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Juan 14: La promesa de la Gloria

Nuestro Señor dijo: «Aquel día» (el de Su venida) « vosotros conoceréis que yo soy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros..

En esta vida no nos es dado saber sino muy poco. La caída de nuestro padre Adán ha corrompido nuestros entendimientos, nuestras conciencias, nuestros corazones y nuestras voluntades. Aun después de la conversión no percibimos la verdad sino como al través de oscuro prisma; y en ningún punto son nuestras ideas tan confusas como en lo que respecta a nuestra unión con Cristo, y a la de Cristo con el Padre.

Mas es un pensamiento que llena de alegría y de consuelo el de que cuando nuestro Señor venga otra vez los restos de nuestra ignorancia serán disipados.

Resucitados de entre los muertos, sacados de la oscuridad de este mundo, sin ser ya tentados por el demonio o por la carne, los creyentes se verán a sí mismos como han sido vistos y se conocerán como han sido conocidos.

Juan 14:21-26

En estos versículos se nos enseña que la mejor prueba de amor hacia Cristo es el guardar sus mandamientos.

El verdadero creyente no es el que puede disertar largamente o con lucidez sobre materias religiosas, sino el que obedece la voluntad de Cristo y sigue en el camino de la justicia. Los buenos sentimientos y los buenos deseos son inútiles si no van acompañados de las buenas acciones. Aun más, pueden hasta ser perjudiciales al alma, puesto que la conciencia, satisfecha con ellos, no se apercibe de la falta de éstas. Impresiones pasivas, esto es, impresiones que no conducen a la acción, paralizan y matan el corazón. La vida y los hechos son los que manifiestan si determinada persona posee o no la gracia. El hombre, que esté de veras iluminado por el Espíritu, seguirá una vida santa. Un ansioso cuidado acerca de nuestra índole, de nuestras palabras, de nuestros hechos, un esfuerzo constante de ajustar nuestra conducta a loa preceptos del Sermón en el Monte–he aquí la mejor prueba de que amamos a Cristo.

Mas es preciso no torcer el significado de ese pensamiento. No vayamos a suponer que si guardamos los mandamientos del Redentor nos hacemos por ese mismo acto merecedores de la salvación. Nuestras mejores obras están llenas de defectos. Cuando hayamos hecho todo lo que esté a nuestro alcance, seremos aún «siervos débiles e inútiles.» «Por gracia sois salvos por medio de la fe….no por obras.» Efes. 2:8. Pero mientras defendemos una verdad no debemos olvidar otra. La fe en Jesucristo debe ir acompañada de la obediencia a su santa voluntad. Lo que el Maestro ha unido no es dado al discípulo separar.

En estos versículos se nos enseña también que hay galardones reservados para los que aman a Cristo y manifiestan ese amor por medio de la obediencia a sus preceptos. Tal, por lo menos, parece ser el significado de las siguientes palabras que pronunció nuestro Señor: «Mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos con él morada..

Desde luego se comprende que el entendimiento humano no alcanza a a abarcar todo el significado de estas profundas palabras. Más no debemos vacilar en creer que la santidad de vida acarrea muchos bienes, y que aquel halla más gozo en su vida religiosa que como Enoch y Abrahán, se acerca más a Dios. La mayor parte de los cristianos ignoran cuánto puede participarse en la tierra de la bienaventuranza del cielo. «El secreto de Jehová a los que le temen: y su concierto, para hacerles saber.» «Si alguno oyere mi voz y me abriere la puerta, entraré a él y cenaré con él, y él conmigo.» Psa_25:14; Rev_3:20.

Enséñasenos, por último, en estos versículos, que parte de la, obra del Espíritu Santo es enseñar y recordar. Escrito está: «El Consolador os enseñará todas las cosas, y os recordará lo que os he dicho..

Circunscribir esta promesa, como lo hacen algunos, a los once discípulos, es un modo mezquino y poco satisfactorio de interpretar las Escrituras. Es más prudente y más en armonía con el carácter del último discurso de nuestro Señor, el aplicar la promesa a todos los creyentes, en todas partes del mundo.

Nuestro Señor sabe cuan grande es, por naturaleza, nuestra ignorancia y nuestro descuido acerca de las cosas espirituales; por eso prometió que cuando partiera de este mundo no faltaría a su pueblo quien, le enseñase y le trajese a la memoria las verdades eternas de la religión.

Si tenemos convicción de que somos ignorantes en lo espiritual, y de que solo sabemos a medias; si deseamos entender con más claridad las doctrinas del Evangelio, imploremos diariamente la ayuda del Espíritu que ilumina. El puede alumbrar nuestro camino y allanar todas las dificultades.

Si nuestra memoria es defectuosa en la recordación de las cosas espirituales; si olvidamos con facilidad lo que leemos y oímos acerca de los preceptos y doctrinas de la religión, oremos diariamente implorando el auxilio del Espíritu Santo. El puede traer a nuestra memoria toda verdad espiritual, todo deber religioso, y prepararnos para la enunciación de toda buena palabra y la ejecución de toda buena obra.

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