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Juan 8: Miseria y misericordia

Todos se marcharon a sus casas; pero Jesús se fue al Monte de los Olivos. Por la mañana temprano estaba otra vez en el recinto del templo, y toda la gente se le acercaba. Él Se sentó y Se puso a enseñarles.

Los escribas y fariseos trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio. La pusieron en medio y Le dijeron a Jesús:

Maestro: Esta mujer ha sido detenida por adulterio, sorprendida en el acto. En la Ley, Moisés nos manda apedrear a tales mujeres. ¿Qué dices Tú a ello?

En realidad Le estaban probando al decir aquello, para tener algo de que acusarle.

Jesús se inclinó y se puso a escribir en el suelo con el dedo. Como ellos seguían preguntándole, se enderezó y les dijo:

-Que el que de vosotros esté libre de pecado sea el primero que le arroje una piedra.

Y volvió a inclinarse y a escribir en el suelo con el dedo. Uno tras otro, los que le habían oído se salieron, empezando por los de más edad y acabando por los más jóvenes, hasta que no quedó allí nadie más que Jesús y, todavía en medio, la mujer.

Jesús se irguió y le dijo a la mujer:

-Mujer, ¿dónde están? ¿Ninguno te ha condenado?

-No, señor -contestó ella.

-Yo tampoco te voy a sancionar ahora -le dijo Él-; así que vete, y de ahora en adelante no peques más.

(Este incidente no figura en los manuscritos antiguos. Véase sobre él la nota de la página 328-30).

Los escribas y fariseos se habían lanzado a buscar alguna acusación para desacreditar a Jesús; y aquí creían que le podrían colocar entre la espada y la pared de manera que no tuviera salida. Cuando surgía una cuestión legal difícil, la costumbre era presentársela a un rabino para que decidiera; así es que los escribas y fariseos le trajeron a Jesús a una mujer que había sido sorprendida en adulterio.

Desde el punto de vista de la ley judía, el adulterio era un grave delito. Los rabinos decían: «Un judío tiene que morir antes de cometer idolatría, asesinato o adulterio.» El adulterio era, pues, uno de los tres pecados más graves, y se castigaba con la pena de muerte, aunque había algunas diferencias en cuanto a la manera de ejecutarla. Lev_20:10 establece: «Si un hombre cometiere adulterio con la mujer de su prójimo, el adúltero y la adúltera indefectiblemente serán muertos.» Allí no se especifica la forma de la ejecución. Deu_22:23-24 establece el castigo en el caso de una mujer que ya está comprometida. En ese caso, ella y el que la sedujo se traerán fuera de las puertas de la ciudad, «y los apedrearéis, y morirán.» La Misná, es decir, la ley judía codificada, establece que la pena por adulterio es la estrangulación, y hasta el método de la estrangulación de detalla: «El hombre se meterá en estiércol hasta las rodillas, con una toalla suave enrollada al cuello (para que no le quede ninguna marca, ya que el castigo es castigo de Dios). Entonces un hombre tirará en un sentido y otro en otro hasta que el reo muera.» La Misná reitera que, en ese caso, hay que lapidar a la mujer. Desde el punto de vista puramente legal, los escribas y fariseos eran perfectamente correctos. Aquella mujer debía morir apedreada.

El dilema en que pensaban meter a Jesús era el siguiente. Si decía que la mujer tenía que ser apedreada, había dos consecuencias. La primera, que Jesús perdería su reputación de piadoso, y ya nunca se le llamaría « amigo de los pecadores». La segunda, que entraría en conflicto con la ley romana, que prohibía a los judíos dictar y ejecutar sentencia de muerte. Si decía que había que perdonar a la mujer, dirían inmediatamente que Jesús enseñaba a quebrantar la ley de Moisés, y que estaba condonando y hasta fomentando el adulterio. Los escribas y fariseos creían que Jesús no se les podría escapar de la trampa; pero Él le dio la vuelta al juicio de tal manera que hizo recaer la acusación contra los acusadores.

Al principio, Jesús estaba inclinado y escribiendo en el suelo con el dedo. ¿Por qué? Hay cuatro posibles razones.

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