Juan 8: Miseria y misericordia

(ii) Este incidente nos presenta gráfica y cruelmente la actitud de los escribas y fariseos hacia la gente. No miraban a esta mujer como la persona que era, sino como un objeto, como un instrumento del que se podían valer para formular una acusación contra Jesús. La estaban usando como se podría usar una herramienta para cualquier trabajo. Para ellos, no tenía nombre, ni personalidad, ni sentimientos; era como un peón en el tablero de ajedrez, que se podía sacrificar para ganar posición; en estas circunstancias, para destruir a Jesús.

Siempre está mal el considerar a las personas como cosas; el hacerlo es manifiestamente contrario al Espíritu de Cristo. Se decía de la famosa economista Beatrice Webb, luego lady Passfield, «que veía a las personas como Números que andaban.» El doctor Paul Tournier, en su Libro de casos de un médico, habla de lo que él llama «el personalismo de la Biblia.» Señala cuánto le gustan a la Biblia los nombres. Dios le dice a Ciro: «Yo soy el Señor, el Dios de Israel, Que te pongo nombre» (Isa_45:3 ). Hay páginas enteras de nombres en la Biblia. El Dr. Tournier insiste en que esta es una prueba de que la Biblia piensa en la gente, primero y principalmente, no como casos o Números de estadística, sino como personas. « El nombre propio es el símbolo de la persona. Si olvido los nombres de mis pacientes, si me digo: «¡Ah, sí! Ese es el tipo de la vesícula, o el tuberculoso que vi el otro día,» estoy más interesado en sus vejigas o pulmones que en ellos como personas.» Insiste en que un paciente debe ser siempre una persona, y nunca un caso.

Es sumamente improbable el que aquellos escribas y fariseos supieran ni el nombre de aquella mujer. Para ellos no era más que un caso de desvergonzado adulterio que podía entonces ser usado como instrumento para conseguir su propósito. En el instante en que las personas se convierten en cosas, ha muerto el espíritu del Evangelio.

Dios usa su autoridad para hacer que las personas se hagan buenas a base de amarlas; para Dios, una persona no se convierte nunca en una cosa. Debemos usar la autoridad de que disponemos siempre para comprender y siempre para por lo menos intentar rehabilitar a la persona que ha cometido un error; y nunca empezaremos siquiera a hacerlo así a menos que recordemos que todos los hombres y las mujeres son personas, y no cosas.

Además, este incidente nos dice mucho de Jesús y de su actitud hacia los pecadores.

(i) Era uno de los primeros principios de Jesús que sólo la persona que fuera sin falta podría emitir un juicio sobre las faltas de otros. «No juzguéis -dijo Jesús-, y no os expondréis al juicio» (Mat_7:1 ). También dijo que el que se aventurara a juzgar a su hermano sería como el que tuviera una viga metida en el ojo y tratara de limpiar una motita que tuviera en el ojo otra persona (Mat_7:3-5 ). Una de las faltas más corrientes de la vida es la de tantos de nosotros que exigimos niveles a otros que nosotros ni siquiera tratamos de alcanzar; y tantos de nosotros condenamos faltas en otros que están bien a la vista en nuestra propia vida. La cualificación para juzgar no es el conocimiento, que está al alcance de cualquiera, sino la bondad a que se haya llegado, y ahí ninguno somos perfectos. Los mismos Hechos de la condición humana proclaman que Dios es el único que tiene derecho a juzgar, por la sencilla razón de que ningún hombre es suficientemente bueno para juzgar a un semejante.

(ii) Era también uno de los primeros principios de Jesús que nuestra primera reacción hacia alguien que ha cometido un error debe ser la compasión. Se ha dicho que el primer deber del médico es «a veces, curar; a menudo, aliviar, y siempre, ofrecer consuelo.» Cuando una persona que está sufriendo de alguna incapacidad acude al médico, éste no la mira con asco, aunque esté sufriendo una enfermedad repulsiva. De hecho, la repugnancia normal que es a veces inevitable es absorbida en el deseo superior de ayudar y de curar. Cuando nos encontramos frente a alguien que ha cometido un error, nuestro primer sentimiento debería ser, no: «No voy a tener nada que ver con una persona que sea capaz de tal acción,» sino: «¿Qué puedo hacer para ayudar? ¿Cómo puedo yo anular las consecuencias de ese error? Sencillamente, debemos aplicar a los demás la misma misericordia compasiva que querríamos que se nos mostrara si nos viéramos en una situación semejante.

(iii) Es muy importante que comprendamos exactamente cómo trató Jesús a aquella mujer. Es fácil sacar una impresión totalmente errónea, y llegar a la conclusión de que Jesús perdonó con ligereza y facilidad, como si el pecado no tuviera importancia. Lo que Él dijo fue: «Yo no te voy a condenar ahora mismo; vete, y no peques más. « De hecho, lo que estaba haciendo no era suspender el juicio y decir: «No te preocupes; todo está bien.» Lo que hizo fue algo así como aplazar la sentencia. Dijo: «No voy a dictar una sentencia definitiva ahora; ve, y demuestra que puedes mejorar. Has pecado; vete, y no peques ya más, y Yo te ayudaré todo el tiempo. Cuando llegue el final, veremos cómo has vivido.» La actitud de Jesús hacia el pecador implicaba cierto número de cosas.

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