Juan 18: El arresto en el huerto

Hemos visto la historia de Pilato; veamos ahora su comportamiento durante el proceso de Jesús. Pilato no quería condenar a Jesús, porque sabía que era inocente; pero se vio enredado en la maraña de su pasado.

(i) Pilato empezó tratando de echarle encima la responsabilidad a alguna otra persona. Les dijo a los judíos: «Llevaos a este Hombre y juzgadle según vuestras leyes.» Trató de evadir la responsabilidad de encararse con Jesús; pero eso es precisamente lo que nadie puede hacer. Nadie puede tratar con Jesús por nosotros; es algo que tenemos que hacer personalmente cada uno por sí mismo.

(ii) Pilato pasó a tratar de encontrar la salida del embrollo en que se encontraba. Propuso resolver la cuestión de Jesús aplicándole la costumbre de soltar a un preso para la Pascua. De esa manera se libraría de tratar directamente con Jesús; pero, digámoslo otra vez, precisamente eso es lo que nadie puede hacer. No hay escape de una decisión personal con respecto a Jesús; tenemos que decidir cada uno lo que vamos a hacer con Él, si rechazarle o aceptarle.

(iii) Pilato entonces pasó a ver la manera de hacer una decisión final. Mandó que le dieran una paliza a Jesús. Sin duda pensaba que aquello satisfaría, o al menos reduciría la virulencia de la hostilidad judía. Pensó que así se evitaría el dictar sentencia de crucifixión. Pero, otra vez, eso es lo que no se puede hacer con Jesús. Nadie puede llegar a un compromiso con Jesús; no se puede servir a dos señores. O estamos por Jesús, o en contra de Él.

(iv) Pilato entonces pasó a intentar apelar a los sentimientos: hizo que sacaran a Jesús, destrozado por la paliza, para que la gente Le viera. Y les preguntó a los manifestantes: «¿Queréis que crucifique a vuestro «Rey» ?» Trataba de inclinar la balanza apelando a la emoción y a la piedad. Pero nadie puede esperar que el apelar a otros le ahorre el tener que hacer su propia decisión personal; era a Pilato al que correspondía hacer aquella decisión. Nadie puede evitar su propio veredicto personal y su propia decisión personal sobre Jesús.

Por último, Pilato reconoció su derrota. Entregó a Jesús a la voluntad de la chusma porque no tuvo valor para hacer la decisión justa y asumir su responsabilidad.

Pero aún quedan facetas laterales del carácter de Pilato.

(i) Hay una insinuación de una actitud inveterada de desprecio en Pilato. Le preguntó a Jesús si era verdad que era Rey. Jesús le contestó preguntándole a Su vez si Se lo preguntaba sobre la base de lo que él mismo había descubierto, o por la información indirecta que hubiera recibido. La respuesta de Pilato fue: «¿Es que soy yo judío? ¿Cómo puedes esperar que yo sepa nada de las cuestiones judías?» En resumidas cuentas: que era demasiado orgulloso para involucrarse en lo que consideraba disputas y supersticiones judías. Y ese orgullo era precisamente lo que le hacía ser un mal gobernador. Nadie puede gobernar a un pueblo negándose a hacer el menor esfuerzo por comprenderlo y por penetrar en sus pensamientos y sentimientos.

(ii) Hay una especie de curiosidad supersticiosa en Pilato. Quería saber de dónde procedía Jesús -y se refería, sin duda, a algo distinto de Su lugar de nacimiento. Cuando oyó decir a los judíos que Jesús pretendía ser el Hijo de Dios, aún se sintió más inquieto, temiendo que aquello pudiera encerrar algún misterio. Pilato era supersticioso, que es lo que es mucha gente que presume de ser, o de no ser, religiosa. Tenía miedo de llegar a una decisión a favor de Jesús a causa de los judíos; pero también tenía miedo de hacer ninguna decisión en contra de Él porque tenía la vaga sospecha de que Dios pudiera estar de alguna manera en aquel asunto.

(iii) Pero había un anhelo indecible en el corazón de Pilato. Cuando Jesús le dijo que había venido para dar testimonio de la verdad, la respuesta, o más bien pregunta, de Pilato fue: «¿Y dónde está la verdad?» Hay muchas maneras de hacer esa pregunta. Puede hacerse con cinismo y como en broma. Bacon inmortalizó la respuesta de Pilato cuando escribió: «¿Qué es la verdad?, preguntó en broma Pilato; y no esperó la respuesta.» Pero no fue con cinismo como Pilato hizo la pregunta; ni como si no le importara. Aquí estaba el punto débil de su armadura. Lo preguntó anhelante y fatigosamente.

Pilato, según el estándar del mundo, era un hombre con éxito. Había llegado casi a la cima de su escalafón diplomático; era gobernador de toda una provincia; pero había algo que echaba de menos. Allí, en presencia de aquel sencillo, inquietante, odiado Galileo, Pilato se dio cuenta de que la verdad seguía siendo un misterio para él… y se había metido en una situación en la que ya no tenía esperanza de descubrirla. Puede que bromeara; pero era la última broma de un desesperado. Philip Gibbs habla en algún lugar de haber escuchado un debate entre T. S. Eliot, Margaret lrwin, C. Day Lewis y otras personalidades distinguidas sobre el tema: «¿Vale la pena vivir esta vida?» «Es verdad que bromeaban -dijo-, pero bromeaban como si fueran juglares llamando a las puertas de la muerte.»

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