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Juan 12: La prodigalidad del amor

Jua 12:1-11

En el capítulo de que empezamos á tratar termina una parte muy importante del Evangelio de San Juan: los discursos que nuestro Señor dirigió á los judíos incrédulos. Después de este capítulo solo se registra lo que él dijo privadamente á sus discípulos.

Advertimos primeramente, en este pasaje, cuan abundantes son las pruebas que existen de la verdad de los más célebres milagros de nuestro Señor, Se nos cuenta que hubo en Betania una cena, y que Lázaro estaba sentado á la mesa entre los convidados. Lázaro que había sido levantado públicamente de entre los muertos después de haber yacido cuatro días en el sepulcro. Nadie podía decir que su resurrección era un engaño de los ojos, y que lo que los circunstantes habían visto era simplemente un fantasma. Ahí, después de trascurridas varias semanas, estaba el mismo Lázaro, sentado en compañía de otros hombres, y comiendo y bebiendo alimento real. Es difícil concebir que prueba más evidente puede exigirse acerca de un hecho cualquiera. El que no se convence con pruebas como esta debiera confesar de una vez que está resuelto á no creer nada.

Es consolador el saber que las mismas pruebas que existen acerca de la resurrección de Lázaro son las que confirman ese acontecimiento todavía más grande–la resurrección de Jesucristo de entre los muertos. ¿Vio la gente de Betania ir y venir á Lázaro por varias semanas? A nuestro Señor también lo vieron sus discípulos. ¿Tomó Lázaro alimento material en presencia de sus amigos? Nuestro Señor Jesucristo también comió y bebió antes de ascender á los cielos. Ninguna persona en sus cinco sentidos que viera á Jesús tomar y comer pescado y miel silvestre delante de varios testigos, dudaría que tuviera un cuerpo real. Luk_24:42.

Bueno es tener esto presente en una edad como la presente en que abundan la incredulidad y el escepticismo. Así como Jesucristo puso fuera de toda duda razonable la resurrección de un amado discípulo, así también, unas pocas semanas más tarde, puso fuera de toda duda su triunfo sobre el sepulcro. Si creemos que Lázaro resucitó, no tenemos por qué dudar que Jesús resucitara también; y si creemos que Jesús resucitó, no tenemos por qué dudar que él fuera el Mesías, el Mediador entre Dios y el hombre, y que nosotros también resucitaremos.

Notemos, en seguida, con cuánta tosquedad y desabrimiento son tratados por los hombres los discípulos de Jesucristo.

Durante la cena de Betania María, la hermana de Lázaro, ungió los pies de Jesús con ungüento muy fino, y los limpió con sus cabellos. Ni derramó ella el ungüento con usura, más tan pródigamente que «la casa se llenó del olor.» Lo hizo impulsada por el amor y la gratitud, creyendo que ninguna cosa era demasiado valiosa para presentarla á su Salvador. Sentada en otros tiempos á sus pies y oyendo sus palabras, había encontrado paz de conciencia y había alcanzado el perdón por sus pecados. En el momento citado vio á Lázaro, gozando de vida y de salud, sentado al lado de su Maestro, su propio hermano Lázaro, á quién él había levantado del sepulcro. Amada en alto grado, ella creyó que no podía manifestar en retorno un amor demasiado intenso. Según la expresión bíblica, habiendo recibido gratuitamente, dio gratuitamente.

Pero algunos de los que estaban presentes censuraron la conducta de María y la acusaron de pródiga y derrochadora. Uno especialmente, un apóstol, un hombre de quien se habría esperado una conducta más noble, declaró abiertamente que mejor uso se habría hecho del ungüento si se hubiera vendido y se hubiera regalado el valor á los pobres. El hombre en cuya cabeza podían tener cabida tales pensamientos, debió de tener, á la verdad, ideas menguadas de Cristo. Por lo general se encuentran juntos el corazón frió y la mano avara.

En nuestros días hay muchos cristianos que están animados del mismo espíritu, cristianos que no alcanzan á comprender por qué se ha de tener celo por la causa de Cristo. Decidles que hay necesidad de hacer un fuerte desembolso para promover el comercio ó la ciencia, y lo aprueban como medida acertada y prudente. Decid que es preciso hacer un gasto para predicar el Evangelio en el interior ó en el exterior, para difundir la palabra de Dios, para esparcir en el mundo el conocimiento de Cristo, y os dirán claramente que ese es un derroche. Nunca dan un centavo para tales fines, y llaman insensatos á los que dan. Y lo que es todavía peor, a menudo excusan su parsimonia en ese respecto diciendo que tienen que socorrer á los pobres, olvidándose, á drede, del hecho bien conocido, que los que más hacen por la causa de Cristo son los que más hacen por los pobres.

En este pasaje percibimos, finalmente, cuan grandes son el endurecimiento y la incredulidad del corazón humano.

Incredulidad revelaron los príncipes de los sacerdotes, quienes conferenciaron para dar muerte á Lázaro. No podían negar el hecho de que había sido resucitado. Viviendo, comiendo y bebiendo á dos millas de Jerusalén, después de estar cuatro días en el sepulcro, Lázaro era un testigo acerca del carácter divino de Cristo, á quien ellos no podían contestar ó reducir al silencio. Y sin embargo, esos hombres no cejaban. Preferían más bien cometer un homicidio que abandonar toda oposición y confesar que estaban errados.

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