La madrugada del primer día de la semana, cuando estaba todavía oscuro, María Magdalena fue a la tumba, ¡y vio que estaba quitada la piedra de la entrada! Entonces fue corriendo a ver a Simón Pedro y al otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo:
-¡Se han llevado al Señor de la tumba, y no sabemos dónde Le han puesto!
A eso Pedro salió con el otro discípulo en dirección a la tumba. Iban los dos corriendo; pero el otro discípulo se adelantó, porque corría más deprisa, y llegó antes a la tumba; se agachó para mirar, y vio los lienzos en su sitio, pero no entró. A eso llegó Pedro siguiéndole, y entró en la tumba. Vio los lienzos colocados allí; y el sudario que había estado sobre la cabeza de Jesús, no con los lienzos, sino doblado en su lugar correspondiente. Entonces el otro discípulo, el que había llegado el primero a la tumba, también entró, y vio, y creyó.
Y es que todavía no se habían percatado de que el sentido de la Escritura era que Jesús había de resucitar.
Y los discípulos se volvieron adonde estaban parando.
Es posible que nadie amara a Jesús tanto como Mana Magdalena. Él había hecho algo por ella que ningún otro habría podido hacer, y ella no lo podía olvidar. La tradición ha dado por seguro que María Magdalena era una pecadora empedernida a la que Jesús reclamó, y perdonó, y purificó. Henry Kingsley escribió un hermoso poema sobre ella.
Magdalena a la puerta de Miguel
no hacía más que llaMarcos
En un roble cantaba un ruiseñor:
«¡Déjala entrar! ¡Déjala entrar!»
Miguel dijo: «No traes ninguna ofrenda,
nada puedes pagar.»
«¡Bien lo sabe!», cantaba el ruiseñor.
«¡Déjala entrar! ¡Déjala entrar!»
Miguel dijo: «¿No has visto las heridas?
¿Reconoces tu mal?»
El ruiseñor cantaba: «¡Y bien lo siente!
¡Déjala entrar! ¡Déjala entrar!»
«Claro que sí, que he visto las heridas,
que Él sufrió en mi lugar.»
El ruiseñor cantaba: «¡Ya es muy tarde!
¡Déjala entrar! ¡Déjala entrar!»
El ruiseñor, al fin, quedó dormido,
y la noche cayó,
y Uno vino que abrió por fin la puerta,
y Magdalena entró.