Mientras tanto, los discípulos le rogaban: Maestro, come algo. Pero él les dijo: Yo tengo una comida, que ustedes no conocen. Los discípulos comenzaron a preguntarse unos a otros: ¿Será que le habrán traído algo de comer? Pero Jesús les dijo: Mi comida es hacer la voluntad del que me envió y terminar su trabajo. Juan 4:31-34
Este pasaje sigue el esquema normal de las conversaciones del Cuarto Evangelio: Jesús dice algo que no se Le entiende, porque tiene un sentido espiritual. En un principio se toma con un literalismo que no hace sentido; y luego, poco a poco, Jesús va develando el significado hasta que se entiende y asume. Es exactamente lo mismo que hizo Jesús hablando con Nicodemo acerca del nuevo nacimiento, y con la Samaritana acerca del agua que apaga definitivamente la sed.
Para entonces, los discípulos habían vuelto con provisiones, y Le dijeron a Jesús que comiera algo: Le habían dejado tan cansado y exhausto que se preocuparon al verle con tan poco interés en probar lo que habían traído. Es sorprendente cómo una gran tarea puede elevar a una persona por encima y más allá de las necesidades corporales.
El gran luchador por la libertad de los esclavos, Wilberforce, fue toda la vida un tipo pequeño, insignificante y enfermizo. En la Cámara de los Comunes, sus señorías casi siempre sonreían al descubrir apenas cuando se ponía en pie para hablar; pero cuando empezaban a salir raudales de fuego y de poder de aquella figurilla, el lugar estaba abarrotado y en suspenso. Como decían, «el alevín (pez de agua dulce que se utiliza para repoblar ríos, lagos y estanques; Joven principiante que se inicia en una disciplina o profesión) se volvía una ballena.» Su mensaje, su misión, la llama de la verdad y la dinámica del poder conquistaban su debilidad física. Hay un cuadro de John Knox predicando en su ancianidad. Era un hombre acabado físicamente; tan débil, que tenían que subirle casi en vilo por los peldaños del púlpito, y dejarle apoyándose en el atril. Pero, poco después de empezar a predicar, su voz ya había recuperado su antigua potencia de trompeta, y parecía que iba a reducir el púlpito a astillas de los puñetazos que le daba, y salirse de un salto de él. El mensaje infundía en el hombre una especie de fuerza sobrenatural.
Jesús les dijo a Sus discípulos que Él tenía una comida que ellos no sabían. En su simplicidad, se preguntaban si sería que alguien Le habría traído comida. Entonces les dijo: «Mi comida es hacer la voluntad del Que Me envió.» La gran clave de la vida de Jesús era la sumisión a la voluntad de Dios. Es único porque es la única Persona Que ha habido o habrá jamás perfectamente obediente a la voluntad de Dios. Bien se puede decir que Jesús es la única Persona en todo el mundo que no hizo nunca lo que quería, sino siempre lo que Dios quería.
Era el Enviado de Dios. Una y otra vez, ése es el título que se Le da en el Cuarto Evangelio. Hay dos palabras griegas que se usan en este evangelio que significan enviar: apostellein, que aparece 17 veces, y pempein, 27. Es decir, que no menos de 44 veces se nos dice, o se nos presenta a Jesús diciendo, que Dios Le había enviado. Jesús estaba bajo órdenes. Era el Hombre de Dios.
Así que, cuando vino Jesús al mundo, una y otra vez habló de la misión que se Le había confiado. En Juan 5:36, habla de las obras que el Padre Le había dado para hacer. En Juan 17:4, dice que Su único mérito es que ha acabado la obra que el Padre Le había dado para hacer. Cuando habla de poner y de volver a tomar su vida, es decir, de morir y de resucitar, dice: «Este es el mandamiento que he recibido de Mi Padre» (Juan 10:18). Habla constantemente, como aquí, de la voluntad de Dios. «He bajado del Cielo -dice-, no para hacer mi propia voluntad, sino la del Que Me envió» (Juan 6:38). «Yo hago siempre -dice- lo que a Él le parece bien» (Juan 8:29). En Juan 14:23 establece, por Su propia experiencia personal y de acuerdo con Su ejemplo, que la única prueba de amor está en cumplir los mandamientos del Que uno pretende amar. La obediencia de Jesús no era, como tan a menudo la nuestra, intermitente. Era la misma esencia y el ser, el manantial y el corazón, la dinámica y el motor de Su vida. Es Su gran deseo que seamos como Él fue y es.
(i) Hacer la voluntad de Dios es lo único que conduce a la paz. No puede haber paz cuando se está en desacuerdo con el Soberano del Universo.
(ii) Hacer la voluntad de Dios es lo único que conduce a la felicidad. No puede haber felicidad cuando la ignorancia humana se enfrenta con la sabiduría de Dios.
(iii) Hacer la voluntad de Dios es lo único que conduce al poder. Cuando seguimos el camino que hemos elegido nosotros, no podemos contar más que con nuestro propio poder, y por tanto nos colapsamos inevitablemente. Cuando seguimos el camino que Dios tiene para nosotros, contamos con Su poder, y por tanto la victoria es segura.