Juan 7: El tiempo del hombre y el de Dios

Algunos de la multitud creyeron que Jesús era el Ungido de Dios, porque nadie podría hacer obras más importantes que las que estaba haciendo Jesús. Esa había sido la prueba que había usado el mismo Jesús cuando Juan el Bautista estaba en duda sobre si era Él el Que había de venir o si tenían que esperar a otro. Cuando Juan Le mandó sus mensajeros, la respuesta de Jesús fue: «Id a decirle a Juan lo que habéis oído y visto» Mat_11:1-6 ). El mismo hecho de que hubiera algunos que estaban vacilando en la misma línea de la aceptación movió a las autoridades a la acción. Enviaron alguaciles, probablemente la policía del templo, a arrestar a Jesús. Jesús dijo que estaría con ellos poco tiempo más, pero que llegaría un día cuando Le buscaran, no para detenerle, sino para obtener lo que sólo Él podría darles, pero sería demasiado tarde.

Jesús quería decir que volvería al Padre, de Quien ellos se habían desligado por su desobediencia. Pero Sus oyentes no Le entendieron.. Hacía siglos que los judíos estaban desperdigados por todo el mundo. En alguna ocasión los habían exiliado a la fuerza; en otras épocas de desgracia nacional habían tenido que emigrar al extranjero. Había un término que incluía a todos los judíos que vivían fuera de Palestina, que era diáspora, la dispersión, que todavía se sigue usando para describir a los judíos que viven fuera de la Tierra de Israel. Es la palabra que usa aquí la gente: « ¿Será que Jesús se va a ir a la Diáspora? O, todavía más extraño: ¿será capaz de irse a predicar a los griegos y así perderse entre las masas del mundo gentil? ¿Se irá tan lejos que no Le podamos recuperar?» Es sorprendente el que lo que se presentaba como una absurda sugerencia llegara a ser una profecía. Los judíos lo decían como algo inaceptable e increíble; pero, con el paso de los años, llegó a ser una bendita realidad: el Cristo Resucitado se lanzó a la conquista de todo el mundo gentil.

Este pasaje nos pone cara a cara con la promesa y la advertencia de Jesús. Había dicho: « ¡Buscad y hallaréis!» Mat_7:7 ). Ahora dice: «Me buscaréis, pero no Me encontraréis» (versículo 34). Mucho tiempo atrás, el antiguo profeta había unido las dos frases en un dicho maravilloso: «Buscad al Señor mientras puede ser hallado» (Isaías SS: 6). Una de las características de esta vida es que el tiempo es limitado. La fortaleza física decae, y hay cosas que uno puede hacer a los treinta años que ya no puede hacer a los sesenta. El vigor mental se debilita, y hay tareas intelectuales que se pueden acometer en la juventud pero que están vedadas en la madurez. La fibra moral pierde flexibilidad lo mismo que la muscular; y, si una persona se deja dominar por algún hábito, puede que llegue el día en que ya no se pueda librar de él, aunque al principio lo hubiera podido desterrar de su vida fácilmente.

Así sucede entre nosotros y Jesucristo. Lo que Él le estaba diciendo a Sus oyentes entonces era: «Podéis despertar a un sentimiento de vuestra necesidad demasiado tarde.» Una persona puede estar rechazando a Cristo tanto- tiempo que, al final, ya ni siquiera siente Su atractivo; el mal llega a ser su bien, y el arrepentimiento; imposible. Mientras el pecado todavía nos duele, y la bondad inasequible todavía nos atrae, la oportunidad de buscar y hallarse nos sigue ofreciendo. Pero tenemos que tener cuidado, no sea que nos acostumbremos al pecado de tal manera que ya no nos demos cuenta de que estamos pecando, y descuidemos a Dios tanto que ya nos olvidemos hasta de que existe. Para entonces ya ha muerto el sentimiento de necesidad; y si esto nos falta, ya no podemos hacer nada, porque si no podemos buscar, no podremos encontrar. La única cosa que no nos podemos permitir perder nunca es el sentimiento de pecado.

LA FUENTE DE AGUA VIVA

Juan 7:37-44

El último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y llamó en alta voz:

-¡El que tenga sed, que venga a Mí a beber! Como dice la Escritura: «El que crea en Mí, ríos de agua viva correrán por sus entrañas.»

Aquello lo dijo refiriéndose al Espíritu Que habían de recibir los que creyeran en Él; porque aún no había Espíritu, porque Jesús todavía no había sido glorificado.

Cuando Le oyeron decir aquello, algunos de la multitud dijeron:

-¡Éste es, sin duda, el Profeta prometido!

-¡Éste es el Ungido de Dios! -decían otros.

-¿Es que puede venir de Galilea el Ungido de Dios? -objetaban otros-. ¿Es que no dice la Escritura que el Ungido de Dios es descendiente de David, y que será de Belén, el pueblo de donde era David?

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