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Juan 11: De camino a la Gloria

Se nos cuenta que Lázaro de Betania era persona a quien Jesús amaba y hermano de dos piadosas mujeres bien conocidas. Sin embargo, Lázaro se enfermó de muerte. Jesús, que tenía poder sobre todas las enfermedades, pudo sin duda haber impedido la de su amigo, si lo hubiese tenido a bien; más, al contrario, permitió que Lázaro se enfermase y sufriese dolor, y languideciese y tuviese agonías como cualquiera otro hombre.

Las enfermedades, cualquiera que sea su carácter, tienen, por su misma naturaleza, que se gravosas al cuerpo y al alma. El cuerpo y el espíritu tienen entre si tan íntima relación que lo que mortifica y debilita al uno no puede menos que mortificar y debilitar al otro. Mas preciso es recordar que el hecho de que nos sobrevenga alguna enfermedad no es señal de que Dios esté airado con nosotros; muchas veces nos sobrevienen dolencias para el bien de nuestras almas. De este modo apartamos nuestros afectos de este mundo, y los contraemos a las cosas celestiales; leemos mas nuestra Biblia y oramos con más fervor; sometemos nuestra paciencia a prueba y nos convencemos de cuan importante es tener esperanza en Jesucristo; nos acordamos de cuando en cuando, que no vamos a vivir para siempre, y nuestros corazones se preparan para el gran cambio. Tengamos pues paciencia y buen ánimo cuando nos postre alguna enfermedad y estemos convencidos de que nuestro Señor nos ama tanto cuando estamos enfermos como cuando gozamos de buena salud.

En estos versículos se nos enseña, en segundo lugar, que Jesucristo es el mejor amigo que el cristiano tiene en tiempo de necesidad. Cuando Lázaro e enfermó, sus hermanas enviaron inmediatamente a buscar a Jesús, a fin de comunicarle lo ocurrido. Bello, conmovedor y sencillo fue el recado que le enviaron. No le suplicaban que viniese, o que obrase un milagro mandando que desapareciese la enfermedad. Solo le mandaron decir: «El que amas está enfermo,» y no agregaron nada más, en la confianza que considerase más acertado. He aquí la verdadera fe y la verdadera humildad de los hijos de Dios. He aquí la voluntad humana piadosamente sometida. Los siervos de Cristo, cualquiera que sea el siglo y cualquiera el clima en que vivan, harán bien en seguir este excelente ejemplo. Cierto es que cuando aquellos a quienes amamos se enferman, es de nuestro deber el usar todos los medios razonables a fin de conseguir su reposición. No debemos ahorrar esfuerzo para solicitar los mejores médicos y ayudar a la naturaleza en su gran lucha contra la enfermedad. Más en todos nuestros pasos hemos de tener presente que el Protector más sabio y más hábil está en el cielo, a la diestra del Padre. Como en infortunado Job, nuestro primer acto debe ser el hincar la rodilla en actitud de adoración. Como Exequias, debemos exponer ante Dios nuestras necesidades. Como las santas hermanas de Betania, debemos enviar una súplica a Cristo.

En estos versículos se nos enseña, en tercer lugar, que Jesucristo ama a todos los que son verdaderos cristianos. Se nos dice que Jesús amaba a Marta, y a su hermana, y a Lázaro. Según parece, estas tres personas eran de carácter algún tanto distinto. De Marta se nos dice en un pasaje que estaba cuidadosa y se encontraba turbada con muchas cosas, en tanto que María se sentaba a los pies de Jesús y oía su palabra. De Lázaro no se nos refiere nada peculiar. Sin embargo, todos tres eran amados de nuestro Señor.

Debemos de tener esto presente cuando queramos formar opinión de los méritos de los cristianos. Es menester que no olvidemos que hay diversidad de caracteres y que la gracia de Dios no cambia a los creyentes de tal manera que todos parezcan vaciados en el mismo molde. Concediendo que el cimiento sobre el cual estriba el carácter cristiano es siempre el mismo, y que todos los hijos de Dios se arrepienten, creen, son rectos, hacen fervorosas oraciones y aman las Escrituras, es preciso tomar en cuenta la variedad de sus índoles y modos de ser. No debemos, pues, menospreciar a otros porque no son exactamente como nosotros. Las flores de un jardín difieren mucho entre sí, y sin embargo, el jardinero les tiene afición a todas. Los niños de una familia pueden ser muy distintos en su presencia y en sus modales, y sin embargo, los padres ejercen para con todos ellos el mismo cuidado. Hay diversos grados y especies de gracia.

Pero los íntimos y más débiles discípulos son amados de Jesús.

En estos versículos se nos enseña finalmente, que Jesús sabe cual es la ocasión mas oportuna para hacer algo por su pueblo. Cuando supo él que Lázaro estaba enfermo, permaneció dos días más en el lugar donde se encontraba al recibir la noticia. A la verdad, demoró su viaje adrede, y no vino a Betania hasta que Lázaro había estado cuatro días en el sepulcro. Sin duda sabía bien lo que estaba pasando; pero no tomó medidas ningunas hasta que no se presentó la oportunidad que él creyó era la más propicia. En obsequio de la iglesia y del mundo, para el bien de sus amigos y enemigos se guardó de apresurarse.

Los hijos de Dios debieran examinar con atención la lección que de aquí se desprende. Nada contribuye tanto a que sobrellevemos con paciencia las penalidades de la vida, como la convicción íntima de que todo lo que acontece en torno nuestro ha sido guiado por una sabiduría perfecta. Hagamos por creer que todo lo que nos sucede no solo está bien hecho, sino que ha sido hecho del mejor modo posible, al tiempo más oportuno y empleando el mejor medio.

Naturalmente todos nos afanamos en el día de prueba. Cuando alguno de nuestros deudos se enferme nos sentimos inclinados a decir como Moisés: «Te ruego, oh Dios, que lo sanes ahora.» Nombre. 12.13. Nos olvidamos de que Jesucristo es omnisciente y no puede errar. El que posee verdadera fe está en el deber de decir: «Mi suerte está en tus manos. Haz conmigo como tu quieras, en la manera que quieras, lo que tu quieras y cuando quieras. Que no se haga mi voluntad sino la tuya..

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