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Juan 11: De camino a la Gloria

Debemos notar, también, cuan profunda y cuan tierna es la compasión que el corazón de Jesucristo abriga para con su pueblo.

Cuando nuestro Señor vio a María y a los judíos llorando, gimió en espíritu y se turbó. Aun más, expresó sus emociones de una manera visible, pues «lloró.» él sabía bien que la tristeza de la familia de Betania se tornaría bien pronto en gozo, y que en el transcurso de unos pocos minutos Lázaro seria devuelto a sus hermanas. Más, aunque sabía todo esto, ¡lloró! El llorar y el guardar duelo consume la salud y nos hacen conocer la debilidad de nuestros cuerpos mortales. Pero esos actos no son malos de suyo. Aun el Hijo de Dios lloró. Jamás debemos ruborizarnos de experimentar sentimientos profundos. Permanecer fríos é indiferentes en presencia de la desgracia no es prueba de virtud. El Salvador en quien los creyentes confían es compasivo y tierno. él se apiada de nosotros en nuestro desamparo. Cuando en la hora de la angustia tornamos a El los ojos y le abrimos nuestros corazones, él sabe lo que sufrimos y puede dolerse de nosotros.

Tengamos esto presente en el curso de la vida, y no vacilemos en seguir las huellas de nuestro Maestro. Esforcémonos por ser hombres de corazón tierno y de espíritu compasivo. Lloremos con los que lloran y regocijémonos con los que se regocijan. Bueno seria para la iglesia y para el mundo si hubiera más cristianos de ese carácter. ¡La iglesia seria más atractiva y el mundo más feliz!

Juan 11:38-46

En estos versículos se nos refiere la historia del milagro más maravilloso que hizo nuestro Señor. La descripción está hecha en un lenguaje tan sencillo que no es posible aclararla más por medio de ningún comentario. Pero las palabras que entonces pronunció nuestro Señor son sobremanera interesantes y merecen especial atención.

Notemos, en primer lugar, lo que nuestro Señor dijo concerniente a la piedra que cubría el sepulcro de Lázaro. Cuando hubo llegado al sepulcro dijo a los circunstantes. «Quitad la piedra..

Ahora bien ¿por qué dijo nuestro Señor estar palabras? Era sin duda tan fácil para él mandar que la piedra se moviera sin tocarla como llamar a un cadáver que yacía en el sepulcro. Pero eso no era su modo de proceder. En ese, como en otros muchos casos, él quiso dejar al hombre algo que hacer. En ese como en otros casos enseñó la gran lección de que su poder omnipotente no destruye la responsabilidad humana. Aún cuando iba a resucitar un muerto, no quería que los hombres estuvieses ociosos.

Este es un asunto de grande importancia. Cuando trabajamos por el bien espiritual de los demás, cuando instruimos a nuestros niños en la religión, cuando en nuestra conducta diaria procuramos practicar la justicia y la piedad ­cuando intentamos todo esto nos encontramos débiles y flacos. «Sin Cristo no podemos hacer nada.» Más, no obstante, es preciso que recordemos que el Señor espera que hagamos todo lo que podamos. «Quitad la piedra.» Nos dice todos los días.

Cuidemos de no permanecer en la indolencia por hacer alarde de humildad. Esforcémonos cada día en hacer todo lo que esté a nuestro alcance, seguros de que Cristo nos ayudará y nos concederá su bendición.

Notemos, en segundo lugar, las palabras que nuestro Señor dirigió a María, cuando ella se opuso a que se quitase la piedra del sepulcro esa santa mujer le falto la fe cuando estaban al descubrir el sepulcro en donde yacía su hermano. Creía que todo sería en vano. «Señor,» dijo ella, «hiede ya.» Entonces pronunció nuestro Señor esas solemnes palabras de reconvención: «¿No te he dicho que si creyeres, verás la gloria de Dios?.

No es improbable que nuestro Señor aludiera en esa pregunta al mensaje que había enviado a Marta y a María cuando su hermano se enfermó. Pero es quizá más probable que quisiera recordar a Mareta el precepto tantas veces repetido acerca del deber de creer.

Es como si hubiera dicho: «María, María, tu estás olvidando la gran doctrina de la fe, que siempre te he inculcado. Cree, y todo irá bien. No temas; mas cree..

¡Cuan expuestos no estamos a que nos falte la fe a la hora de la prueba! ¡Cuán fácil no es decantar la fe en los días de salud y de prosperidad, y cuán difícil no es practicarla en los días de la adversidad, en los días de tinieblas profundas, cuando ni el sol, ni la luna, ni la estrellas resplandecen! Recordemos las palabras de nuestro Señor y pidamos a Dios nos conceda tanta fe, que cuando nos sobrevengan las desgracias, las suframos con paciencia y creamos que todo está bien hecho.

Notemos, en tercer lugar, las palabras que nuestro Señor dirigió a Dios Padre cuando la piedra fue quitada del sepulcro. Helas aquí: «Padre, gracias te doy porque me has oído. Y yo sabía que siempre me oyes, más por causa del pueblo que está alrededor lo dije, para que crean que tú me has enviado..

Estas palabras son del todo distintas de las que los profetas o los apóstoles emplearon cuando obraron milagros. No son en realidad una oración sino más bien una alabanza. Implica evidentemente que hay entre el Padre y el Hijo una comunicación constante y misteriosa, comunicación que el hombre no alcanza a explicar o concebir. No hay duda que nuestro Señor quiso enseñar a los judíos que entre él y el Padre había una unión completa, unión que se manifestaba en todo lo que él hacía y en todo lo que enseñaba.

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