Aquí vuelve Jesús al pensamiento que, según el Cuarto Evangelio, nunca está lejos de Su mente: la convicción de que el conocimiento y el privilegio conllevan responsabilidad. Hasta la venida de Jesús, la humanidad nunca había tenido posibilidad de conocer realmente a Dios; nunca había oído claramente Su voz, ni se le había presentado la clase de vida que Él quiere que vivamos. Apenas se podía culpar a nadie por ser como era. Hay cosas que se le permiten a un niño que no se le tolerarían a un adulto, y es porque el niño no tiene conocimiento. Hay cosas que se le pueden consentir a alguien que no ha recibido una buena educación, pero no a uno que haya tenido todos los beneficios de un hogar cristiano. No se espera la misma clase de conducta de un salvaje que de un civilizado. Cuantos más conocimientos se tienen y más privilegios se han disfrutado, es natural que se exija una mayor responsabilidad.
Jesús hacía dos cosas. Primero, exponía el pecado. Decía lo que ofende a Dios y cómo quiere Dios que nos conduzcamos. Presentaba el verdadero camino. Y segundo, proveía el remedio para el pecado; y esto en un doble sentido: abrió el camino para el perdón de los pecados pasados, y proveyó el poder que capacita para vencer al pecado y vivir una vida nueva. Estos fueron algunos de los privilegios y el conocimiento que Jesús trajo a la humanidad.
Supongamos que una persona está enferma; que consulta a un médico, y este diagnostica la enfermedad y prescribe la cura. Si esa persona no hace caso del diagnóstico y se niega a aplicarse la prescripción, no le puede echar la culpa a nadie más que a sí misma si se muere o queda en una situación que hace de la vida un sufrimiento continuo. Eso era lo que los judíos habían hecho. Como dice Juan, no hicieron más que lo que se había predicho en las Escrituras que harían. Dos veces había dicho el salmista: «Me han aborrecido sin motivo» Psa_35:19, y 69:4).
Todavía nos es posible hacer lo mismo. No hay muchas personas que sean declaradamente hostiles a Cristo, pero sí hay muchas que viven como si Cristo no hubiera venido, y simplemente pasan de Él. Pero nadie podrá experimentar la auténtica vida en este mundo o en el venidero si prescinde del Señor de la Vida.
TESTIMONIO DIVINO Y HUMANO
Juan 15:26-27
-Cuando venga el Ayudador, al Que Yo os mandaré desde el Padre (Me refiero al Espíritu de la Verdad, Que procede del Padre), Él será Mi testigo. Y vosotros también seréis Mis testigos, porque habéis estado conmigo desde el principio.
Aquí nos reproduce Juan dos ideas que están íntimamente relacionadas en su corazón y entrelazadas en su pensamiento.
La primera es el testimonio del Espíritu Santo. ¿Qué quiere decir con eso? Ya tendremos ocasión de volver a ello dentro de poco; pero, de momento, veámoslo de la siguiente manera. Cuando se nos cuenta la historia de Jesús y Se nos presenta Su figura, ¿qué es lo que nos hace comprender que esta y no otra es la verdadera imagen del Hijo de Dios? La reacción de la mente humana, la respuesta del corazón humano es la obra del Espíritu Santo. Es el Espíritu Santo dentro de nosotros Quien nos mueve a responder a la invitación de Jesucristo.
La segunda es el testimonio de Cristo que dan los creyentes. «Vosotros -les dijo Jesús a Sus discípulos- también seréis Mis testigos.» Hay tres elementos en el testimonio cristiano.
(i) El testimonio cristiano viene de una larga comunión e intimidad con Cristo. Los discípulos eran Sus testigos porque habían estado con Él desde el principio. Un testigo es una persona que dice: «Esto es verdad, y yo lo sé.» No puede haber testimonio sin experiencia personal. Sólo podemos testificar de Cristo si hemos estado con Él.
(ii) El testimonio cristiano viene de una convicción interior. El acento de la íntima convicción personal es uno de los más inconfundibles del mundo. Apenas ha empezado a hablar, y ya sabemos si esa persona cree de veras lo que dice o no. No puede haber testimonio eficaz de Cristo sin esta convicción interior que viene de la intimidad personal con Cristo.
(iii) El testimonio cristiano sale al exterior. Un testigo no es sólo una persona que sabe que algo es verdad, sino que también está dispuesta a decirlo. El testigo cristiano es la persona que no sólo conoce a Cristo, sino que quiere que otros también Le conozcan.
Es nuestro privilegio y tarea el ser testigos de Cristo en el mundo; y no podemos serlo sin conocimiento personal, íntima convicción y testimonio de nuestra fe hacia fuera.