Juan 7:1-9
Después de estas cosas, Jesús estuvo yendo de un sitio para otro en Galilea. No quería andar por Judea porque los judíos se habían propuesto matarle.
Era cerca de la fiesta judía de los Tabernáculos, y Sus hermanos Le dijeron: Márchate de aquí y vete a Judea para que Tus discípulos tengan oportunidad de ver las obras que realizas; porque nadie que quiera llamar la atención de la gente se limita a hacerlo todo en secreto. Puesto que puedes hacer estas cosas, manifiéstate al mundo.
Y es que ni Sus hermanos creían en Él. Y Jesús les dijo: -El momento de oportunidad que estoy buscando no ha llegado todavía; pero vuestro tiempo siempre está a punto. El mundo no tiene por qué aborreceros a vosotros; pero a mí sí, porque Yo doy testimonio en contra suya de que sus obras son malas. Subid vosotros ahora a la fiesta. Yo no voy todavía porque no me ha llegado el momento.
Y, después de decirles eso, se quedó en Galilea.
La fiesta de los Tabernáculos caía a finales de septiembre o principios de, octubre. Era una de las fiestas de guardar, y todos los varones israelitas que vivieran a menos de veinticinco kilómetros de Jerusalén estaban obligados a asistir. Pero los judíos practicantes de más lejos también procuraban ir. Duraba ocho días en total. Más adelante tendremos ocasión de tratar de la fiesta más extensamente.
Cuando Jesús llegó a Su casa, Sus hermanos Le empujaron para que fuera a Jerusalén; pero Jesús no hizo caso de sus razonamientos, y fue en Su momento.
Hay una cosa exclusiva de este pasaje que debemos advertir. Según la versión Reina-Valera (versículo 6), Jesús dice: «Mi tiempo aún no ha llegado.» Jesús hablaba a menudo acerca de Su tiempo o Su hora. Pero aquí hay una palabra diferente, que no usa nada más que aquí. En los otros pasajes (Juan 2:4; 7:30; 8:20; 12:27), la palabra que usa Jesús, o Juan, es hóra, que quiere decir la hora señalada por Dios. Ese tiempo u hora era inalterable e inevitable. Tenía que aceptarse sin discusión ni posibilidad de cambio porque era la hora en que algo tenía que suceder para que se cumpliera el plan de Dios. Pero en este pasaje la palabra es kairos, que propiamente quiere decir estación propicia, oportunidad; es decir, el mejor momento para hacer algo, cuando las circunstancias son favorables, el momento psicológico. Jesús no está diciendo aquí que no ha llegado la hora señalada por Dios, sino algo mucho más sencillo. Está diciendo que ése no era el momento que podía ofrecerle la oportunidad que estaba esperando.
Esto explica por qué Jesús más tarde sí fue a Jerusalén. Mucha gente se sorprende de que Jesús dijera primero a Sus hermanos que no iría, y luego fue. Schopenhauer, el filósofo alemán, llegó a decir: «Jesucristo dijo una mentira a propósito.»
Otros han tratado de explicar que lo que Jesús quería decir era que no iría a la fiesta públicamente, pero eso no excluía el ir privadamente. Pero lo que Jesús dijo fue sencillamente: «Si voy ahora con vosotros no tendré la oportunidad que estoy buscando. El momento no es oportuno.» Así es que retrasó Su marcha hasta en medio de la fiesta; porque el llegar cuando toda la gente ya estuviera reunida y expectante le daría una oportunidad mucho mejor que si hubiera ido al principio. Jesús eligió el momento con cuidadosa previsión para poder obtener los resultados más efectivos.
En este pasaje aprendemos dos cosas.
(i) Es imposible manipular a Jesús. Sus hermanos hicieron lo posible para obligarle a ir a Jerusalén. Le desafiaron. Tenían razón desde un punto de vista humano. Jesús había realizado Sus mayores milagros en Galilea -el convertir el agua en vino (Juan 2: I ss); la curación del hijo del noble (Juan 4:46); la multiplicación de los panes y los peces (Juan 6:1 ss). El único milagro que se nos relata que hiciera en Jerusalén -aunque se nos dice que «muchos creyeron en Él viendo las señales que hacía» (2:23; 3:2)- fue la curación del inválido de la piscina (Juan S: l ss). Era natural que le dijeran a Jesús que fuera a Jerusalén para que sus partidarios vieran lo que podía hacer. La historia deja bien claro que la curación del inválido se había considerado mucho más como un acto de quebrantamiento del sábado que como un milagro. Además, si Jesús hubiera de conseguir alguna vez ganar adeptos, no podía esperarlo mientras estuviera escondido en un rincón; tenía que actuar de manera que todos pudieran ver lo que era capaz de hacer. Y además, Jerusalén era la clave. Los galileos tenían fama de tener la sangre caliente y la cabeza también. Al que quisiera tener seguidores no le sería difícil conseguirlos en la tensa atmósfera de Galilea; pero Jerusalén era otra cosa. Y era la piedra de toque.