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La adopcion

En el mundo neotestamentario era común que un griego sin hijos adoptara un esclavo fuerte e inteligente para perpetuar su nombre, cuidarlo en su vejez y eventualmente recibir su herencia.

De ese modo, literalmente, el esclavo se convertía en hijo y el hijo en heredero. Pablo vio que esos mismos cambios ocurrían en la vida de aquellos que habían sido adoptados por Dios para llevar su nombre en el mundo, velar por sus intereses en la tierra y, por fin, recibir la herencia que tiene para los suyos.

Fred Craddock ha relatado cómo volvió al lugar de su origen en el estado de Tennessee, para unas vacaciones en la ciudad de Gatlinburg. Una noche él y su esposa estaban cenando en un restaurante con una bella vista de las montañas cuando vieron a un caballero mayor, muy distinguido, saludando a la gente de mesa en mesa como si fuera el propietario. Siendo un extraño de vacaciones, le molestó un poco a Craddock la interrupción cuando el anciano finalmente llegó a su mesa y empezó a hablar. Cuando se enteró de que Craddock enseñaba a predicadores en un seminario de Oklahoma, la visita no invitada contestó que tenía un relato para contarle y sin más arrimó una silla y empezó a hablar.

«Nací a unas pocas millas de aquí, por la montaña», empezó. « Mi madre no estaba casada en esa época y el reproche que caía sobre ella pronto cayó sobre mi también. Tenían un nombre para mi cuando empecé la escuela que no era muy lindo, haciendo que me quedara solo en los recreos porque las burlas eran muy hirientes. Era aún peor ir al pueblo con mi madre el sábado por la tarde y sentir todos esos ojos mirándome con la pregunta: `¿De quién eres hijo?»’

Continuó: «Cuando tenia unos doce años llegó un nuevo predicador a la pequeña iglesia de nuestra comunidad y empecé a asistir atraído por su poder y elocuencia. Siempre entraba tarde y salía temprano porque le temía a esa mirada que decía: `¿Qué hace un chico como tú en un lugar como este?’ Pero un domingo terminó la oración final antes de que me diera cuenta de ello y me encontré atrapado en medio de un montón de gente que iba rumbo a la puerta. Antes de que pudiera escaparme sentí una mano sobre mi hombro y me di vuelta para encontrar la mirada penetrante del predicador. `¿Quién eres, hijo?’, me preguntó, mientras yo pensaba para mis adentros que otra vez se repetía la misma historia. Pero entonces, al mismo tiempo que se le iluminó la cara con una sonrisa me dijo: `Un momento. Ya sé quién eres. Veo el parecido familiar.

¡Eres un hijo de Dios!’ Y con eso me dio una palmadita y me dijo: `Hijo, tienes una gran herencia. Vé a reclamarla.’ Esa oración — concluyó el anciano—, literalmente cambió mi vida.»

Para entonces, Craddock estaba completamente cautivado por el relato y preguntó quién era su interlocutor, quien le contestó que se llamaba Ben Hooper. Entonces Craddock empezó a recordar que su abuelo solía contarle cómo, en dos ocasiones distintas, la gente de Tennessee había elegido como gobernador a un hombre que I había comenzado la vida como un hijo ilegítimo, un hombre que se llamaba Ben Hooper. El se dio cuenta, como lo debemos hacer nosotros, que aun esa tragedia podía ser redimida al descubrir lo que significa ser un hijo de Dios y salir a reclamar esa gran herencia.

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