Hay que fijarse en que la voz de Dios le llegó a Jesús en todos los grandes momentos de su vida. Le llegó en su bautismo, cuando tomó la salida para hacer la obra que Dios le había encargado (Mar_1:11 ). Le llegó en el monte de la Transfiguración, cuando Jesús hizo la decisión de seguir el camino que le llevaría a Jerusalén y a la Cruz (Mar_9:7 ). Y le llegó en este momento, cuando su humanidad necesitaba la ayuda divina para el suplicio de la Cruz.
Lo que Dios hizo por Jesús lo hace por cualquier persona. Cuando nos pone en camino, no nos envía sin instrucciones ni dirección clara. Cuando nos asigna una tarea, no nos abandona para que la hagamos en la debilidad solitaria de nuestras propias fuerzas. Dios no es mudo; y una y otra vez, cuando la tensión de la vida es demasiado para nosotros, y el esfuerzo que requiere su camino está por encima de nuestros recursos humanos, si escuchamos le oiremos hablar, y su fuerza inundará nuestra persona. Nuestro problema no es que Dios no nos hable, sino que no le queremos escuchar.
Jesús anunció que, cuando fuera levantado de la tierra, atraería a sí a toda la humanidad. Algunos ven aquí una referencia a la Ascensión; y creen que quiere decir que, cuando Jesús fuera exaltado en el poder de la resurrección, atraería hacia Él a toda la humanidad. Pero eso está lejos de ser cierto. Jesús se refería a la Cruz -y sus oyentes lo entendieron así.
Y una vez más -inevitablemente- reaccionaron con sorpresa incrédula. ¿Cómo se podía relacionar al Hijo del Hombre con una cruz? ¿No era el Hijo del Hombre el General invencible de los ejércitos del Cielo? ¿No iba a durar su reino para siempre? « Su dominio es dominio eterno, que nunca pasará; y su Reino, uno que no será destruido» (Dan_7:14 ). ¿No se decía del Príncipe de la edad de oro: « Mi siervo David será príncipe de ellos para siempre»? (Eze_37:25 ). ¿No había dicho Isaías del Emperador del nuevo mundo: «Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límites… desde ahora y para siempre»? (Isa_9:7 ). ¿No cantaron los salmistas su reino sin .fin? «Para siempre confirmaré tu descendencia, y edificaré tu trono por todas las generaciones» (Psa_89:4 ). Los judíos relacionaban al Hijo del Hombre con el Reino eterno; y aquí estaba Jesús, que pretendía ser el Hijo del Hombre, diciendo que sería levantado en una cruz. ¿Quién era ese Hijo del Hombre cuyo Reino iba a terminar antes de empezar?
La Historia nos demuestra que Jesús tenía razón. Fue en el imán de la Cruz donde concentró todas sus esperanzas. Y tenía razón, porque el amor vivirá para siempre después que se haya muerto el poder. Los imperios basados en la fuerza de sus ejércitos se han desvanecido y se desvanecerán, dejando una memoria que también se desvanece en un breve tiempo. Pero el Imperio de Cristo, basado en el amor que se manifestó en la Cruz, extiende más y más sus fronteras de día en día.
En el drama de George Bernard Shaw, cuando Juana de Arco sabe que la han traicionado los líderes de su propio pueblo, se vuelve hacia ellos y les dice: «Ahora saldré a la gente corriente, y dejaré que el amor en su mirada me haga olvidar el odio en la vuestra. Vosotros os alegraréis de que yo acabe en la hoguera; pero a través del fuego llegaré a sus corazones, y seguiré en ellos desde ahora y para siempre.» Esa es una parábola de lo que pasó con Jesús. El Mesías conquistador judío es el sueño nacionalista de un pueblo; pero el Príncipe del Amor en la Cruz es el Rey que llega a todos los corazones humanos para reinar en ellos para siempre. El único fundamento estable del Reino es el amor que se manifiesta en una obediencia hasta la muerte, y muerte de Cruz.
LOS HIJOS DE LA LUZ
Juan 12:35-36
-La luz estará ya entre vosotros muy poco más
-siguió diciéndoles Jesús-. Mientras tenéis luz, andad, no sea que os sorprenda la oscuridad. El que anda en la oscuridad no sabe adónde va. Mientras tenéis luz, creed en la luz, para que lleguéis a ser hijos de la luz.
Hay en este pasaje una promesa y una advertencia implícitas que no están nunca muy lejos del corazón de la fe cristiana.
(i) Está la promesa de la luz. La persona que camina con Jesús se libra de las sombras. Hay ciertas sombras que se proyectan más tarde o más temprano sobre todas las luces. Está la sombra del temor. A veces nos da miedo mirar hacia adelante. A veces, especialmente cuando vemos el daño que han hecho a otros, tenemos miedo de los azares y avatares de la vida. Están las sombras de la duda y de la inseguridad. A veces el camino que tenemos por delante está todo menos claro, y nos sentimos como los que andan a tientas entre las sombras, sin nada a que asirse. Están las sombras de la aflicción. Más tarde o más temprano se nos pone el sol al mediodía, y todo se oscurece. Pero la persona que camina con Jesús está libre del temor; está libre de la duda, y tiene un gozo que nada ni nadie le puede quitar.
(ii) Está la advertencia implícita. La decisión de confiarle la vida y todas las cosas a Jesús, de tomarle como Maestro y Guía y Salvador, hay que hacerla a tiempo. En la vida hay que hacer todas las cosas a tiempo, o no se harán. Hay trabajos que no podemos hacer más que cuando tenemos la fuerza física para hacerlos. Hay estudios que hay que acometer cuando se tiene la mente despierta y la memoria retentiva suficiente. Hay cosas que se han de decir o hacer a tiempo, o se nos pasará la oportunidad. Y así sucede con Jesús. En el preciso momento en que estaba diciendo esto, estaba invitando a los judíos a confiar en Él antes que llegara la Cruz y Él les fuera arrebatado. Pero esta es una verdad eterna. Es un hecho estadístico que el número de conversiones se va elevando hasta la edad de diecisiete años, y luego decrece. Cuando uno se deja atrapar por una forma de vida, cada vez le va costando más trabajo desarraigarse. En Cristo se nos ofrece la suprema oportunidad; en cierto sentido nunca es demasiado tarde para asirla; pero no es menos cierto que se ha de aceptar a tiempo.