Antes de empezar a considerar este pasaje en detalle; debemos aclarar una cuestión. Tenemos que darnos cuenta de que, en esta escena, tiene lugar un debate entre Jesús y los líderes de los judíos en medio de una multitud de espectadores. Jesús está justificando su acción de sanar a un enfermo en sábado, que era técnicamente un quebrantamiento de la ley tradicional concerniente a ese día.
Jesús empieza diciendo que Moisés les dio la Ley, pero que no hay ni uno entre ellos que la cumpla perfectamente. (Veremos dentro de poco lo que quería decir con eso). Entonces, si Él quebrantó la ley para sanar a un enfermo, ¿por qué ellos, que quebrantan la ley, están tratando de matarle?
En este punto, la gente interrumpe el debate con la exclamación: «¡Estás loco! ¿Quién es el que está pensando matarte?» La gente todavía no se ha dado cuenta del odio que sus líderes le tienen a Jesús, ni de su malvado designio de eliminarle. Creen que Jesús padece una manía persecutoria que le tiene desequilibrado; y creen eso porque no conocen los hechos. Jesús no les contesta a esta pregunta, que no es realmente una pregunta sino una interjección de la audiencia.
Jesús continúa con su razonamiento, que es el siguiente. La ley establecía que había que circuncidar a los niños al octavo día de su nacimiento: «Y al octavo día se circuncidará al niño» (Levítico 12:3). Estaba claro que ese día caería frecuentemente en sábado; y la ley concretaba que «todo lo necesario para la circuncisión se podía hacer en sábado.» Así pues, el razonamiento de Jesús seguía estos pasos:
(a) «Vosotros decís que cumplís a rajatabla toda la ley que os ha venido por medio de Moisés que prohíbe que se haga ningún trabajo en sábado, y catalogáis como trabajo toda clase de atención médica que no sea absolutamente necesaria para salvar una vida. No obstante, permitís que se lleve a cabo la circuncisión en sábado.»
(b) Ahora bien: la circuncisión incluye dos cosas. Es una atención médica a una parte del cuerpo humano; y el cuerpo tiene, de hecho, doscientas cuarenta y ocho partes (según el cómputo de los judíos de entonces). Pero también es una especie de mutilación, porque consiste en eliminar algo que formaba parte del cuerpo. «¿Cómo podéis, razonablemente, culparme por darle a un hombre la salud completa de todo su cuerpo cuando vosotros os permitís mutilar cuerpos el sábado?» Ese era una razonamiento sumamente inteligente y que se basaba en los mismos principios de la ley de Dios.
(c) Jesús acaba diciéndoles que traten de ver lo que hay debajo de la superficie de las cosas y de juzgar justamente. Si lo hicieran, ya no podrían acusarle de quebrantar la Ley. Un pasaje como este puede que nos resulte remoto; pero, cuando lo leemos, podemos admirar la clara, profunda y lógica mente de Jesús en operación, y podemos observarle saliendo al paso a los más sabios y agudos hombres de su tiempo con sus propias armas y en sus propios términos; y ver cómo los derrotaba.
LAS CREDENCIALES DE JESÚS
Juan 7:14, 25-30
Cuando el festival iba ya por la mitad Jesús subió al recinto del templo y se puso a enseñar. Algunos de los de Jerusalén decían:
-¿No es este el que estaban buscando para matarle? ¡Y fijaos! ¡Está hablando en público, y no le dicen nada! ¿Será que las autoridades han descubierto sin lugar a dudas que este es el Ungido de Dios? Pero no podría ser así; porque Éste sabemos de dónde es, y cuando venga el Ungido de Dios nadie sabrá de dónde ha venido.
A eso Jesús, mientras enseñaba en el templo, gritó: -¡Conque me conocéis, y sabéis de dónde soy! Pero no he venido por mi propia cuenta, sino que el que me envió es real. Vosotros no le conocéis, pero yo sí, porque he venido de Él, y Él es quien me ha enviado.
A todo esto, les habría gustado encontrar la manera de arrestarle; pero nadie le puso la mano encima, porque su hora no había llegado todavía.
Ya hemos visto que es probable que los versículos 15-24 deban colocarse detrás de 5:47; así que, para restablecer la conexión, pasamos del versículo 14 al 25.
La gente se sorprendió de encontrar a Jesús predicando en el recinto el templo. A lo largo de los lados del atrio de los Gentiles se extendían dos grandes pórticos con columnas: el pórtico Real y el de Salomón. Eran lugares en los que se reunía la gente, y donde a veces enseñaban los rabinos, y sería allí donde se encontraba Jesús entonces. Por lo menos parte de la gente, los que eran de Jerusalén, conocían muy bien la hostilidad de las autoridades hacia Jesús; y se sorprendieron de ver el valor con que desafiaba a las autoridades, y más aún de que le permitieran enseñar públicamente. De pronto se les ocurrió una posibilidad sorprendente: «¿Podría ser que este fuera el Mesías, el Ungido de Dios, y que las autoridades lo hubieran reconocido?»