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Juan el Bautista vuelve a hablar de Jesús

Después de esto, Jesús fue con sus discípulos a la región de Judea, donde pasó algún tiempo con ellos bautizando. También Juan estaba bautizando en Enón, cerca de Salim, porque allí había mucha agua; y la gente iba y era bautizada. Esto sucedió antes que metieran a Juan a la cárcel. Pero algunos de los seguidores de Juan comenzaron a discutir con un judío sobre el asunto de la purificación, y fueron a decirle a Juan: Maestro, el que estaba contigo al otro lado del Jordán, de quien diste testimonio, ahora está bautizando y todos lo siguen. Juan les dijo: Nadie puede tener nada, si Dios no se lo da. Ustedes mismos me oyeron decir claramente que yo no soy el Mesías, sino uno que ha sido enviado delante de él. En una boda, el que tiene a la novia es el novio; y el amigo del novio, que está allí y lo escucha, se llena de alegría al oírlo hablar. Así también mi alegría es ahora completa. Él ha de ir aumentando en importancia, y yo disminuyendo.  Juan 3:22-310

Ya hemos visto que uno de los propósitos del autor del Cuarto Evangelio era asegurar que Juan el Bautista ocupaba el lugar que le correspondía como precursor de Jesús, pero no más. Todavía había algunos que estaban dispuestos a llamar a Juan maestro y señor; el autor del Cuarto Evangelio quiere mostrar que Juan ocupaba un lugar importante, pero que el más importante Le correspondía exclusivamente a Jesús; y quiere mostrar que el mismo Juan nunca tuvo la menor duda de que Jesús era supremo. Con ese fin hace referencia al tiempo en que coincidieron los ministerios de Juan y de Jesús. Los evangelios sinópticos no lo hacen: Después que metieron a Juan en la cárcel, Jesús fue a Galilea a anunciar las buenas noticias de parte de Dios. (Marcos 1:14) Marcos nos dice que fue después de que encarcelaran a Juan cuando Jesús empezó Su ministerio. No vale la pena discutir cuál de los dos relatos es el más correcto históricamente; pero el Cuarto Evangelio, al presentar la coincidencia de los dos ministerios, muestra la superioridad de Jesús más claramente en el contraste. Una cosa es segura: que este pasaje nos presenta el encanto de la humildad de Juan el Bautista. Estaba claro que la gente estaba dejando a Juan para irse con Jesús. Los discípulos de Juan estaban preocupados. No les gustaba que su maestro quedara en un segundo lugar, ni verle abandonado por las multitudes que se agolpaban para escuchar al nuevo Maestro.

En respuesta a sus quejas habría sido comprensible que Juan se hubiera dado por ofendido, abandonado e injustamente olvidado. Algunas veces la compasión de un amigo es lo que peor nos cae. Puede hacer que nos sintamos víctimas y que nos han tratado injustamente. Pero Juan estaba por encima de esas actitudes. Les dijo tres cosas a sus discípulos.

(i) Les dijo que nunca había esperado otra cosa. Les recordó que ya les había advertido que no era a él al que le correspondía el puesto más importante, sino que él no era más que un heraldo, el precursor que viene a anunciar y preparar las cosas para la llegada de Otro más importante.

Haría más fácil la vida el que hubiera más personas dispuestas a representar papeles secundarios. Muchos quieren ser los protagonistas; pero Juan no era uno de ellos. Sabía muy bien que Dios le había asignado una misión subordinada. Nos ahorraríamos un montón de resentimiento y de frustración si nos diéramos cuenta que hay ciertas cosas que no nos corresponden, y aceptáramos de corazón e hiciéramos lo mejor posible la labor que Dios nos ha asignado.
El hacer algo secundario para el Señor lo convierte en una gran tarea. Como decía la señora Browning: «Todo servicio cuenta igual para Dios.» Cualquier cosa que se hace para Dios es grande por naturaleza.

(ii) Les dijo que nadie -puede recibir más de lo que Dios le dé. Si el nuevo Maestro estaba ganando más seguidores no era porque se los estaba robando a él, a Juan, sino porque Dios Se los estaba dando.
Hubo un cierto pastor americano que se llamaba el doctor Spence. En un tiempo había sido muy popular, y había tenido llena la iglesia; pero con el paso del tiempo la asistencia fue bajando. Había venido a la iglesia de enfrente un pastor nuevo que gustaba más.
Una tarde, el doctor Spence miró a su pequeño rebaño y preguntó: –¿Dónde se ha metido toda la gente? Se produjo un silencio tenso, que por fin rompió uno de los miembros del consejo de la iglesia: –Creo que se han ido a la iglesia de enfrente a escuchar al nuevo pastor. El doctor Spence se quedó callado un momento, y luego dijo, sonriendo complacido: –Pues, bien; creo que deberíamos seguir su ejemplo todos. Y se bajó del púlpito y se dirigió a la iglesia de enfrente al frente de sus fieles.
¡Cuántos celos, frustraciones y resentimientos nos ahorraríamos si tuviéramos presente que el éxito de los demás se lo da Dios, y estuviéramos dispuestos a aceptar el veredicto de Dios y Su elección!

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