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Juan 12: La prodigalidad del amor

(b) Pero, segundo: se presentaba como un Mesías de una cierta clase. No debemos malentender esta escena. Entre nosotros, el asno es un animal pobre y despreciado, pero en el Este se le consideraba noble. El juez Jair tenía treinta hijos que cabalgaban en asnos (Jdg_10:4 ). Ajitófel, también usaba la misma montura (2Sa_17:23 ). Mefiboset, el príncipe heredero hijo de Saúl, vino a ver a David montado en un asno (2Sa_19:26 ). El sentido es que un rey se presentaba montado a caballo cuando iba en son de guerra, pero en un asno cuando iba en son de paz. La acción de Jesús era una señal de que Él no era la figura bélica que muchos soñaban, sino el Príncipe de Paz. Nadie lo comprendió así entonces, ni siquiera sus discípulos, que deberían haber tenido más discernimiento. Todos tenían la mente llena de una clase de histeria multitudinaria. Aquí estaba el Que había de venir; pero ellos esperaban al Mesías de sus sueños de grandeza y de sus fantasías nacionalistas; no esperaban al Mesías que Dios les habían enviado. Jesús trazó un cuadro dramático de lo que Él pretendía ser; pero nadie entendió su simbolismo.

(iv) Entre bastidores estaban las autoridades judías. Se sentían fracasados y desesperados: nada de lo que pudieran hacer parecía bastar para detener el impacto de Jesús. «¡Todo el mundo se va tras El!» En este dicho de las autoridades tenemos otro ejemplo de la ironía dramática en la que Juan es un maestro. No hay otro autor en el Nuevo Testamento que pueda decir más con menos palabras. Fue porque Dios amó tanto al mundo por lo que Jesús vino al mundo; y aquí, sin darse cuenta del alcance de sus palabras, sus enemigos están diciendo que el mundo entero se va tras Él. En la sección siguiente, Juan nos va a contar cómo llegaron unos griegos a Jesús. Los primeros representantes de ese mundo más amplio, los primeros buscadores de fuera, están a punto de aparecer. Las autoridades judías estaban diciendo algo que era mucho más verdad de lo que ellos pensaban.

No podemos dar por terminado nuestro estudio de este pasaje sin hacer referencia al detalle más sencillo y más conmovedor de todos. Rara vez, si alguna, se ha producido en toda la Historia de la humanidad un despliegue tan magnífico de valentía consciente como la de Jesús en la Entrada Triunfal. Debemos tener presente que Jesús era ya un fuera de la ley, y que las autoridades estaban decididas a acabar con Él. La prudencia más elemental habría bastado para aconsejarle que se diera la vuelta y se refugiara en Galilea o en el desierto. Si tuviera que entrar en Jerusalén de todas formas, la precaución más elemental le habría exigido hacerlo de incógnito y buscándose escondites bien seguros. Pero Jesús entró en Jerusalén de tal manera que todas las miradas se enfocaron en su persona. Fue una acción del valor más superlativo, porque desafiaba a todo lo que la humanidad le pudiera hacer; y fue la acción del amor más superlativo, porque fue la última apelación del amor antes del final.

LOS BUSCADORES GRIEGOS

Juan 12:20-22

Había algunos griegos entre los que asistían a la fiesta. Se dirigieron a Felipe, que era de Betsaida de Galilea, y le pidieron por favor:

-Querríamos ver a Jesús.

Felipe fue a decírselo a Andrés, y los dos juntos fueron a decírselo a Jesús.

Ninguno de los otros evangelios nos relata este incidente; pero es muy significativo que nos lo encontremos en el de Juan. El Cuarto Evangelio fue el que se escribió especialmente para presentar la verdad del Evangelio de manera que los griegos la pudieran entender y aceptar; así que es natural que sea en este evangelio en el que nos encontremos la historia de los primeros griegos que vinieron a Jesús.

No nos tiene por qué parecer extraño que hubiera griegos en Jerusalén en el tiempo de la Pascua. Puede que no fueran ni prosélitos ni «temerosos de Dios», que era como llamaban los judíos a los simpatizantes que asistían a los cultos de las sinagogas pero no habían llegado al punto de someterse a la circuncisión. Los griegos eran peregrinos inveterados, llevados de acá para allá por el deseo de descubrir cosas nuevas. «Vosotros los atenienses -dijo uno de los antiguos-, con todo lo que sabéis, ni sabéis vivir en paz ni dejar en paz a los demás.» « Vosotros los griegos -dijo otro- sois como niños, siempre jóvenes de espíritu.» Más de quinientos años antes de esto, Heródoto había viajado por todo el mundo, según decía, para descubrir cosas. A una gran distancia remontando el Nilo hay todavía una gran estatua egipcia en la que un turista griego escribió su nombre, como siguen haciendo los turistas en nuestro tiempo. Por supuesto que había griegos que viajaban con fines comerciales; pero probablemente fueron los primeros en viajar por viajar en el mundo antiguo. No hay necesidad de sorprenderse de encontrar un grupo de espectadores griegos ni siquiera en Jerusalén.

Pero los griegos eran más que eso. Eran buscadores de la verdad por encima de todo. No era raro encontrar a un griego que hubiera pasado de una escuela filosófica a otra, y de una religión a otra, y de un maestro a otro en busca de la verdad. Los griegos eran buscadores natos.

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