Juan 11: De camino a la Gloria

Juan 11:17-29

La sencillez de este pasaje es tan sublime que casi se daña con toda exposición humana. Comentarlo parece como sobredorar el Oro o pintar los lirios. Sin embargo, él arroja rayos de luz sobre un asunto que jamás podremos estudiar en demasía, es a saber: el verdadero carácter del pueblo de Cristo. Los retratos que de los cristianos nos presenta la Biblia son fieles imágenes. En ellos vemos a los justos tales como son.

En primer lugar se nos enseña qué extraña mezcla de virtud y debilidad se encuentra aun en los corazones de los verdaderos creyentes. De esto encontramos un ejemplo singular en las palabras de Marta y de María. Ambas de estas santas mujeres tuvieron fe suficiente para decir: « Señor, si hubieras estado aquí, nuestro hermano no hubiera muerto.»No obstante esto, ninguna de ellas parece haberse acordado que la muerte de Lázaro no había dependido de la muerte de Jesucristo, y que, si lo hubiera tenido a bien, nuestro Señor habría impedido su muerte con una palabra, sin haber venido a Betania. Marta supo lo suficiente para decir: « Mas sé que también ahora, todo lo que pidieres a Dios, te lo dará.» Más no pudo penetrar más allá. Sus enturbiados ojos no podían percibir que El que delante de ella estaba tenia las llaves de la vida y de la muerte, y que en su Maestro habitaba «toda la plenitud de la divinidad corporalmente.» Vio, es cierto, pero como al través de oscuro prisma. Conoció, pero solo en parte. Creyó, pero su fe estaba mezclada con mucha incredulidad. Sin embargo, tanto Marta como María eran verdaderas hijas de Dios, y fieles cristianas.

Muchos y muy graves son los errores en que se incurre a causa de no comprender debidamente el carácter del cristiano. Hombres ha habido que han arrojado oprobio sobre sí mismos, solo porque han pretendido encontrar en sus corazones una elevación de sentimientos que no puede encontrarse acá en la tierra.

Desengañémonos; los creyentes no son en este mundo ángeles perfectos, sino solo pecadores convertidos. Es cierto que han sido renovados, trasformados y santificados; empero, son todavía pecadores, y continuarán siéndolo hasta que mueran. A semejanza de Marta y de María, su fe está a menudo mezclada con mucha incredulidad, y su virtud rodeada de mucha debilidad. Raro, a la verdad, será encontrar el creyente que no necesite hacer la siguiente petición: «Creo, Señor: ayuda mi incredulidad.» Mar_9:24.

Enséñasenos en segundo lugar, cuan grande es la necesidad que muchos creyentes tienen de poseer nociones claras acerca de la persona, los atributos y el poder de Jesucristo. Este es un punto presentado de una manera prominente en las bien conocidas palabras quo nuestro Señor dirigió a Marta. En respuesta a la vaga expresión de fe qué salió de los labios de esta, nuestro Señor proclamó una gran verdad diciendo: «Yo soy la resurrección y la vida. Yo, tu Maestro, tengo en mis manos las llaves de la vida y de la muerte.» Y luego le repitió esa lección, que sin duda ella había oído a menudo, pero que nunca alcanzó a comprender de un todo: «El que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá; y todo aquel que vive y cree en mí no morirá eternamente..

Muchos cristianos hay que se quejan de que la religión no les presenta consuelo alguno perceptible, y de que no experimentan el sosiego interior que desearan.

Que tales personas sepan que las nociones indefinidas y vagas acerca de Jesucristo son a menudo la causa de toda su inquietud. Menester es que se esfuercen por percibir con más claridad el gran Ser sobre el cual descansa su fe. Menester es que se posesionen con más acierto de la grandeza de su amor y su poder, y de la abundancia de las riquezas que ha atesorado para ellos aun en este mundo.

Ruborizarnos debiéramos de que habiendo llevado por tanto tiempo el nombre de cristianos, sepamos tan poco acerca de Cristo. ¿Qué razón nos asiste para sorprendernos de que la religión nos preste tan poco consuelo? Que baste con haber sido negligentes en el pasado; y que en adelante hagamos todo lo posible por «conocer a Cristo y el poder de su resurrección.» Filip. 3:10. Si los verdaderos cristianos procuraran saber, como dice San Pablo, «cual sea la anchura, y la longitud, y la profundidad, y la altura, y conocer el amor de Cristo quo sobrepuja a todo entendimiento,» quedarían admirados de los descubrimientos que harían. Pronto verían como Agar que junto a ellos había pozos de agua de los cuales no tenían conocimiento alguno. Pronto reconocerían que pueden experimentarse desde acá en la tierra más placeres celestiales de los que ellos tenían idea.

Juan 11:30-37

Este pasaje hace resaltar de una manera admirable el carácter compasivo de nuestro Señor Jesucristo; pues nos presenta a Aquel que forma un Dios con el Padre y que es Hacedor de todas las cosas, tomando parte en los pesares del hombre y derramando lágrimas de dolor.

Es de notarse primeramente, cuan grandes son las bendiciones que Dios concede a los que ejecutan actos de bondad y de ternura.

Según parece la casa de Marta y de María estaba llena de visitantes cuando llegó Jesús. Puede tomarse como cosa cierta que muchos de esos visitantes no sabían nada de la vida espiritual de esas santas mujeres; que estaban en completa ignorancia acerca de su fe, su esperanza y su amor hacia Cristo. Mas se condolieron de de ellas en su pesar y fueron a ofrecerles todo el consuelo que podían. Con motivo de tan laudable conducta fueron abundantemente premiados, pues presenciaron el más grande milagro que jamás hiciera Jesús. Para muchos de ellos ese fue el día de su natalicio espiritual. La resurrección del cuerpo de Lázaro motivó la resurrección espiritual de ellos. ¡Cuan pequeños son los acontecimientos de que a veces depende la vida eterna! Ya nos apercibamos de ello o no, es provechoso para nuestras almas el condolernos de los que estén agobiados por el dolor y por la tristeza. Visitar a los huérfanos y a las viudas, llorar con los que lloran, tomar parte en los pesares de nuestros semejantes, y procurar aliviarlos–ninguno de estos actos puede expiar el pecado y conducirnos al cielo. Sin embargo, ejercen un influjo benéfico en nuestro corazón, y por lo tanto no debemos tenerlos en poco. Tal vez pocos son los que se han apercibido del hecho de que el secreto de la infelicidad de muchos hombres es que viven solo para el «Yo,» en tanto que el secreto de la felicidad de otros es que procuran fomentar el bien de sus semejantes. No fue por pasar el tiempo que Salomón escribió estas palabras: «Mejor es ir a la casa de luto que a la casa de convite.» «El corazón de los sabios, en la casa de luto; mas el corazón de los insensatos en la casa del placer.» Ecles. 7: Mat_2:4. Con demasiada frecuencia se olvida aquel dicho de nuestro Señor: «Y cualquiera que diere a uno de estos pequeñitos un jarro de agua fría solamente, en nombre de discípulo, de cierto os digo, que no perderá su galardón.» Mat_10:42.

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