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Juan 11: De camino a la Gloria

En el sanedrín estaban tanto los fariseos como los saduceos. Los fariseos no eran un partido político; su único interés era vivir de acuerdo con la ley en todos sus detalles, y no les importaba quién los gobernaba, con tal de que les permitiera seguir su obediencia meticulosa a la ley. Por otra parte estaban los saduceos, que eran intensamente políticos. Eran el partido aristocrático y rico; y eran el partido colaboracionista: con tal que se les permitiera retener sus riquezas, comodidades y posición de autoridad, estaban dispuestos a colaborar con Roma. Todos los principales sacerdotes eran saduceos. Y está claro que eran ellos los que dominaban el sanedrín. Es decir: que fueron los saduceos los que lo dijeron todo.

Juan nos los retrata con unas pocas pinceladas magistrales. Primero, eran declaradamente descorteses. Josefo dice de ellos (La guerra de los judíos 2:8,14) que «el comportamiento de los saduceos entre sí era bastante rudo, y su relación con sus iguales era tan áspera como con los extranjeros.» «Vosotros no tenéis ni idea», dijo Caifás (versículo 49). «Sois estúpidos y tenéis la cabeza vacía.» Aquí tenemos la arrogancia innata y avasalladora de los saduceos en acción; este era exactamente su carácter. Su arrogancia despectiva está en contraste implícito con los acentos de amor de Jesús.

Segundo, la única cosa que interesaba realmente a los saduceos era retener su poder y prestigio político y social. Lo que temían era que Jesús consiguiera muchos seguidores y provocara un conflicto con el gobierno. Los Romanos eran tolerantes en muchas cosas; pero, con un imperio tan extenso que gobernar, no podían permitir desórdenes civiles, que siempre sofocaban con mano firme y cruel. Si Jesús fuera el causante de un desorden civil, Roma se echaría encima con todo su poder, y no cabía la menor duda de que los saduceos perderían su posición de autoridad. Nunca se les ocurrió preguntarse si Jesús tendría o no razón. Su única pregunta era: «¿Qué efecto puede tener en nuestra posición y comodidad y autoridad?» Juzgaban las cosas, no a la luz de principios éticos, sino a la de sus propios intereses. Todavía sigue habiendo personas que anteponen su carrera a la voluntad de Dios.

Aquí encontramos un tremendo ejemplo de ironía dramática. Algunas veces, un personaje de teatro dice algo cuyo significado no comprende, pero el público sí. Eso es lo que se llama ironía dramática. Así es que los saduceos insistían en que había que eliminar a Jesús, porque si no los Romanos se les echarían encima y les quitarían sus privilegios. El año 70 d C. los Romanos, cansados de la testarudez judía, sitiaron Jerusalén, y la convirtieron en un montón de ruinas, llagando hasta a pasar simbólicamente el arado por el área del templo. ¡Qué diferentes podrían haber sido las cosas si los judíos hubieran aceptado a Jesús! Los mismos pasos que dieron para salvar a su nación la condujeron a la ruina. Esta destrucción tuvo lugar en el año 70 d C.; el evangelio de Juan se escribió hacia el año 100 d C.; y todos los que lo leyeran descubrirían la ironía dramática en las palabras de los saduceos.

Entonces el sumo sacerdote Caifás dijo aquellas palabras de doble filo: «Si tuvierais dos dedos de frente -les dijo-, llegaríais a la conclusión de que es mucho mejor que muera un Hombre por la nación antes que toda la nación perezca.» Los judíos creían que, cuando el sumo sacerdote buscaba el consejo de Dios para la nación, Dios hablaba por medio de él. En la antigua historia, Moisés escogió a Josué como su sucesor en la dirección de Israel. Josué habría de tener una parte en su honor; y, cuando necesitara el consejo de Dios, iría al sumo sacerdote Eleazar: «Y se pondrá delante del sacerdote Eleazar, y le consultará…; por el dicho de él saldrán, y por el dicho de él entrarán» (Num_27:18-21 ). El sumo sacerdote había de ser el canal de la palabra de Dios al líder o a la nación. Eso era Caifás en aquel día.

Aquí tenemos otro ejemplo tremendo de ironía dramática. Lo que Caifás quería decir era que era mejor que muriera Jesús que que hubiera problemas con los Romanos. Era verdad que Jesús había de morir para salvar a la nación -pero no en el sentido que decía Caifás. Era verdad de una manera mucho más maravillosa. Dios puede hablar por los medios menos imaginables. Algunas veces puede mandar Su mensaje por medio de alguien que ni siquiera sabe lo que está diciendo. Puede usar hasta las palabras de un hombre malo.

Jesús había de morir por la nación de Israel, y también por todo el pueblo de Dios esparcido por todo el mundo. La Iglesia Primitiva hizo un uso muy hermoso de estas palabras. El primer libro de liturgia de la Iglesia Cristiana se llamó La Didajé, La Doctrina de los Doce Apóstoles, y se escribió poco después del año 100 d C. Cuando se partía el pan en la Santa Cena se debía decir: «Como este pan estuvo esparcido por las montañas, y llegó a ser uno, que Tu Iglesia sea reunida de los fines de la Tierra en Tu Reino» (Didajé 9:4). Algún día los miembros dispersos de la Iglesia estarán unidos en un solo Cuerpo. Eso es algo que debemos pensar cuando vemos el pan partido en la Mesa del Señor.

JESÚS, FUERA DE LA LEY

Juan 11:54-57

En vista de aquello, Jesús ya no andaba abiertamente entre los judíos, sino que se retiró de ellos a un lugar al borde del desierto, a un pueblo que se llamaba Efraín, y se quedó allí con Sus discípulos.

Ahora bien, la fiesta judía de la Pascua iba a ser poco después; y muchos de las zonas rurales subían a Jerusalén antes de la fiesta de la Pascua para purificarse. Andaban buscando a Jesús; y cuando se encontraban en el templo, hablaban entre sí y se decían:

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