibieron su palabra fueron bautizados, y se añadieron aquel día como tres mil personas. Hechos 2. 41 El libro de Hechos nos da a entender que hubo desde los inicios una fuerte iglesia en Jerusalén. Sin embargo, después de sus primeros capítulos, ese mismo libro nos dice muy poco acerca de la historia de aquella comunidad original. Esto se entiende, pues el propósito del autor de Hechos no es escribir toda una historia de la iglesia, sino más bien mostrar cómo, por obra del Espíritu Santo, la nueva fe fue extendiéndose hasta llegar a la capital del Imperio.

El resto del Nuevo Testamento nos dice aun menos acerca de la iglesia de Jerusalén, puesto que en este caso también la mayor parte de los libros del Nuevo Testamento trata acerca de la vida de la iglesia en otras partes del Imperio.

Esto quiere decir que al intentar reconstruir la vida y la historia de aquella primera iglesia nos encontramos ante una infortunada escasez de datos. Sin embargo, leyendo cuidadosamente el Nuevo Testamento, y añadiendo algunos pormenores que nos ofrecen otros autores de los primeros siglos, podemos hacernos una idea aproximada de lo que fue aquella primera comunidad cristiana

Unidad y Diversidad

Es error común entre muchas personas el de idealizar la iglesia del Nuevo Testamento. La firmeza y elocuencia de Pedro en el día de Pentecostés nos hacen olvidar sus dudas y vacilaciones en cuanto a qué debía hacerse con los gentiles que eran añadidos a la iglesia. Y el hecho de que los discípulos poseían todas las cosas en común frecuentemente eclipsa las dificultades que esa práctica acarreó, según puede verse en el caso de Ananías y Safira, y en la “murmuración de los griegos contra los hebreos, de que las viudas de aquellos eran desatendidas en la distribución diaria” (Hechos 6:1).

Este último episodio, que se menciona como de pasada en Hechos, nos indica que ya en la primitiva iglesia comenzaban a reflejarse algunas de las divisiones que existían entre los judíos en Jerusalén. Según hemos mencionado en el capítulo anterior, durante varios siglos Palestina había estado dividida entre los judíos más puristas y aquellos de tendencias más helenizantes. Es a esto que se refiere Hechos 6:1 al hablar de los “griegos” y los “hebreos”. No se trata aquí verdaderamente de judíos y gentiles —pues todavía no había gentiles en la iglesia, según nos lo da a entender más adelante el propio libro de Hechos— sino más bien de dos grupos entre los judíos. Los “hebreos” eran los que todavía conservaban todas las costumbres y el idioma de sus antepasados, mientras que los “griegos” eran los que se mostraban más abiertos hacia las influencias del helenismo. Es posible que algunos de ellos hayan sido judíos que habían regresado a Jerusalén después de vivir en otros lugares, quizá en algunos casos por varias generaciones. En todo caso, la mayor parte de ellos llevaban nombres griegos, y es de suponerse que, además del arameo de la región, hablaban también el griego. Luego, la disputa a que se refiere Hechos es una desavenencia entre cristianos de origen judío, pero unos, por así decir, más judíos que los otros.

Como resultado de este conflicto, los doce convocaron a una asamblea que eligió a siete personas “para servir a las mesas”. El sentido exacto de esta función no está del todo claro, aunque no cabe duda de que lo que los doce tenían en mente era que los siete se dedicarían a labores administrativas, mientras ellos seguían predicando. Pero sí hay dos cosas que resultan claras al leer todo el libro de Hechos. La primera de ellas es que los siete eran representantes del grupo de los “griegos” —todos ellos tenían nombres griegos— y que el propósito de su elección era entonces darle cierta representación a ese grupo. La segunda es que desde muy temprano por lo menos algunos de los siete se dedicaron también a la predicación y a la tarea misionera.

El capítulo siete de Hechos está dedicado a Esteban, uno de los siete que “hacía grandes prodigios y señales entre el pueblo” (Hechos 6:8). Al leer el testimonio de Esteban ante el concilio, nos percatamos de que su actitud hacia el Templo no es del todo positiva (Hechos 7:47–48). El concilio, que está compuesto principalmente por judíos antihelenistas, se niega a escucharle y le apedrea. Esto contrasta con el modo en que el mismo concilio había tratado a Pedro y a Juan, quienes fueron puestos en libertad después de ser azotados (Hechos 5:40). Además, es de notarse el hecho de que cuando se desató la persecución y los cristianos se vieron obligados a huir de Jerusalén, los apóstoles pudieron permanecer en la Ciudad Santa. Cuando Saulo sale hacia Damasco para perseguir a los cristianos que han encontrado refugio en esa ciudad, los apóstoles todavía están en Jerusalén, y al parecer Saulo no se preocupa por ello. Todo lo anterior nos lleva a concluir que los miembros del concilio y el sumo sacerdote se preocupaban más por los cristianos “griegos” que por los “hebreos”.

Como hemos dicho anteriormente, tanto los unos como los otros eran de origen judío. Y no cabe duda de que los miembros del concilio vieran en el cristianismo una herejía que era necesario combatir. Pero al principio esa oposición parece haber ido dirigida principalmente contra los judíos “griegos” que se habían hecho cristianos. Es posteriormente, en el capítulo doce de Hechos, que la persecución se desata contra los apóstoles.

Inmediatamente después de narrar el testimonio y muerte de Esteban, el libro de Hechos pasa a contarnos la labor misionera de Felipe, otro de los siete. Felipe funda una iglesia en Samaria, y los apóstoles envían a Pedro y a Juan para supervisar la labor de Felipe. Luego, resulta claro que ya va comenzando a formarse una iglesia fuera del ámbito de Judea, que esa iglesia no es fundada por los apóstoles, y que a pesar de ello los doce siguen gozando de cierta autoridad sobre toda la iglesia. Después de esto, en el capítulo nueve, Hechos empieza a hablarnos de Pablo, y la iglesia fuera de Palestina se va volviendo cada vez más el centro de la narración. Esto no ha de extrañarnos, pues lo que sucedió fue que los judíos “griegos” que se habían hecho cristianos sirvieron de puente a través del cual la nueva fe pasó al mundo gentil, y pronto la iglesia contó con más miembros entre los gentiles que entre los judíos. Por tanto, la mayor parte de nuestra historia tratará acerca del cristianismo entre los gentiles. Pero a pesar de ello no podemos olvidar aquella primera iglesia, de la que nos llegan sólo lejanos atisbos.

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