Voy a decirles a quién se parece el que viene a mí y me oye y hace lo que digo: se parece a un hombre que para construir una casa cavó primero bien hondo, y puso la base sobre la roca. Vino la lluvia, crecieron los ríos y soplaron los vientos contra la casa; el agua dio con fuerza contra la casa, pero ni moverla pudo, porque estaba bien construida, no cayó, porque tenía su base sobre la roca. Pero el que me oye y no hace lo que yo digo, es como un tonto que construyó su casa sobre la arena y sin cimientos. Vino la lluvia, crecieron los ríos, soplaron los vientos y dieron con fuerza contra ella, y la casa se vino abajo, se derrumbó y quedó completamente destruida. ¡Fue un gran desastre!» Cuando Jesús terminó de hablar todo esto, toda la gente estaba admirada de cómo les enseñaba y su enseñanza, porque lo hacía con plena autoridad, y no como sus escribas, maestros de la ley. Mateo 7:24-28; Lucas 6:47-49 Marcos 1:22
Jesús era un experto en un doble sentido. Era un experto en la Escritura. El autor de Proverbios le dejó una sugerencia para Su alegoría: «Cuando pasa el torbellino, el malo no permanece, pero el justo está establecido para siempre» (Proverbios 10:25). Aquí tenemos el boceto del cuadro que Jesús pintó de las dos casas y los dos constructores. Pero Jesús era también un experto en la vida.
Era un artesano que sabía todo lo que había que saber sobre cómo construir casas, y cuando hablaba acerca de los cimientos de una casa sabía de lo que estaba hablando. Esta no es una ilustración inventada por un literato en su despacho; es la ilustración de un hombre práctico.
Esta tampoco era una ilustración traída por los pelos; sino la historia de la clase de cosa que podía suceder muy fácilmente. En Palestina el constructor tenía que tener previsión. Había muchos valles que en verano parecían arenales agradables, pero que en invierno eran el lecho de furiosos torrentes. Podía ser que alguien estuviera buscando dónde construirse la casa; vería ese huequecito arenoso agradablemente protegido, y pensaría que era el lugar ideal. Pero, si no era hombre previsor, a lo mejor construía su casa en el lecho seco de un torrente; y, cuando llegara el invierno, se le desintegraría la casa. Hasta en un lugar ordinario sería tentador empezar a construir en un terreno arenoso y nivelado, sin tener que preocuparse de profundizar hasta encontrar la roca; pero de esa manera el desastre acechaba a corto plazo. Sólo una casa cuyo cimiento sea firme podrá resistir la tormenta; y sólo una vida cuyos cimientos sean estables podrá superar la prueba. Jesús demandaba dos cosas.
(i) Demandaba que se Le escuchara. Una de las grandes dificultades que tenemos que arrostrar hoy en día es el simple hecho de que la gente a menudo no sabe lo que Jesús dijo o lo que la Iglesia enseña.
De hecho, la cosa es peor todavía. A menudo se tiene una idea totalmente equivocada de lo que dijo Jesús y de lo que la Iglesia enseña. No forma parte de la obligación de ninguna persona respetable el condenar a una persona, o a una institución que no se ha escuchado -y eso es hoy precisamente lo que hacen muchos. El primer paso hacia la vida cristiana es sencillamente darle a Jesucristo una oportunidad de que se Le escuche.
(ii) Demandaba que las personas hicieran. El conocimiento sólo llega a ser pertinente cuando se traduce en acción.
Es perfectamente posible sacar sobresaliente en un examen de ética cristiana, y sin embargo no ser cristiano. El conocimiento debe convertirse en acción; la teoría debe materializarse en la práctica; la teología debe convertirse en vida. No tiene mucho sentido ir al médico, a menos que se esté preparado a hacer lo que nos diga. No tiene mucho sentido acudir a un experto, a menos que se esté preparado a poner en práctica su consejo. Y sin embargo hay miles de personas que escuchan la predicación de Jesucristo todos los domingos, y que tienen suficiente conocimiento de lo que Jesús enseñó, y sin embargo se esfuerzan poco o nada en ponerlo en práctica. Si queremos ser seguidores de Jesús en algún sentido que merezca ese título, debemos oír y hacer.
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