Juan 8: Miseria y misericordia

La actitud de los judíos no carece de paralelo en la actualidad

(a) Todavía hay personas que tratan de vivir a costa de un pedigrí y un apellido. En algún momento de la historia de su familia, hubo uno que realizó algún servicio realmente sobresaliente a la iglesia o al estado, y desde entonces y por ello reclaman unos honores especiales. Pero un gran apellido no debe ser excusa para una inactividad cómoda, sino un acicate para nuevas empresas de mérito.

(b) Algunos tratan de vivir a costa de una historia y una tradición. Muchas iglesias tienen un sentido injustificado de su propia importancia porque hubo un tiempo en que tuvieron un ministerio famoso. Hay muchas congregaciones que viven del capital espiritual del pasado; pero si no se hace más que sacar y nunca meter, es impepinable que acaba por agotarse.

No hay persona, iglesia o nación, que pueda vivir de las rentas del pasado. Y eso era lo que pretendían los judíos. Jesús es contundente con una actitud así. Declara en efecto que el verdadero hijo de Abraham es el que actúa de la manera que actuaba Abraham. Esto es exactamente lo que había dicho antes Juan el Bautista: le había dicho a la gente sencillamente que el Día del Juicio estaba a las puertas, y que no bastaba con aducir la descendencia de Abraham, porque Dios podía suscitar descendientes de Abraham hasta de las piedras, si quería Mat_3:9; Luk_3:8 ). Era también el razonamiento que habría de usar Pablo una y otra vez. No son la carne y la sangre las que hacen que uno sea verdadero descendiente de Abraham, sino la calidad moral y la fidelidad espiritual.

Este tema particular Jesús lo relaciona especialmente con una cosa. Están buscando la manera de matarle. Eso es justo lo contrario de lo que hizo Abraham. Cuando recibió la visita de un mensajero de Dios, con su acogida y hospitalidad hizo que se sintiera bienvenido Gen_18:1-8 ). Abraham había recibido al mensajero de Dios; los judíos de entonces estaban tratando de matar del Mensajero de Dios. ¿Cómo se atrevían a llamarse hijos de Abraham cuando su conducta era diametralmente opuesta?

Al traer a la memoria la historia del Génesis, Jesús se presenta implícitamente como el Mensajero de Dios. Presenta Sus credenciales aún más explícitamente: «Yo hablo lo que he visto en la presencia del Padre.» Lo fundamental acerca de Jesús es que Él trajo a la humanidad, no Sus propias opiniones, sino el Mensaje de Dios. Él no era simplemente un hombre que les decía a los demás lo que pensaba de las cosas, sino el Hijo de Dios Que comunicaba a la humanidad el pensamiento de Dios. Jesús nos presenta la realidad tal como Dios la ve.

Al final de este pasaje llega una afirmación sobrecogedora. «Lo que hacéis vosotros -dice Jesús- son las obras de vuestro padre.» Acaba de decir que Abraham no es su padre. Entonces, ¿quién es su padre? Hay un momento de suspense. Se aclara en el versículo 44: su padre es el diablo. Los que habían presumido de ser hijos de Abraham tienen que enfrentarse con la devastadora acusación de que son hijos del diablo. Sus obras han revelado su verdadera filiación; porque la única manera de probar que se es hijo de Dios es en la conducta.

TERRIBLE ACUSACIÓN Y FE RESPLANDECIENTE

Juan 8:46-50

-¿Hay alguno de vosotros que Me pueda acusar de pecado? -les preguntó Jesús a los judíos-. Pues, si digo la verdad, ¿por qué no Me creéis? El que es de Dios atiende a las palabras de Dios. Por eso es por lo que vosotros no Me oís: porque no sois de Dios.

-¿No tenemos razón cuando decimos que eres un samaritano y que estás poseso? -dijeron ellos; pero Jesús les contestó:

-Yo no soy ningún poseso. Lo que pasa es que honro a Mi Padre, y vosotros me deshonráis a Mí. Yo no busco Mi propia gloria. Hay Uno que busca y juzga.

Tenemos que tratar de figurarnos esta escena como si la estuviéramos viendo. Aquí hay un drama; y no sólo en las palabras, sino en las pausas intermedias. Jesús empieza con un gran desafío: « ¿Hay alguien aquí d emanda- que puede apuntar con el dedo a algo malo que haya en Mi vida?» A eso debió de seguir un silencio durante el cual Jesús recorrió la multitud con la mirada, esperando que alguien aceptara el desafío extraordinario que acababa de lanzar. El silencio se prolongó. Por mucho, que indagaran, ninguno podía formular una acusación contra El. Después de darles tiempo, Jesús habló otra vez: « ¿Admitís -les dijo- que no me podéis acusar de nada? Entonces, ¿por qué no aceptáis lo que os digo?» Y de nuevo se produjo un silencio incómodo. Luego Jesús contesta a Su propia pregunta: « No aceptáis Mis palabras -les dijo porque no sois de Dios.»

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