Juan 7: El tiempo del hombre y el de Dios

Es una queja harto común la de que es difícil determinar en qué doctrina o qué sistema religioso se encuentra la verdad. Para probar la existencia de esa dificultad se llama atención a la gran diversidad de opiniones que en materias de dogma prevalecen en el seno mismo de la iglesia cristiana. En muchos casos esa pretendida imposibilidad de encontrar la verdad se alega Como excusa para vivir sin ninguna religión.

Bueno seria que las personas que se encuentran imbuidas de tales ideas meditasen seriamente sobre las palabras que quedan citadas; pues el argumento que expresan no puede ser contestado o evadido con facilidad, enseñando como enseñan que el verdadero secreto para obtener la clave de la ciencia espiritual es practicar sinceramente lo que sepamos, y que, si concienzudamente hacemos uso de la luz divina que nos ha sido concedida, pronto nuestras mentes serán más y más iluminadas. En una palabra, en cierto sentido es verdad que obrando llegaremos a saber.

En vez, pues, de decir como lo hacen algunos, que es menester que lo sepamos todo con claridad antes de obrar, debiéramos exclamar: “Haremos uso diligentemente de la luz que poseemos, en la creencia que de ese modo recibiremos nuevos conocimientos.” ¡Cuántos misterios no se despejarían si observáramos esta conducta!

Necesario es no olvidar que Dios nos dirige como a criaturas racionales, y no como a brutos o seres inanimados. El se complace en alentarnos, a fin de que hagamos esfuerzos de nuestra parte y de que empleemos con solicitud todos los medios que estén a nuestro alcance. Mucho hay en religión que es suficientemente claro y sencillo. Practiquemos eso, y así llegaremos al conocimiento de lo que es profundo. Por mucho que algunos digan acerca de la imposibilidad de encontrar la verdad, siempre es de notarse que esos hombres saben más de lo que practican. Si sinceramente desean, poseer la verdad ¿porqué no empiezan con los conocimientos de que disponen?

2. Que la alabanza propia de parte de los ministros del Evangelio es diametralmente opuesta a los preceptos de Jesucristo. He aquí las palabras de nuestro Señor: “El que habla de sí mismo gloria propia busca; mas el que busca la gloria del que le envió, este es verdadero, y no hay en él injusticia.”

“Cualquiera persona reflexiva percibirá al punto la verdad de estas palabras. El ministro que tenga verdadera vocación reconocerá la majestad de su Maestro y su propia debilidad, y todo en sí mismo le parecerá indigno. El que, por otra parte, sabe que no ha sido llamado interiormente por el Espíritu Santo, procurará ocultar sus faltas ensalzándose a sí mismo y haciendo alarde de lo elevado de su dignidad. El deseo mismo de ensalzarnos es un síntoma que indica alguna desorganización moral.

¿Hay algún lector que desee ejemplos de esta verdad? Pueden citarse, por una parte, a los escribas y fariseos de los tiempos en que nuestro Señor estuvo en la tierra. Si hubo algo por lo cual se distinguieron más esos hombres, fue el deseo de que se les tributaran encomios. Puede citarse, por otra, a S. Pablo. El sentimiento dominante que se nota en todas sus epístolas es la humildad y el celo por la gloria de Cristo. “Soy el menor de todos los santos.” “No soy digno de ser llamado apóstol.” “Soy el primero de los pecadores.” “No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo, el Señor; y nosotros siervos vuestros por amor de Jesús.” Eph_3:8; 1Co_15:9; 1Ti_1:15; 2Co_4:5.

¿Quiere alguno saber por medio de qué señal puede distinguirse en nuestros días el verdadero siervo de Dios del falso pastor? Que recuerde las expresivas palabras de nuestro Señor y note con cuidado cuál es el principal objeto de alabanza del ministro. No es el pastor aprobado de Dios el que exclama: “ ¡He aquí la iglesia! ¡He aquí los sacramentos! ¡He aquí al clero!” Lo es el que dice: “ He aquí el Cordero.” Feliz, a la verdad, es el ministro que se olvida de sí mismo en el pulpito y se complace en ocultarse tras la sombra sacrosanta de la cruz. En su obra será bendecido, y por medio suyo muchos recibirán la felicidad.

3. Que hay riesgo de que seamos demasiado atropellados en la formación de, nuestros juicios. Los judíos de Jerusalén estaban prontos a condenar a nuestro Señor como trasgresor de la ley de Moisés, porque, por medio de un milagro, había sanado en día sábado. Cegados por el encono, se olvidaron que con el cuarto mandamiento no se intentó jamás prohibir obras de necesidad o de misericordia. Que nuestro Señor había hecho una obra en el sábado es indudable, pero esa no era una obra prohibida por la ley. Por eso atrajeron sobre sí esas palabras de reconvención: “ No juzguéis según lo que parece, mas juzgad justo juicio.”

Estamos a menudo muy propensos a engañarnos con lo que en la apariencia es bueno. Consideramos a algunos hombres como muy buenos cristianos porque exteriormente profesan ser religiosos, y cumplen con comedimiento los deberes del domingo. Nos olvidamos que no todo lo que parece ser bueno lo es, y que la conducta diaria, los gustos, las costumbres, los hábitos, el carácter privado, en fin, forman el verdadero índice de lo que es el hombre. En una palabra, es que nos olvidamos del precepto de nuestro Señor: “No juzguéis según lo que parece.”

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