Juan 5: La impotencia humana y el poder de Cristo

En el v. 23, Jesús revela el para que o propósito por el cual el Padre le otorgó al Hijo el dar vida y juzgar, funciones que pertenecen sólo a Dios. El Padre deseaba que su Hijo recibiera la misma honra otorgada a él. La íntima relación entre el Padre y el Hijo, su representante personal, significa que el que honra a uno, honra también al otro, y el que deshonra a uno de los dos, deshonra al otro.

Nótese la doble afirmación de cierto, de cierto para iniciar este versículo (ver v. 19) con la que Jesús introduce aun otra verdad de suma importancia. Los verbos del tiempo presente, oye, cree y tiene, describen una actitud dinámica, relación personal y resultado vivificante que son actuales y perennes. La vida eterna que Jesús ofrece es una realidad que comienza ya en esta vida, y se extiende hasta la eternidad (ver 3:16, 36). Jesús sostiene que el oír su palabra y el creer en el Padre quien le envió son conceptos inseparables, casi sinónimos, y conducen a la vida eterna. Los dos destinos que el hombre escoge son condenación y muerte, por un lado, y vida, por otro; no hay un tercero. Jesús describe la salvación en otro lugar como nacer de nuevo o de arriba (cap. 3), pero aquí la misma experiencia se describe en términos de un traslado de la condenación y muerte a la vida, la cual se efectúa el instante que uno deposita su fe en el Hijo de Dios.

(2) El Hijo y el juicio, 5:25-29. Esta sección comienza con otro doble amén, amén, alertando a sus oyentes a todavía otra verdad que les conviene escuchar con atención. El término hora juega un rol importante en este Evangelio (ver 4:21, 23, etc.). Si no fuera por la expresión y ahora es, se pensaría que Jesús se refería a la resurrección física, después de la muerte física. Pero el contexto define que habla de los muertos espirituales quienes, cuando oyen la voz del Hijo de Dios y la aceptan con fe, entrarán en la vida eterna. En este Evangelio, Jesús se refiere a sí mismo solamente tres veces como el Hijo de Dios (ver 10:36; 11:4), pero Juan empleó la frase en el propósito del Evangelio (20:31) y sus enemigos la usaron al condenarlo por identificarse con este título (ver 19:7). Su título favorito es “Hijo del Hombre”, encontrándose unas 13 veces en Juan.

El porque, que traduce una conjunción causal con que se inicia la afirmación del v. 26, explica cómo es que el Hijo puede dar vida a los que él quiere. Según el AT, Dios es la fuente de toda vida (Job_36:9) y es él quien infundió el aliento de vida a los hombres (Gen_2:7). La traducción de Goodspeed capta bien el sentido de la declaración de Jesús: “el Padre es autoexistente”. Su vida es inherente en su ser; vida es un aspecto esencial de su naturaleza. Por esta razón, los judíos no tendrían problema en la primera parte de esta declaración. Pero la segunda parte es lo que produjo cólera entre ellos. Entendieron que Jesús sostenía que el Padre había compartido con él la misma naturaleza de su ser (ver 14:6), una naturaleza que luego Jesús compartiría con los que creyeran en él (1Jo_5:11 s.). Este concepto los escandalizó.

El AT también describe a Dios como el juez de todas las naciones (ver Gen_18:25; Jdg_11:27). Jesús repite lo dicho en el v. 22, pero agrega el concepto de autoridad. Antes la autoridad para juicio era exclusivamente la prerrogativa de Dios Padre, pero aquí ese derecho fue dado al Hijo. Por los elementos en esta sección (vv. 25-29) que repiten conceptos de la sección anterior (vv. 19-24), algunos sugieren que es esencialmente lo mismo dicho en otras palabras. Sin embargo, hay varios conceptos nuevos, inclusive la idea de derecho o de autoridad concedida. Puede ser, como afirman algunos, que esa autoridad fue dada a él por ser Hijo del Hombre, porque teniendo la naturaleza humana, además de la divina, estaría mejor equipado para juzgar a los hombres. Corroborando esta interpretación, en el texto griego se omite el artículo definido ante Hijo, resultando en un énfasis en su naturaleza como hombre. Sin embargo, más probable es que Jesús sólo está utilizando su título favorito que es equivalente al de “Hijo de Dios”. Siendo así, cumple la visión de la figura celestial de Daniel (Jdg_7:13 s.) a la cual “le fue dado el dominio, la majestad y la realeza…”.

Esto (v. 28) incluye todo lo que les había dicho hasta el momento: su igualdad con el Padre, la autoridad dada a él por el Padre para juzgar al mundo y compartir vida a los que creen en él. Es como si Jesús dijera: “Lo más asombroso está aún en el futuro. ¡No habéis visto nada todavía!”. La hora es la de la resurrección de los muertos del sepulcro, no la experiencia de salvación. Es una hora futura, indicando una resurrección literal; no dice “y ahora es” como en el v. 25. Siendo el juez de todos, buenos y malos, todos… oirán su voz.

La mejor prueba de que en el v. 29 se refiere a la resurrección literal, no la espiritual, es la expresión resurrección de condenación. Este pasaje y el de Act_24:15 son los únicos del NT que se refieren a la resurrección de los incrédulos. Este pasaje no enseña la salvación por buenas obras; los que hicieron el bien se refiere a los que confiaron en Jesús y recibieron vida eterna, la cual resultó en el hacer el bien, como este Evangelio enfatiza repetidas veces. El hacer el bien es la prueba de la integridad de los creyentes y llega a ser una consideración esencial en el juicio final cuando las ovejas serán separadas de los cabritos (Mat_25:31-46; ver Apoc. 20:11-15). Godet observa que el artículo definido ante bien y mal indica el uso de ambos términos en sentido absoluto. La expresión practicaron el mal (ver 3:20) tiene como fondo el rechazar la vida que Jesús ofrecía, resultando en una vida inútil y mala. El término mal traduce una palabra griega (faulos G5337) que aquí es lo opuesto al bien, pero en 3:20 lo opuesto es verdad, indicando que tiene la connotación de lo falso. Vincent llama la atención a la diferencia entre hicieron el bien, que puede referirse a un solo acto, y practicaron el mal, que describe una acción continuada.

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