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La autoridad del Hijo de Dios

El detalle importante del pasaje estriba en el hecho de que Daniel se escribió en días de terror y de persecución, y contiene una visión de la gloria que sucedería algún día al sufrimiento que estaba pasando el pueblo de Dios. En Daniel 7:1-7, el vidente describe bajo el simbolismo de bestias a los grandes imperios paganos que han ejercido dominio en el mundo. El león con alas de águila (7:4) representa al imperio de Babilonia; el oso con tres costillas en la boca, como si estuviera devorando un cadáver (7:5), al imperio de Media; el leopardo con cuatro alas y cuatro cabezas (7:6) representa al imperio de Persia; y la bestia grande y terrible de dientes de hierro y diez cuernos (7:7), al imperio de Macedonia.

Todos estos poderes terribles pasarán, y la autoridad y el dominio se le darán a uno semejante a hijo de hombre. El sentido es que los imperios que han ejercido la soberanía han sido tan salvajes que sólo se los podía describir en términos de bestias feroces; pero va a venir al mundo un poder tan benigno y amable que será humano y no bestial. En Daniel, la frase describe la clase de poder que va a gobernar el mundo. Alguien tendrá que introducir y ejercer ese poder; y los judíos tomaron ese título y se lo aplicaron al Escogido de Dios que algún día traería la nueva era de compasión y amor y paz; y así llegaron a llamar al Mesías esperado El Hijo del Hombre.

Entre el Antiguo y el Nuevo Testamento surgió toda una literatura que trataba de la era dorada por venir. Una obra que ejerció una influencia especial fue el Libro de Enoc, en el que aparece una y otra vez una gran figura que se llama Aquel Hijo del Hombre, que está esperando en el Cielo hasta que Dios le envíe a la Tierra para introducir Su Reino y asumir el mando. Así que, cuando Jesús se llamaba a Sí mismo El Hijo del Hombre, no estaba haciendo otra cosa que llamarse a Sí mismo el Mesías. Aquí presentaba unas credenciales tan claras que no dejaban lugar a dudas.

(ii) Pero no es que Jesús presente Sus credenciales come el Mesías de Dios sólo en estas palabras, sino que está implícito en frase tras frase. El mismo milagro que había realizado en el paralítico era una señal de que Jesús era el Mesías. La descripción que nos hace Isaías de la nueva edad de Dios incluía que «el cojo saltaría como un ciervo»: Entonces el cojo saltará como un ciervo,  y cantará la lengua del mudo;  porque aguas serán cavadas en el desierto,  y torrentes en la soledad. (Isaías 35:6). Y en la visión de Jeremías, cojos y ciegos se reunirían: He aquí yo los hago volver de la tierra del norte,  y los reuniré de los fines de la tierra,  y entre ellos ciegos y cojos,  la mujer que está encinta y la que dio a luz juntamente;  en gran compañía volverán acá. (Jeremías 31:8).

(iii) Tenemos la declaración que hace Jesús en repetidas ocasiones de que Él resucitará a los muertos y será su juez. En el Antiguo Testamento, Dios era el único que podía resucitar a los muertos y que tenía el derecho de juzgarlos: «Yo, soy Yo, y no hay más dioses a Mi lado: Yo hago morir, y Yo hago vivir» (Deuteronomio 32:39). «El Señor mata y Él da la vida» (1 Samuel 2:6). Cuando el general sirio Naamán acudió a que le curaran de la lepra, el rey de Israel dijo alucinado de desesperación: «¿Soy yo Dios, que mate y dé vida?» (2 Reyes 5:7). El poder para hacer morir y vivir pertenecía inalienablemente a Dios; y lo mismo sucedía con el juicio. «El juicio es de Dios» (Deuteronomio 1:17).

En el pensamiento de épocas sucesivas, esta función de resucitar y, posteriormente, juzgar a los muertos se le reconoció como una de sus atribuciones al Mesías cuando viniera a inaugurar la nueva era de Dios. Enoc dice del Hijo del Hombre: «La totalidad del juicio se le confió» (Enoc 69:26s). Jesús, en nuestro pasaje, dice que los que hayan obrado el bien resucitarán para la vida, y los que hayan obrado el mal resucitarán para la muerte. El Apocalipsis de Baruc establece que cuando llegue la era de Dios: «El aspecto de los que ahora obran maliciosamente se pondrá peor de lo que es ahora, porque habrán de sufrir tormento,» mientras que los que han confiado en la Ley y obrado de acuerdo con ella estarán cubiertos de belleza y esplendor» (Baruc 51:1-4). Enoc dice que ese día: «La Tierra se rasgará, y todo lo que viva en ella perecerá, y tendrá lugar el juicio de toda la humanidad» (Enoc 1:5-7). El testamento de Benjamín dice: «Toda la humanidad resucitará: algunos serán exaltados, y algunos humillados y avergonzados.» Para Jesús, el hablar así era un acto de un valor sin igual y extraordinario. Tiene que haber sabido que el presentar esas credenciales les sonaría sin duda a blasfemia a los líderes judíos más ortodoxos, y sería atraerse la muerte. Los que oyeran tales afirmaciones no podrían hacer más que una de dos cosas: aceptar a Jesús como el Hijo de Dios, o rechazarle y odiarle como blasfemo. Ahora vamos a estudiar este pasaje por secciones.

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