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Juan 12: La prodigalidad del amor

Endurecimiento fue el de Judas Iscariote, quién después de haber sido escogido apóstol y predicador de las santas doctrinas del Evangelio, resultó ser ladrón y traidor. Mientras dure el mundo ese hombre desgraciado servirá de prueba concluyente de lo profunda que es la corrupción humana. Que persona alguna acompañase á Cristo como discípulo por el espacio de tres años, viese todos sus milagros, oyese todos sus preceptos, recibiese de sus manos repetidos favores, fuese contado en el número de los apóstoles, y sin embargo resultase al fin tener un corazón depravado, es cosa que á primera vista parece increíble é imposible. Sin embargo, la historia de Judas demuestra á las claras que sí cabe en lo posible.

Rindamos gracias á Dios si sabemos por experiencia lo que es la fe, y si, sintiendo nuestra debilidad y flaqueza, podemos decir, «Creemos.» Pidamos al Eterno que nuestra fe sea real, sincera y no una impresión fugaz, como el rocío y la neblina de la mañana. Más, ante todo, velemos y oremos para ser preservados de sentir un afecto excesivo hacia el mundo. Ese afecto perdió á un hombre que estaba rodeado de privilegios y que oía hablar á Cristo todos los días. «Así el que se piensa estar firme mire no caiga.» 1Co_10:12.

Jua 12:12-19

Leyendo con cuidado los Evangelios no puede menos que observarse que la conducta de nuestro Señor, en la época de que nos ocupamos de su vida, es muy peculiar. Es diferente de su conducta en otros tiempos. Antes lo veíamos que se substraía lo más que era posible de la atención del público, ya retirándose al desierto, ya calmando el entusiasmo de los que querían presentarlo ante el pueblo y hacerlo rey. «No contendía, ni voceaba, ni hacia oír su voz en las calles.» Mat_12:19. Después, por el contrario, lo vemos entrar públicamente en Jerusalén, rodeado por un inmenso gentío y haciendo decir aun á los fariseos: «He aquí que el mundo se va en pos de él..

No es difícil explicar esta aparente inconsecuencia. Al fin había llegado el tiempo en que Cristo iba á morir por los pecados del mundo; en que el Verdadero Cordero pascual iba á ser inmolado; en que la verdadera sangre de la expiación iba á ser derramada; en que el Mesías iba á ser muerto de acuerdo con las profecías (Dan_9:26) y el camino del santo de los santos iba á ser abierto á toda la humanidad por el verdadero Sumo Sacerdote. Sabiendo todo esto nuestro Señor llamó intencionalmente la atención hacia sí, presentándose de una manera conspicua ante la nación judía. Propio era y corriente que esto no se hiciese en un rincón. Act. 26:26. De ningún episodio de la historia de nuestro Señor puede decirse con mayor razón que tuviera lugar en público como de la luctuosa escena del Calvario. Fue crucificado precisamente á tiempo que todas las tribus estaban congregadas en Jerusalén para celebrar la pascua. Ni fue esto todo; murió en la semana que, por su singular entrada á Jerusalén hizo que los ojos de todos los israelitas se fijasen en él.

Enséñasenos en estos versículos cuan voluntarios fueron los sufrimientos de Jesucristo.

Es imposible no percibir al leer el pasaje de que tratamos que nuestro Señor ejercía un influjo misterioso en la mente y la voluntad de todos los que lo rodeaban, siempre que tenía á bien servirse de él. Ninguna otra cosa puede explicar el efecto que su proximidad á Jerusalén produjo en la muchedumbre que lo acompañaba. Parece esta haber sido movida por un poder secreto al cual se veía obligada á obedecer, á despecho del desagrado de los caudillos de la nación.

En una palabra, así como se podía nuestro Señor hacer obedecer de los vientos, las olas, las enfermedades y los poseídos del demonio, así mismo podía dominar las mentes de los hombres de acuerdo con su voluntad.

Porque el caso de que venimos hablando no es único en su clase. Los habitantes de Nazaret no pudieron detenerlo cuando él quiso pasar por en medio de ellos y seguir su camino. Luk_4:30. Los enfurecidos moradores de Jerusalén no pudieron detenerlo cuando intentaron usar de la violencia con él en el templo; mas, pasando por en medio de ellos, se alejó de su vista. Joh_8:59. Aun más, los mismos soldados que fueron á aprehenderlo en el jardín retrocedieron la primera vez y cayeron en el suelo Juan 8.6 En todos estos casos solo puede darse una explicación: Jesús usó de su poder divino. Durante su vida en la tierra ocultaba misteriosamente su poder, más podía hacer uso de él cuando quería.

¿Por qué, pues, no resistió a sus enemigos posteriormente? ¿Por qué no esparció como aristas por el viento la cuadrilla de solados que vinieron a capturarlo? Solo puede aducirse una razón: fue que se hizo mártir voluntariamente para obtener la redención de almas perdidas. Se había propuesto entregar su propia vida como rescate, para que nosotros consiguiéramos eterna bienaventuranza, y la entregó sobre la cruz de todo corazón. No sufrió y derramó su sangre porque no pudiera evitarlo, porque hubiera sido vencido por fuerzas superiores, sino porque nos amó y se complació en entregarse por nosotros como sustituto nuestro.

Tranquilicemos nuestros corazones con esta idea consoladora. Fue la delicia de nuestro Salvador hacer la voluntad de su Padre, y abrir el camino para que el hombre culpable se pueda acercar hacia Dios sin temor. Se complació en la obra que vino a llevar a efecto, y amó al mundo pecador que había venido a salvar.

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