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Juan 11: De camino a la Gloria

En la casa de duelo se observaban ciertas costumbres. Mientras estaba el cadáver allí, estaba prohibido comer carne o beber vino, ponerse las filacterias o dedicarse a ninguna clase de estudio. No se preparaba comida en la casa; y no se podía comer nada en presencia del cadáver. Tan pronto como este se sacaba, se ponían al revés todos los muebles, y los que estaban de duelo se sentaban en el suelo o en taburetes.

Al volver de la tumba se servía una comida que habían preparado los amigos de la familia. Consistía en pan, lentejas y huevos duros, que, por su forma, simbolizaban la vida que va rodando hacia la muerte.

El duelo duraba siete días, de los que los tres primeros se pasaban llorando. Durante los siete días estaba prohibido ungirse, ponerse zapatos, dedicarse a ninguna clase de estudio o de negocios y ni siquiera lavarse. A la semana de duelo seguían treinta días de luto riguroso.

Así es que, cuando Jesús se sumó a los que había en la casa de Betania, encontró lo que se esperaría en una casa en duelo. Era un deber sagrado ir a expresar condolencia a los familiares y amigos del difunto. El Talmud dice que el que visite a los enfermos librará su alma de la gehena; y Maimónides, el gran polígrafo Judasoespañol de la Edad Media, declaró que visitar a los enfermos es la más importante de todas las buenas obras. Las visitas de simpatía a los enfermos y a los que estaban de duelo eran una parte esencial de la religión judía. Cierto rabino, explicando el texto de Deu_13:4 : «En pos del Señor vuestro Dios andaréis,» dijo que ese texto nos manda imitar las cosas que la Escritura dice que Dios hace. Dios vistió a los desnudos (Gen_3:21 ); visitó a los enfermos (Gen_18:1 ); consoló a los que estaban de duelo (Gen_25:11 ); y enterró a los muertos (Deu_34:6 ). En todas estas acciones debemos imitar a Dios.

El respeto a los muertos y la condolencia con los que están de duelo eran algo esencial para los judíos. Al marcharse de la tumba, se volvían y decían: «¡Ve en paz!»; y nunca mencionaban el nombre del difunto sin decir: «Que en paz descanse.» Hay algo muy conmovedor en la manera que tenían los judíos de mostrar condolencia con los afligidos. Fue a una casa llena de gente así a la que llegó Jesús aquel día.

LA RESURRECCIÓN Y LA VIDA

Juan 11:20-27

Así que, cuando Marta se enteró de que Jesús venía de camino, Le salió al encuentro; pero María se quedó sentaba en la casa. Marta Le dijo a Jesús:

-¡Señor, si hubieras estado aquí no se habría muerto mi hermano! Aun como están las cosas, yo sé que lo que Le pidas a Dios, Te lo concederá.

-Tu hermano resucitará -le dijo Jesús.

-Sí, ya lo sé -Le contestó Marta- que resucitará en la resurrección, el último día.

 

-Yo soy la Resurrección y la Vida -le dijo Jesús-. El que crea en Mí, vivirá aunque haya muerto; y todos los que estén vivos y crean en Mí, no morirán nunca. ¿Lo crees tú?

 

-Sí, Señor -Le contestó Marta-; yo estoy convencida de que Tú eres el Ungido de Dios, el Hijo de Dios, el Que había de venir al mundo.

En esta historia, también, Marta es todo un personaje. Cuando Lucas nos habla de Marta y María (Luk_10:38-42 ), nos presenta a Marta como la mujer de acción, y a María como la que más bien se sentaba tranquila. Así aparecen aquí. Tan pronto como les anunciaron que Jesús venía de camino, Marta salió a Su encuentro, porque no podía estarse quieta; pero María se quedó esperándole.

Cuando Marta llegó adonde estaba Jesús, el corazón se le salía por los labios. Aquí tenemos una de las expresiones más humanas de toda la Biblia; porque Marta habló, en parte con un reproche que no se podía guardar para sí, y en parte con una fe que nada podía hacer vacilar. «¡Señor -Le dijo-, si hubieras estado aquí no se habría muerto mi hermano!» En sus mismas palabras podemos leer su pensamiento. Marta habría querido decir: «Cuando recibiste nuestro recado, ¿por qué no viniste en seguida? Lo has dejado para demasiado tarde.» Pero tan pronto como se le escaparon esas primeras palabras, las siguieron otras que eran las de la fe, una fe que desafiaba los Hechos y la experiencia. «Aun a pesar de todo -dijo movida por una esperanza desesperada-, aun a pesar de todo, yo sé que Dios Te dará lo que Le pidas.» «Tu hermano resucitará» -le dijo Jesús. «Sí, ya lo sé -le contestó Marta- que resucitará en la resurrección general el Día del Juicio.»

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