Jesús dijo: «Aunque sea sábado, el amor y la misericordia y la compasión de Dios actúan; y Yo también.» Fue esta última afirmación la que escandalizó a los judíos, porque no podía querer decir nada más que la obra de Dios y la de Jesús eran la misma cosa. Parecía que Jesús se estaba colocando en igualdad con Dios. Lo que Jesús estaba diciendo en realidad lo vamos a ver en la sección siguiente; pero por el momento debemos tomar nota de que Jesús enseñaba que siempre hay que ayudar a los necesitados; que no hay tarea más importante que aliviar el dolor o la angustia de alguien, y que la compasión cristiana debe ser como la de Dios: incesante. Otras obras se pueden aplazar, pero no la de la compasión.
Hay otra creencia judía que aparece en este pasaje. Cuando Jesús se encontró con el hombre en el templo le dijo que no pecara más, no fuera que le viniera algo todavía peor. Para un judío, el pecado y el sufrimiento estaban tan unidos como la causa y el efecto. Si uno sufría, sería porque había pecado; y no podría curarse a menos que se le perdonara el pecado. Los rabinos decían: «El enfermo no sale de la enfermedad hasta que se le perdonen sus pecados.» Este hombre podía discutir que había pecado, y se le había perdonado y, por así decirlo, había salido bien parado; y podía seguir diciendo que, como había encontrado a Uno que podía librarle de las consecuencias del pecado, podía muy bien seguir pecando. Había en la Iglesia Primitiva algunos herejes que decían que la libertad cristiana era una licencia para la naturaleza pecadora (Gal_5:13 ). Había algunos que seguían pecando con la seguridad de que la gracia no se acababa nunca Rom_6:1-18 ). Siempre ha habido personas que han abusado del amor y del perdón y de la gracia de Dios como excusa para pecar. Pero no tenemos más que pensar en lo que costó el perdón de Dios mirando a la Cruz del Calvario para saber que debemos odiar siempre el pecado; pues cualquier pecado quebranta el corazón de Dios.
EL PADRE Y EL HIJO
Jesús continuó diciéndoles:
-Os digo la pura verdad: El Hijo no puede hacer nada que proceda de Él mismo, sino sólo lo que ve hacer al Padre. El Hijo actúa de la misma manera que actúa el Padre; porque el Padre ama al Hijo y Le enseña todo lo que ÉL mismo hace. Y aún Le mostrará obras mayores que éstas, de tal manera que os quedaréis alucinados.
Así empieza la respuesta de Jesús a la acusación que le habían hecho los judíos de que se hacía igual a Dios. Establece tres cosas acerca de Su relación con Dios.
(i) Establece Su identidad con Dios. La verdad sobresaliente acerca de Jesús es que en Él vemos a Dios. Si queremos conocer los sentimientos que Dios tiene para con la humanidad, si queremos saber como reacciona ante el pecado, si queremos ver cómo considera la condición humana, no tenemos más que mirar a Jesús. La mente de Jesús es la Mente de Dios; las palabras de Jesús son las palabras de Dios; las acciones de Jesús son las acciones de Dios.
(ii) Esta identidad no se basa tanto en la igualdad como la obediencia total. Jesús no hacía nunca lo que a Él le parecí mejor, sino siempre lo que Dios quería que hiciera. Precisamente porque Su voluntad estaba totalmente sometida a la de Dios es por lo que podemos ver a Dios en Él. Jesús es para con el, lo que nosotros debemos ser para con Jesús.
(iii) Esta obediencia no consiste en sumisión a un poder, sino en amor. La unidad entre Jesús y Dios es la unidad del amor: A veces conocemos dos mentes que tienen una misma manera de pensar, o dos corazones que laten al unísono. En términos humanos esa es la descripción perfecta de la relación entre Jesús y Dios. Hay una identidad tan completa de mente y voluntad y corazón que el Padre y el Hijo son Uno.
Pero este pasaje tiene todavía más que decirnos sobre Jesús.
(i) Nos habla de Su completa confianza. Está completamente seguro de que lo que la humanidad estaba viendo entonces no era más que el principio. En términos puramente humanos, lo único que podía esperar razonablemente Jesús era la muerte. Las fuerzas de la ortodoxia judía se estaban uniendo en contra suya, y el fin era ya seguro. Pero a Jesús no Le cabía la menor duda de que el futuro estaba en las manos de Dios, y que nadie podía impedirle que hiciera lo que Dios Le había enviado a hacer.
(ii) Nos habla de Su completa intrepidez. Era seguro que no Le entenderían. Que Sus palabras inflamarían las mentes de Sus oyentes y pondrían en peligro Su vida estaba fuera de toda cuestión. No habría situación humana en la que Jesús estaría dispuesto a reducir Sus pretensiones o a adulterar la verdad. Presentaría Sus credenciales y diría la verdad sin dejarse intimidar por lo que amenazaran con hacerle. Para Él lo único importante era ser fiel para con Dios, y no el evitar los peligros a que Se pudiera exponer.