Alexander Solzhenitsyn ha hablado poderosamente de esta dimensión controversial de la confesión a través de su vocación como escritor exiliado: «¿Qué puede llegar a hacer la literatura en contra del avance empedernido de la violencia abierta? No nos olvidemos que la violencia no existe por sí sola y no puede hacerlo; está necesariamente entretejida con mentiras. La violencia encuentra su único refugio en la falsedad, la falsedad su único apoyo en la violencia… Pero los escritores y los artistas… pueden vencer a la mentira. En la lucha contra la falsedad, el arte siempre ha vencido y siempre vencerá. Una palabra de verdad pesará más que todo el mundo.
La victoria de la verdad sobre la falsedad, sin embargo, no llega ni rápida ni fácilmente. De este modo, nuestra confesión no puede estar basada en el optimismo de que será fácilmente aceptada. Por el contrario, la confesión es una obligación de toda la vida que debemos cumplir porque la realidad hacia la cual apuntamos no es nuestra, sino que es un don de Dios que es cierto sin importar si alguna otra persona lo reconoce y acepta como tal. Elie Wiesel cuenta acerca de un hombre recto que fue a la ciudad pecadora de Sodoma, dispuesto a salvar a sus habitantes de la destrucción.
Día y noche caminó por las calles y los mercados predicando en contra de la avaricia y del robo, de la falsedad y la indiferencia.
Al principio la gente escuchaba y sonreía irónicamente. Después dejaron de escuchar; ni siquiera reaccionaron. Los asesinos siguieron asesinando, los sabios siguieron callados, como si no hubiera un hombre justo en su medio.
Un día, un niño movido por la compasión hacia el predicador desafortunado, se acercó a él con estas palabras:
—Pobre extranjero, grita, se gasta en cuerpo y alma; ¿no ve que no hay esperanza?
—Sí, me doy cuenta —contestó el Hombre Justo.
—¿Y entonces por qué sigue?
—Te diré por qué. Al principio, pensé que podría cambiar al hombre. Hoy, sé que no puedo hacerlo. Si sigo gritando hoy, si sigo así, ¡es para impedir que el hombre me cambie a mí!
La relación ente la confesión y la experiencia de la salvación está definida de la mejor manera en Romanos 10:9, 10. Pablo empezó por identificar a la confesión como una condición de la salvación («si confesares con tu boca… serás salvo», v. 9), pero terminó por describir la confesión como una expresión de la salvación (v. 10). El original griego dice literalmente que con los labios se hace la confesión a la salvación. Es decir, por medio de la confesión uno se extiende para tomar una salvación que es esencialmente futura y la hace parte de la experiencia presente al ponerla en palabras. La cuestión no es que el decirlo lo hace realidad, sino más bien que la salvación ya está y puede ser experimentada en el grado en que es confesada.
Las realidades más grandes de la vida son invisibles: el amor, el valor, el patriotismo. Pero el amor tiene su beso, el valor tiene sus medallas, el patriotismo tiene su bandera para encarnar las realidades invisibles que expresan. La realidad más invisible de todas es Dios, pero aun él se hizo visible en la vida de Jesucristo. «aquel Verbo… hecho carne» (ver Juan 1:14) era la confesión de Dios a la humanidad de su naturaleza más profunda. Del mismo modo, cuando nosotros confesamos nuestra fe a otros, la salvación invisible que está en nuestro corazón se convierte en una palabra pública que permite que otros oigan y crean. Tal confesión describe no tanto a Dios o explica a Dios o recomienda a Dios, como lo transmite, nos confronta con sus reclamos y media su presencia viviente.