Juan 8:1-11
La narración con la cual empieza el capítulo octavo del Evangelio de San Juan es algo peculiar. En algunos respectos es única en su clase. No hay otra, en todos los cuatro Evangelios, que le sea exactamente análoga. En todos los siglos ha habido personas de ánimo escrupuloso que se han detenido en este pasaje y han dudado de que hubiera sido escrito por San Juan. Mas no puedo probarse con facilidad qué justicia haya habido para tales escrúpulos.
Suponer, como lo han hecho algunos, que en la historia de que nos ocupamos se disimula ó encubre el adulterio y se presenta á. nuestro Señor como teniendo en poco el séptimo mandamiento, es ciertamente padecer una grave equivocación. No hay nada en el pasaje que justifique semejante aserción. No hay ni una frase en que pueda apoyarse. Consideremos con calma el asunto, y examinemos el contenido del pasaje.
Los judíos trajeron ante nuestro Señor una mujer que había cometido adulterio, y le pidieron que manifestase que castigo merecía. Se nos dice explícitamente que le hicieron la pregunta por tentarlo. Su esperanza era poderlo inducir á decir algo por lo cual pudiesen después acusarlo. Tal vez se imaginaron que al que predicaba el perdón y la salvación á los publícanos y á las rameras podría escapársele algo que contradijera ó bien la ley de Moisés ó bien sus propias palabras.
Nuestro Señor conocía á sus mal intencionados interrogadores, y se condujo para con ellos de la manera más discreta, como lo había hecho cuando se trataba del dinero del tributo. Mat_22:17. Rehusó servirles de juez y de legislador, con tanta mayor razón cuanto que el caso que tenían delante había sido decidido ya por su propia ley. Al principio no les dio respuesta alguna.
Mas cuando ellos hubieron reiterado sus preguntas nuestro Señor los redujo al silencio con una respuesta que, además de confundirlos, los obligó á examinar su propio corazón. “El que de vosotros es sin pecado, arroje contra ella la piedra el primero.”El no dijo que la mujer no hubiese pecado, ó que su trasgresión era pequeña ó ligera: lo que hizo fue recordar á sus acusadores que no eran ellos quiénes podían formular contra ella cargo alguno. Sus móviles no eran rectos y sus vidas estaban distantes de ser puras. No venían á la demanda con las frentes limpias. Lo que ellos deseaban en realidad no era vindicar la pureza de la ley de Dios, y castigar una pecadora, sino lanzar contra Jesús los dardos de su malevolencia.
Finalmente, cuando los hombres que habían conducido la desdichada mujer se alejaron de la presencia de nuestro Señor con remordimientos de conciencia, El despidió la culpable pecadora con estas palabras solemnes: “Ni yo te condeno: vete, y no peques más.” No quiso decir con esas palabras que ella no merecía castigo, sino que él no había venido á ser juez. Además, habiéndose ausentado todos los delatores y testigos, no había lugar á juicio ninguno. Por esa razón, dejó ir á la acusada, como si su crimen no hubiera sido comprobado, y le mandó que no pecase más.
Decir en vista de estos hechos sencillos que nuestro Señor desconoció la gravedad del adulterio, no es obrar con justicia. Nada hay en el pasaje que lo pruebe. No hay en toda la Biblia palabras tan enérgicas contra la contravención del séptimo mandamiento como las que pronunció nuestro Señor. Fue él quien enseñó que dicho mandamiento puede ser quebrantado con una mirada ó con un pensamiento así como también con un acto. Mat_5:28. Fue él quien habló de una manera más decidida acerca de la santidad del matrimonio. Mat_19:5. Ahora bien, ninguna de las palabras contenidas en el pasaje de que nos ocupamos está en disonancia con el resto de sus preceptos: lo que el hizo fue simplemente rehusar ser juez y complacer á sus enemigos condenando á una mujer culpable.
Al terminar la consideración de este pasaje es preciso no olvidar que contiene dos lecciones de muy alta importancia.
Se nos enseña, en primer lugar, cuan grande es el poder de la conciencia. Cuando los delatores de la mujer hubieron oído la exhortación de nuestro Señor, “redargüidos de la conciencia, se salieron uno á uno, comenzando desde los más viejos hasta los postreros.”Malvados como eran y endurecidos como estaban, sintieron dentro de sí algo que los llenó de pavor. Aunque la naturaleza humana ha caído de su antigua pureza, Dios se ha dignado dejar en la mente de cada hombre una voz admonitiva.
La conciencia es una facultad muy importante de nuestro espíritu, y está íntimamente relacionada con nuestra vida religiosa. Cierto es que no puede conducirnos á la salvación eterna, que jamás ha encaminado á nadie hacia el Salvador, y que es ciega y puede extraviarse. Sin embargo, no debemos mirarla con desprecio. Es el mejor auxiliar del ministro cuando este clama contra el pecado desde el pulpito. Es el mejor auxiliar de la madre cuando ésta procura contener sus niños de la senda del mal y hacerlos seguir por la del bien. Es el mejor auxiliar del maestro, cuando encarece á sus discípulos los deberes morales. ¡Feliz el que nunca procura acallar la conciencia, mas escucha el sonido de su voz! Más feliz lo es aun el que ora á Dios que la suya sea iluminada por el Espíritu Santo y trasformada por la virtud santificadora de Cristo.