3”. Se hace una promesa. Nuestro Señor dijo: “El que cree en mí, de su vientre correrán ríos de agua viva.” Estas palabras tienen doble aplicación. Por una parte enseñan que los que, por medio de la fe, se acercaren a Cristo, verán satisfechas abundantemente todas sus necesidades espirituales; y por otra, que los creyentes no solo gozarán ese bien, sino que vendrán a ser para sus semejantes fuentes de bendición.
Del cumplimiento de lo primero podrían testificar millares de cristianos al día de hoy. Si pudieran ser examinados, ellos certificarían que cuando por la fe se acercaron a Cristo encontraron en él más bendiciones de las que esperaban. Desde la primera vez que creyeron experimentaron una paz, una esperanza, un sosiego, que, a pesar de todas sus dudas y temores no cambiarían por cosa alguna en el mundo. Gracia han encontrado de acuerdo con sus necesidades, y fuerzas de acuerdo con los días de su vida. En sí mismos y en su propio corazón no han encontrado las prendas que esperaban encontrar; mas Cristo jamás ha dejado burladas sus esperanzas.
El cumplimiento de la otra parte de la promesa no será reconocido plenamente sino hasta el día del juicio. Solo en ese día se revelará la suma de bienes que se han hecho a la humanidad por medio de cada creyente, desde el momento mismo de su conversión. Algunos hacen bienes durante su vida por medio de la palabra, como los apóstoles y primeros nuncios del Evangelio. Otros hacen bienes cuando se hallan agonizantes, como Esteban, el ladrón penitente, y los mártires reformadores que perecieron en las llamas. Otros producen bienes largo tiempo después de muertos, por medio de sus escritos, como Baxter y Bunyan. Mas, ya de un modo, ya de otro, resultará que casi todos los creyentes han sido fuentes abundantes de bendiciones. De palabra o por medio del ejemplo, directa o indirectamente, siempre están ejerciendo influjo en el ánimo de los demás.
Al terminar este pasaje debiéramos preguntarnos si sabemos por experiencia lo que es “venir a Cristo.” Aquella alma se encuentra en un estado más triste y peligroso, que no siente cuidado o ansiedad acerca de la eternidad, o en el lenguaje bíblico, que no tiene sed. Y el mayor de los errores es procurar obtener calma y sosiego de otra manera que no sea acudiendo al Salvador. Una cosa es concurrir a la iglesia de Cristo, acudir a sus ministros y cumplir con sus ritos, y otra es acudir al mismo Jesucristo. ¡Feliz el que no solo sabe estas cosas, sino que obra de acuerdo con ellas!
Juan 7:40-53
En estos versículos se nos enseña, en primer lugar, cuan inútiles son los conocimientos en materias religiosas que no van acompañados de la posesión de la gracia divina. Algunos de los oyentes de nuestro Señor sabían bien en dónde había de nacer el Cristo, y se referían a las Escrituras como si su contenido les fuera bien conocido. Y sin embargo, su entendimiento se encontraba de tal manera oscurecido, que su propio Mesías estaba delante de ellos, y ni lo recibieron, ni creyeron en él, ni le obedecieron.
Los conocimientos en materias religiosas son, sin duda, de la mayor importancia. La ignorancia no es, en manera alguna, la madre de la verdadera devoción, y no conduce a nadie al cielo. Un Dios desconocido no puede ser jamás objeto de un culto racional. Bueno seria, a la verdad, que los cristianos tuvieran un conocimiento tan profundo de las Escrituras como el que, según parece tenían los judíos cuando nuestro Señor estuvo en la tierra.
Mas debemos cuidar de no estimar dichos conocimientos en más de lo que realmente valen. No es suficiente que conozcamos los hechos históricos y las doctrinas de nuestra fe, si unos y otras no ejercen un influjo benéfico sobre nuestro corazón y nuestra conducta. Los demonios mismos conocen el credo, y “creen y tiemblan,” pero permanecen tan males como siempre. Jam_2:19. Es del todo posible conocer bien la letra de la Escritura, y saber citar textos con oportunidad, y razonar acerca de las doctrinas del Cristianismo, y al propio tiempo permanecer sumergido en el pecado. Como a muchos hombres de la generación a la cual predicó nuestro Señor, puede sucedemos a nosotros que, a pesar de saber la Biblia, continuemos siendo tan desleales y tan impenitentes como antes.
No olvidemos que lo que es indispensable es un conocimiento acompañado de la contrición y el amor, los cuales tienen sus raíces en el corazón. Ese conocimiento no puede ser comunicado por ninguna escuela o universidad, porque es un don de Dios. Descubrir y deplorar la llaga de nuestros corazones, y aborrecer el pecado; conocer experimentalmente el trono de la gracia y la fuente de la sangre de Cristo; postrarnos diariamente ante Jesús y recordar el ejemplo que nos dejó—he aquí lo que debemos hacer si queremos ser sabios en el sentido más elevado de la palabra.
En estos versículos se nos deja comprender, en seguida, cuan elevadas debieron de haber sido las prendas de nuestro Señor como maestro de religión. Se nos dice que aun los esbirros de los sumos sacerdotes, que recibieron órdenes de aprehenderlo, se asombraron y maravillaron. No puede decirse que ellos estuvieran preocupados a favor suyo, y sin embargo, sabemos que se expresaron en estos términos: “Nunca así ha hablado hombre, como esté hombre habla.”