Los hermanos de Jesús tenían toda la razón del mundo para insistir; pero a Jesús no se le puede manipular. Él hace las cosas, no en el tiempo de los hombres, sino en el de Dios. La impaciencia humana tiene que aprender a esperar en la sabiduría de Dios.
(ii) Es imposible tratar a Jesús con indiferencia. No importaba cuándo fueran a Jerusalén los hermanos de Jesús, porque no iba a pasar nada porque fueran, ni se iba a notar su presencia. Pero el que fuera Jesús era algo muy diferente. ¿Por qué? Porque sus hermanos estaban a tono con el mundo y no lo inquietaban; pero la venida de Jesús es una condenación de la manera de vivir del mundo, y un desafío al egoísmo y al letargo. Jesús tenía que escoger su momento porque, cuando Él llega, suceden cosas.
REACCIONES A JESÚS
Juan 7:10-13
Cuando Sus hermanos ya se habían ido a la fiesta, entonces fue también Jesús, no abiertamente sino, como si dijéramos, de incógnito.
Así que los judíos le estaban buscando entre los asistentes, y no hacían más que decir: -¿Dónde se habrá metido?
Y había muchas discusiones acaloradas entre la gente acerca de Él. Algunos decían: -¡Es una buena persona!
– ¡De eso nada! – replicaban otros-. ¡Está llevando a la gente por mal camino!
Pero nadie hablaba de Él abiertamente, porque tenían miedo de los judíos.
Jesús eligió su momento, y fue a Jerusalén. Aquí se nos presentan las reacciones de la gente. Uno de los puntos supremamente interesantes de este capítulo son las diferentes reacciones que nos cuenta que se produjeron entre la gente.
Vamos a recogerlas aquí ahora.
(i) Tenemos la reacción de sus hermanos (versículos 1-5).
Reaccionaron realmente burlándose y tomándole el pelo despectivamente. No creían en Él; estaban provocándole como si se tratara de un chiquillo travieso. Sigue siendo frecuente esa actitud de desprecio tolerante a Jesús.
George Bernanos, en su Diario de un cura rural, nos cuenta que a veces invitaban al cura en la casona aristocrática de la parroquia. El amo le animaba a hablar y a discutir con los otros invitados, pero siempre lo hacía para divertirse un poco y con un desprecio tolerante, como si estuviera animando a un niño o a un perrillo a desplegar sus gracias. Aún hay quienes no parece que se han dado cuenta de que la fe cristiana es una cuestión de vida o muerte.
(ii) Tenemos el odio declarado de los fariseos y de los principales sacerdotes (versículos 7 y 19). No le odiaban por la misma razón; porque, de hecho, se odiaban entre sí. Los fariseos odiaban a Jesús porque pasaba de sus mezquinas reglas y normas. Si
Él tenía razón, ellos no la podían tener; y amaban su propio sistema más de lo que amaban a Dios. Los saduceos eran un partido político. No observaban las reglas y normas de los fariseos. Casi todos los sacerdotes eran saduceos. Colaboraban con los dominadores romanos, y gozaban de una situación muy cómoda y hasta lujosa. No querían un Mesías; porque cuando viniera se desintegraría su posición política y se les acabaría el chollo. Odiaban a Jesús porque interfería en sus intereses creados, que eran para ellos algo mucho más importante que las cosas de Dios.
Todavía sigue sucediendo el que una persona ame más su propio pequeño sistema que a Dios, y que coloque sus intereses creados por encima del desafío de una vida aventurera y sacrificial.
(iii) Ambas reacciones confluían en un deseo ardiente de eliminar a Jesús (versículos 30 y 32). Cuando los ideales de una persona están en conflicto con los de Cristo, o bien se somete o tratará de buscar la manera de eliminarle a Él. Hitler no quería tener cristianos cerca, porque reconocen una lealtad superior a la que los ata al estado. Una persona se enfrenta con una sencilla alternativa si deja que Cristo entre en su órbita. Tiene que escoger entre lo que ella misma quiere, o lo que Cristo quiere; y, si quiere seguir haciendo su propia voluntad, tiene que tratar de eliminar de su vida a Cristo.
(iv) Tenemos el desprecio arrogante (versículos 15, 47-49). ¿Qué derecho tenía este Hombre para venir a establecer su ley?