Jesús presenta otra vez su diagnosis de la condición espiritual de los líderes religiosos (v. 44) : un sostenido y profundo orgullo personal. Para ellos, los que buscaban su propia gloria, que es al fin vanagloria, el creer en aquél que buscaba sólo la gloria del Padre (ver 17:1-5) sería imposible. El orgullo sería una barrera eficaz a la fe en Jesús. Ellos se habían encerrado en su propia incapacidad de creer. Para poder creer en Jesús, tendrían que experimentar un cambio radical en su manera egoísta de ver las cosas. Una de las características más destacadas de los líderes religiosos, manifestada en los cuatro Evangelios, es su afán para la vanagloria.
En los vv. 45-47 Jesús, en efecto, arranca de las manos de los judíos la base de su autoridad y confianza: el testimonio de Moisés. Acusaré, siendo un verbo en el tiempo futuro, parece referirse al juicio final. Hay dos razones por las cuales Jesús no tendría que ser el acusador en ese entonces: 1) el acusador será Moisés y 2) Jesús será el juez (vv. 22, 23, 30), no el acusador. Los escribas habían dedicado toda su vida al estudio e interpretación de la ley de Moisés, agregando una infinidad de reglas a base de esos escritos. Por otro lado, los fariseos eran ultraconservadores y celosos hasta la médula en imponer esas reglas legalistas al pueblo. En vez de ser su defensor, como ellos pensaban, Moisés sería su acusador. ¡Qué sorpresa para ellos y qué reacción violenta produciría esta afirmación de Jesús!
El v. 46 confirma el versículo anterior y explica la razón por la cual Moisés será el acusador de los judíos en el juicio final. El término porque traduce una conjunción causal que a su vez introduce la frase.