Juan 8: Miseria y misericordia

8.32 Jesús mismo es la verdad que nos liberta (8.36). Es la fuente de la verdad, la norma perfecta de lo que es bueno. Nos liberta de las consecuencias del pecado, del autoengaño y del engaño de Satanás. Nos muestra claramente el camino a la vida eterna con Dios. Jesús no nos da libertad de hacer lo que queramos, sino libertad para seguir a Dios. Al procurar servir a Dios, la verdad perfecta de Jesús nos liberta para que seamos todo lo que Dios quiso que fuésemos.

8.34, 35 El pecado busca la manera de esclavizarnos, controlarnos, dominarnos y dictar nuestros actos. Jesús puede liberarlo de esa esclavitud que le impide ser la persona que Dios tuvo en mente al crearlo. Si el pecado lo limita, lo domina o lo esclaviza, Jesús puede destruir el poder que el pecado tiene sobre su vida.

8.41 Jesús hace distinción entre los hijos de la carne y los hijos legítimos. Los líderes religiosos descendían del patriarca Abraham (fundador de la nación judía) y por lo tanto afirmaban ser hijos de Dios. Pero sus acciones demostraban que eran verdaderos hijos de Satanás, porque vivían bajo la dirección de este. Los verdaderos hijos de Abraham (fieles seguidores de Dios) no se comportaban como ellos lo hacían. Ni el hecho de que sea miembro de una iglesia ni sus relaciones familiares lo hacen un verdadero hijo de Dios. Su verdadero padre es al que imita y obedece.

8.43 Los líderes religiosos no eran capaces de entender porque no querían escuchar. Satanás utilizó su obstinación, su orgullo y sus prejuicios para impedirles que creyesen en Jesús.

8.44, 45 Las actitudes y acciones de estos líderes claramente los identifica como seguidores de Satanás. Es posible que no hayan tenido conciencia de esto, pero su desprecio por la verdad, sus mentiras y sus intenciones homicidas indicaban cuánto control tenía el diablo sobre ellos. Eran sus herramientas para llevar a cabo sus planes; hablaban el mismo idioma de mentiras. Satanás sigue usando a las personas para obstruir la obra de Dios (Gen_4:8; Rom_5:12; 1Jo_3:12).

8.46 Nadie podía acusar a Jesús de pecado alguno. La gente que lo odiaba y deseaba verlo muerto escudriñó su comportamiento, pero no pudo hallar nada malo. Por su vida libre de pecado, Jesús probó que era Dios encarnado. El es el único ejemplo perfecto que podemos seguir.

8.46, 47 En varios lugares Jesús desafió con toda intención a sus oyentes a ponerlo a prueba. Aceptaba gustoso a los que deseaban cuestionar sus declaraciones y su carácter, siempre y cuando tuviesen disposición de obrar en base a lo que descubrían. El desafío de Jesús sacaba a la luz las dos razones más frecuentes que las personas pasan por alto cuando se encuentran con El: (1) nunca aceptan su desafío de ponerlo a prueba, o (2) lo ponen a prueba pero no están dispuestos a creer lo que descubren. ¿Ha cometido usted alguno de estos dos errores?

8.51 Guardar la palabra de Jesús significa escuchar sus palabras y obedecerlas. Cuando Jesús dice que el que la guarda no morirá, se refiere a la muerte espiritual, no a la física. Sin embargo, incluso la muerte física al final se vencerá. Los que siguen a Cristo resucitarán para vivir eternamente con El.

8.56 Dios prometió a Abraham, el padre de la nación judía, que todas las naciones serían benditas por él (Gen_12:1-7; Gen_15:1-21). Abraham pudo verlo mediante los ojos de la fe. Jesús, un descendiente de Abraham, bendijo a todas las personas a través de su muerte, resurrección y oferta de salvación.

8.58 Esta es una de las declaraciones más poderosas que Jesús expresó. Cuando dijo que existía desde antes del nacimiento de Abraham, sin duda proclamaba su divinidad. No solo dijo que existía desde antes de Abraham, también adoptó el nombre santo de Dios (Yo soy: Exo_3:14). Esta declaración exige una respuesta. No puede pasarse por alto. Los líderes judíos trataron de apedrearlo por blasfemia porque declaraba ser igual a Dios. Pero Jesús es Dios. ¿Cómo ha respondido a Jesús, el Hijo de Dios?

8.59 En obediencia a la Ley (Lev_24:16), los líderes religiosos estaban dispuestos a apedrear a Jesús por declarar que era Dios. Entendían a la perfección lo que Jesús declaraba y, como no creían que fuese Dios, lo acusaron de blasfemia. ¡Lo irónico es que los verdaderos blasfemos eran ellos, ya que maldecían y atacaban al mismo Dios que declaraban servir!

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