En este pasaje se nos presentan, además, dos razones que deben s a sufrir con paciencia las persecuciones de este mundo. Ambas son poderosas y dan mucho en qué pensar.
Por una parte, la persecución es el cáliz que Jesús mismo libó. Perfecto como era en todo–en su carácter, en sus palabras, en sus hechos; infatigable como era en bien hacer, ninguno fue jamás tan aborrecido como Jesús hasta el último día de su vida terrenal. Escribas y sumos sacerdotes, fariseos y saduceos, Judíos y gentiles–todos se unieron para escarnecerlo y hacerle oposición, y no suspendieron sus ataques basta que no le hubieron dado la muerte.
Tomemos, pues, en consideración que solo estamos pasando por el mismo trance por el cual pasó nuestro Maestro, y participando de la herencia que él nos legó. ¿Merecemos mejor tratamiento? ¿Somos acaso mejores que él? No consintamos tan impíos pensamientos. Apuremos tranquilamente el cáliz que nuestro Padre celestial nos presenta, y recordemos constantemente estas palabras: «No es el siervo mayor que su señor..
Por otra parte, la persecución es útil en cuanto por ella se sabe si somos verdaderos hijos de Dios, si tenemos un tesoro en el cielo, si realmente hemos nacido de nuevo, si poseemos la gracia divina y somos herederos de la gloria. «Si fuerais del mundo, el mundo amarla lo que es suyo..
Fortifiquemos nuestra mente con esta consoladora idea cuando nos veamos abrumados por el odio del mundo. Sin duda, se necesita mucha paciencia, tanto más cuanto nuestra conciencia nos dice que somos inocentes. Mas, a pesar de todo, no olvidemos que eso es un síntoma favorable, por cuanto indica que dentro de nosotros empezamos a experimentar la eficaz operación del Espíritu Santo. Además, en todo caso, podemos asirnos de esta admirable promesa: «Bienaventurados sois cuando os maldijeren y os persiguieren, y dijeren de vosotros todo mal por mi causa, mintiendo. Regocijaos y alegraos; porque vuestro galardón es grande en los cielos..
Hacia los que persiguen a los demás por sus convicciones religiosas no debemos sentir sino profunda compasión. A menudo hacen, como dijo nuestro Señor, por ignorancia. «No conocen al que me ha enviado.» a semejanza de nuestro divino Maestro y el siervo Esteban, oremos por los que nos persiguen y calumnian. Esas persecuciones rara vez redundan en daño nuestro, y bien muchas veces nos hacen más adictos a la Biblia y nos acercan más a Cristo y al trono de la gracia, en tanto que nuestra intercesión, si fuere atendida en lo alto, acaso acarree bendición a sus almas
Juan 15:22-27
En estos versículos nuestro Señor Jesucristo aclara tres asuntos de grande importancia, que son difíciles de suyo, y acerca de los cuales podemos incurrir en muchos errores.
Es de observarse lo que nuestro Señor dijo respecto de la desatención de los privilegios religiosos. Manifestó a los discípulos que si él no hubiera dicho y hecho en presencia de los judíos cosas que nadie había dicho o hecho antes, no habrían tenido ellos pecado, es decir, no habrían pecado tan gravemente como lo habían hecho, puesto que no tenían como excusar su incredulidad habiendo visto sus obras y oído sus preceptos. ¿Qué otros medios se podrían haber empleado para convencerlos? Ningunos, absolutamente ningunos. Pecaron voluntariamente, a despecho de la luz que resplandecía en torno suyo, y por lo tanto vinieron a ser los mas culpables de los hombres.
En cierto sentido los privilegios religiosos son peligrosos. Si no nos encaminan hacia el cielo, nos sumen más profundamente en el oscuro abismo, pues aumentan en mucho nuestra responsabilidad. «A cualquiera que fue dado mucho, mucho será vuelto a demandar de él.» Luk_12:48. El que, viviendo en un país lo donde circula la Biblia en el idioma patrio y se predica el Evangelio en su pureza, cree que en el día del juicio final se le juzgará del mismo modo que a los habitantes de la China o de Patagonia, se engaña gravemente. El mero hecho de haber poseído conocimientos y no haberlos aprovechado, será uno de los mayores pecados de que se le acusará. «El siervo que entendió la voluntad de su señor y no se apercibió, será azotado mucho.» Luk_12:47.
Es de notarse, en seguida, en que términos se refiere nuestro Señor al Espíritu Santo.
En primer lugar, da claramente a entender que es Persona, pues dice que es el Consolador que ha de venir, y que es un ser que procede del Padre y que da testimonio. Ahora bien, tales términos no pueden aplicarse, como pretenden algunos, a un mero influjo o afección interna del hombre. Interpretarlos así seria obrar en contradicción con el sentido común, y torcer el sentido de voces de clara significación. La razón y la justicia nos obligan a reconocer que nuestro Señor aludió a ese ser a quien se nos ha enseñado a adorar como la tercera persona de la Trinidad.
En segundo lugar, nuestro Señor dice que el Espíritu Santo es un ser a quien el Padre ha de enviar, y que procede del Padre. Estas son, evidentemente, palabras muy profundas, tan profundas que no alcanzamos a sondearlas. El mero hecho de que por algunos siglos la iglesia oriental y la occidental de la cristiandad han diferido en cuanto a su significado, debiera hacernos disertar sobre ellas con modestia a la par que con reverencia. Esto, a lo menos, es claro: que existe una relación íntima entre el Espíritu, el Padre y el Hijo. No podemos explicar por qué se nos diga que el Espíritu procede del Padre y ha de ser enviado por el Hijo; mas sí podemos tranquilizar nuestra mente con las siguientes palabras de un credo antiguo: «En esta Trinidad ninguna de las Personas fue antes o después que otra, y ninguna es inferior o superior a otra.» «Tal como es el Padre así es el Hijo y así el Espíritu Santo.» Y sobre todo podemos tranquilizarnos con la verdad de que, en todo lo que concierne a la salvación de nuestras almas, todas las tres personas de la Trinidad cooperan igualmente. El Dios trino fue quien dijo, «Criemos,» y el Dios trino es quien dice «Salvemos..