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Juan 14: La promesa de la Gloria

14.27 El resultado final de la obra del Espíritu Santo en nuestras vidas es una paz profunda y duradera. A diferencia de la paz del mundo, cuya definición suele ser ausencia de conflicto, esta paz es una confiada seguridad en cualquier circunstancia; con la paz de Cristo, no tenemos por qué temer al presente ni al futuro. Si su vida está cargada de tensión, permita que el Espíritu Santo lo llene de la paz de Cristo (véase Phi_4:6-7 para saber más respecto a experimentar la paz de Dios).

14.27-29 El pecado, el temor, la inseguridad, la duda y muchas otras fuerzas están en guerra en nosotros. La paz de Dios entra a nuestros corazones a fin de frenar estas fuerzas hostiles y ofrecer consuelo en lugar de conflicto. Jesús dice que nos dará esa paz si estamos dispuestos a aceptarla.

14.28 En su condición de Dios el Hijo, Jesús se somete voluntariamente a Dios el Padre. En la tierra, Jesús también se sometió a muchas de las limitaciones físicas de su humanidad (Phi_2:6).

14.30, 31 A pesar de que Satanás, el príncipe de este mundo, no pudo vencer a Jesús (Mateo 4), muchas veces tuvo la arrogancia de intentarlo. El poder de Satanás solo existe porque Dios le permite actuar. Pero como Jesús está libre de pecado, Satanás no tiene autoridad sobre El. Si obedecemos a Jesús y nos alineamos bien con los propósitos de Dios, Satanás no puede ejercer autoridad sobre nosotros.

14.31 «Levantaos, vamos de aquí» sugiere que los hechos de los capítulos 15-17 tal vez sucedieron camino al huerto de Getsemaní. Otro punto de vista es que Jesús pedía a sus discípulos que se preparasen para dejar el aposento alto, pero en realidad no lo hicieron hasta 18.1.

Juan 14:1-3

En este pasaje se nos ofrece, primeramente, un eficaz remedio contra una enfermedad muy antigua. La turbación de corazón es la enfermedad: el remedio es la fe.

La turbación de corazón es uno de los achaques más comunes. Ninguna clase social, ninguna raza está exenta de él. Debido en parte, a causas externas, en parte a causas internas; ya a afecciones del cuerpo, ya a afecciones de la mente; ora a lo que amamos, ora a lo que temernos, la peregrinación de la vida es afanosa.

Aun los mejores cristianos tienen que apurar muchos cálices de amargura antes de llegar a la gloria.

La fe en nuestro Señor Jesucristo es el mejor bálsamo para los corazones atribulados. Creer con más firmeza, y confiar en sus promesas de una manera más absoluta–he aquí la receta que el Maestro recomendó a sus discípulos. Es bien seguro que los miembros de la pequeña compañía que se participó de la última cena habida creído ya. Ellos habían probado la sinceridad de su fe abandonándolo todo por Jesucristo. Sin embargo, ¿qué les dijo nuestro Señor? Les dijo lo que les había encarecido desde el principio: que creyeran, que creyeran en él.

No olvidemos jamás que hay varios grados de fe, y que existe una gran diferencia entre los creyentes firmes y los creyentes débiles. La fe más débil une el hombre a Cristo de tal manera que aquel puede salvarse, y por lo tanto no es de despreciarse; pero no le comunica esa tranquilidad interna que siente el que posee una fe firme. El defecto de los creyentes débiles es que sus ideas son vagas y sus percepciones confusas. No comprenden con claridad qué creen y porqué creen. Como Pedro en el lago, necesitan fijarse más en Jesús y menos en las olas y en el viento. Escrito está: « Guardarás paz, paz; porque en ti se ha confiado.» Isa_26:3.

En estos versículos, en segundo lugar, se nos presenta en breves palabras una descripción del cielo.

El cielo es la «mansión del Padre,» la mansión del Dios al cual se refirió Jesús cuando dijo: «Voy a mi Padre y a vuestro Padre.» El cielo es, en una palabra, un hogar: el hogar de Cristo y de los cristianos. Esta es una expresión dulce y tierna. El hogar, como es bien sabido, es el lugar donde se nos ama por puro afecto, y no a causa de nuestros dotes o de nuestros bienes; el lugar donde se non ama hasta el fin, donde jamás nos olvidan y siempre nos dan la bienvenida. Los creyentes en esta vida son peregrinos en tierra extraña. En la vida venidera habitarán en su hogar.

El cielo es un lugar de muchas moradas, de moradas duraderas, permanentes, eternas. Allí habrá asilo para toda clase de de creyentes, para los pequeños así como para los grandes; para los más débiles así como para los más firmes. Solo los pecadores impenitentes y los incrédulos obstinados quedarán fuera.

El cielo es un lugar donde Jesucristo mismo estará presente. «Para que donde Yo estoy, vosotros también estéis.» No, no estaremos solos y abandonados: nuestro Salvador, nuestro Hermano mayor, nuestro Redentor, que nos amó y dio su vida en rescate de las nuestras, estará para siempre con nosotros. En cuánto a qué cosas y a quiénes veremos en el cielo, no podemos en este mundo formarnos una idea adecuada. Pero podemos sí estar ciertos de que veremos a Cristo.

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